Estados Unidos tiene unas instituciones políticas bastante peculiares. Para empezar, fueron diseñadas en la Constitución aprobada por los delegados enviados por los 13 Estados originarios a la convención constituyente celebrada en Filadelfia en septiembre de 1787, tras librar las colonias una larga guerra de independencia contra la corona británica. Las principales instituciones políticas diseñadas han sobrevivido a numerosas pruebas desde entonces, incluida una guerra civil, guerras para anexionarse los territorios controlados por indígenas y países vecinos, crisis industriales y financieras muy severas, dos guerras mundiales, la Guerra Fría, incontables tensiones raciales y otras muchas peripecias, incluido el reciente asalto al Capitolio protagonizado por turbas violentaas el 6 de enero de 2021, alentadas por el propio presidente Trump, en un inaudito intento de impedir por la fuerza el reconocimiento por el Congreso de Biden como presidente electo, tras haber sido derrotado en las elecciones presidenciales celebradas el 5 de noviembre de 2020.
Voto popular y votos electorales
La representación popular de la población de los 50 Estados y el Distrito Federal de Columbia, sede de la capital Washington, se articula en las dos cámaras del Congreso. En la actualidad, la Casa de Representantes (o Cámara Baja) del Congreso está compuesta por 538 representantes elegidos en los distritos censales (o congresuales) establecidos en función del número de habitantes censados, si bien todos los Estados y el Distrito de Columbia tienen garantizados al menos la presencia de 3 representantes con independencia del tamaño de su población. El Senado o Cámara Alta lo integran 100 senadores, dos por cada Estado, lo que otorga también una sobrerrepresentación muy acusada a los Estados menos poblados. La misión principal del Congreso es redactar y aprobar las normas (Acts) que configuran el desarrollo de la actividad política y limitan la discrecionalidad del poder ejecutivo al frente del cual está el presidente de los Estados Unidos.
La elección del presidente la realizan los electores designados por cada uno de los 50 estados y el Distrito de Columbia, una vez contabilizado el voto popular emitido en las urnas. En la elección celebrada el pasado 5 de noviembre, el número de electores a designar era 538, distribuidos entre los 50 Estados del mismo modo que los representantes con que cuentan en la Cámara Baja. Para alcanzar la nominación, el candidato a presidente ha de obtener el respaldo de al menos 270 electores cuando emitan su voto el próximo 17 de diciembre. Salvo Maine y Nebraska, todos los Estados otorgan su representación a los electores designados por el partido cuyo candidato a presidente obtiene el mayor número de votos en las urnas, con independencia de lo ajustado del resultado. Así, por ejemplo, los 3 electores en el Distrito de Columbia o los 54 en California votarán a favor de Harris el 17 de diciembre mientras que los 3 electores de Alaska y los 40 de Texas lo harán a favor de Trump.
Aplicando estas reglas, Trump, el candidato republicano obtuvo la victoria en 32 Estados y 76,4 millones de votos y contará con el respaldo de 312 votos electorales, mientras que Harris, la candidata del partido demócrata consiguió la victoria en 18 Estados y el distrito de Columbia y el apoyo de 73,7 millones de votantes, sumará 226 votos electorales. Los votos electorales emitidos en cada Estado el próximo 17 de diciembre serán remitidos al presidente del Senado (la vicepresidenta Harris, en este caso) el 25 de diciembre. El nuevo Congreso se constituirá el 3 de enero de 2025 y se reunirá en sesión conjunta el 6 de enero para realizar el recuento de los votos electorales. El proceso finalizará con la jura solemne de los cargos de vicepresidente y presidente de Estados Unidos el 20 de enero de 2025, tal como prescribe la vigésima enmienda de la Constitución.
