Ignasi Aragay, en el Ara, cree que, con exilio y cárcel, respectivamente, «los liderazgos de Puigdemont y Junqueras están asegurados por mucho tiempo», una mala noticia para España y más si cabe para Cataluña. «Puigdemont y Junqueras son víctimas, lo que inevitablemente tiñe la política catalana de victimismo.»
Eso será así mientras el victimismo dé réditos electorales, mientras un sector importante de los ciudadanos prefiera la indignación por las ofensas recibidas al análisis desapasionado de lo realmente sucedido —lo que Aragay llama «la aceleración temeraria del Proceso»—.
Ciertamente ambos compiten por el mismo electorado, aunque es dudoso que los dos tengan en mente, como dice Aragay «un gran partido social-liberal hegemónico». Sí hegemónico, de social liberal nada; más bien izquierdista y sin miedo a pasarse en este aspecto.
En sus respectivos proyectos, están «Puigdemont huyendo de la herencia pujolista y Junqueras buscando lo que ERC nunca ha conseguido: una imagen de partido de orden, serio, preparado».
Por eso el primero tenía que deshacerse del PDECat, aunque estos han sido los últimos en enterarse, y el segundo quería lucirse gestionando la sanidad y la educación: en vano, porque la seriedad y la preparación no les viene de serie.
No sólo compiten por el mismo electorado sino que han de ampliarlo para poder consolidarse: «Puigdemont quiere seducir al elector independentista que nunca votó a Pujol; Junqueras quiere seducir —o no asustar— al elector de izquierdas no independentista y al elector independentista de centro.»
En esta particular carrera, por ahora Puigdemont lo tiene mejor, ya que los intangibles republicanos se venden mejor que una eficiencia gubernamental que los hechos desmienten cada día.