Resultados del 5 de noviembre
Aunque hay todavía algunos escaños en disputa, la victoria republicana en las elecciones del 5 de noviembre se completará al lograr hacerse con el control de las dos cámaras del Congreso. En el Senado, los demócratas pierden 4 escaños y se quedan en 47 (incluyendo los senadores independientes Sanders y King) y los republicanos ganan 3 escaños (en Ohio, Montana y West Virginia) y contarán con 52, quedando la asignación del escaño de Pennsylvania todavía en el aire. En el caso de la Cámara Baja, las últimas proyecciones indican que los republicanos obtendrán 218 escaños frente a 212 de los demócratas y mantendrán la mayoría de que ya disponían en la presente legislatura. La vuelta de Trump a la Casa Blanca con una agenda bastante radical encontrará así el camino allanado, si bien las mayorías republicanas en el Congreso no garantizan la sumisión absoluta de representantes y senadores a los dictados de un presidente que en su anterior mandato dejó pruebas suficientes de su carácter caprichoso y errático.
La victoria de Trump y el partido republicano el 5 de noviembre resulta incontestable y a diferencia de lo que el propio Trump hizo tras perder las elecciones hace cuatro años, el presidente Biden asumió los resultados de las urnas pocas horas después de iniciado el recuento y la candidata Harris aceptó también la amarga derrota. La victoria no ha sido, sin embargo, tan abrumadora como algunos medios de comunicación han dado a entender en España. Trump, como ya se ha indicado, ha obtenido 76,4 millones de votos frente a los 73,7 millones de Harris y el reparto de escaños entre demócratas y republicanos en ambas cámaras del Congreso continúa siendo, pese a la mayoría republicana, bastante parejo. En otras palabras, no existe un respaldo social abrumador e incontestable para Trump y el partido republicano, y así lo reconoce, por ejemplo, la cadena CNN.
‘America first’
Más allá de los méritos y deméritos de Harris, mujer de color y candidata elegida a dedo a última hora sin pasar por el filtro de las primarias, resulta indisputable que el descontento de millones de estadounidenses con el proceso inflacionista vivido desde 2020, la imagen patética transmitida por el presidente Biden en tantas ocasiones durante los últimos años, y su tardanza a renunciar a la reelección, han pasado factura a los demócratas. 76,4 millones de ciudadanos han preferido respaldar a un personaje faltón, atrabiliario incluso con sus colaboradores más cercanos, delincuente convicto por numerosos cargos e imputado por su papel en el asalto al Congreso en 2021. En fin, han elegido a un aprendiz de déspota que les ofrece un programa de gobierno muy sencillo: adelgazar la burocracia gubernamental y reducir los impuestos, imponer aranceles más elevados a China y a la UE para hacer ‘grande América de nuevo’, y aplicar mano dura para acabar con la inmigración irregular.
Los primeros nombramientos anunciados por Trump premian a sus seguidores más fieles que comparten su visión de la sociedad y del mundo, preñada de tics autoritarios camuflados bajo una defensa retórica de la libertad individual y empresarial. Aparte del esperado nombramiento de Musk para codirigir el nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental, Trump ha priorizado la atención en las áreas más políticas de su próximo gobierno. Las conocidas posiciones de Rubio, senador por Florida y futuro secretario de Estado, y Waltz, representante por Florida en el Congreso y próximo consejero de Seguridad Nacional, sobre China auguran el abandono definitivo del multilateralismo en política exterior y el aumento de la tensión con la segunda potencia económica del mundo. Los nombramientos de Gaetz, representante en el Congreso por Florida y próximo fiscal general, y Homan, director ejecutivo de la Oficina de Inmigración y Fronteras en el anterior mandato de Trump y nuevo ‘zar de la frontera’ encargado de ejecutar las deportaciones de inmigrantes ilegales, elevarán también la crispación dentro de Estados Unidos y la tensión con algún país vecino. Finalmente, los nombramientos de Kennedy Jr. al frente del Departamento de Salud y Servicios Humanos y Zeldin al frente de la Oficina de Protección Medioambiental para impulsar la desregulación inspiran, cuando menos, desconfianza. Para compensar tantos malos presagios, busco consuelo en la promesa hecha por Trump de poner fin a la guerra en Ucrania en 24 horas. Queda menos para comprobarlo.