Siento una profunda y antigua simpatía por México, gran país al que he viajado en varias ocasiones y en cuyas Universidades tengo buenos y eminentes amigos que me han honrado invitándome a pronunciar conferencias o lecciones. Admiro su belleza, su potencia cultural, su música, su carácter. Identifico un sinfín de rasgos y coincidencias con nosotros, los españoles, y, del mismo modo que no desconozco el recelo o la displicencia con que algunos mexicanos nos llaman gachupines, tampoco olvido la generosidad de la mayoría, y para muestra baste recordar al México de Lázaro Cárdenas y otros que acogieron al exilio español, posibilitando la preservación de la cultura jurídica y muchas otras.
Podría añadir que he percibido una clara conciencia de la herencia española como parte esencial de su propia identidad, para bien y para mal. Podría seguir con el tema, añadiendo incluso que la huella hispana supone un catálogo de virtudes y también de vicios. Sea como fuere, quería comenzar por esta pequeña digresión para que se comprenda mejor lo que sigue.
El reciente y patético episodio protagonizado por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, argumentando que el Rey de España no podía asistir a la toma posesión de la nueva Presidenta del país, doña Claudia Sheinbaum Pardo, porque España y el Rey no habían pedido disculpas por los desmanes cometidos por las tropas españolas durante la conquista y, mucho tiempo después, con ocasión de la Guerra de Independencia mexicana, que se prolongó desde 1810 hasta 1821 aunque España no reconocería al nuevo Estado hasta 1836, tras la muerte de Fernando VII que en vida se había negado a aceptar que aquella Nueva España que fue México, ya no existía, a pesar de que llevaba quince años de independencia. No fue el único dislate de aquel funesto Rey.
He percibido una clara conciencia de la herencia española como parte esencial de su propia identidad, para bien y para mal
De la actitud de López Obrador (asumida por su sucesora Sheinbaum), se pueden decir muchas cosas, y ya se han dicho en España y seguramente también las habrán pensado muchos mexicanos sensatos, que no son su público habitual. De las reacciones que ha provocado en España también hay que hablar. Pero vayamos por partes.
La denuncia de las brutalidades cometidas por los conquistadores no es nueva, y tampoco es la primera vez que la hace López Obrador, pues la excitación del antiespañolismo es una de sus aficiones más conocidas, que cultiva por los evidentes resultados populistas que le rinde en su país, pues no creo (ni cree ningún analista serio) que realmente persiga “avergonzar” a los españoles. Pero a pesar de que se trate de una decidida opción por la demagogia, que no merecería respuesta, es obligado recordar que la primera y gran denuncia de los seguros excesos que se cometieron en la conquista la hizo Fray Bartolomé de las Casas, dominico español, obispo de Chiapas y autor de la Relación de la Destrucción de las Indias (1552) y de la gran Historia de las Indias (1527-1566).
La denuncia de las brutalidades cometidas por los conquistadores no es nueva y tampoco es la primera vez que la hace López Obrador
Nadie puede discutir que la esclavización de los indios fue la vía normal para la explotación de la riqueza, y a buen seguro, las clases pudientes del México de los siglos XVI a XVIII, hasta llegar a la independencia, usaron y abusaron de ello. López Obrador (por cierto, dos apellidos que no parecen aztecas) denuncia excesos en los que lo más probable es que participaran los antepasados de los actuales mexicanos, incluyendo a los del Sr. López Obrador, pero no los de los actuales españoles. Pero no vale la pena entrar en ese jardín: los tres largos siglos de colonización son un hecho histórico y es absurdo pretender que los mexicanos estén “agradecidos” a España, porque no es esa la cuestión – salvo para el hispanismo cerril – pues lo importante es que una gran mayoría de mexicanos han sido mestizos de español con indígena y esa es una realidad que ha de asumirse con orgullo y expulsando a cualquier forma de animosidad, expresada quinientos años después de la conquista y, además en español, lengua que es tan de México como de España.
En los Manuales de Demagogia Barata se puede aprender que uno de los recursos más simples y resultones es culpar al extranjero de la responsabilidad última de los problemas nacionales. Lo que hace López Obrador no es muy diferente del modo en que algunos Estados africanos fallidos y dictatoriales hacen cargando a las Estados europeos que colonizaron África la culpa de sus desgracias.
Los dramáticos desequilibrios internos de México, país en el que la diferencia de clases es abismal – otro caladero de votos para López Obrador- tienen su propia historia, descollando la Revolución Mexicana (1910-1920), que se fue larvando durante la Dictadura de Porfirio Diaz (1876-1911), el llamado “porfiriato”. Los lideres revolucionarios, como los famosos Zapata o Villa, denunciaban los abusos de los poderosos, pero en manera alguna señalaban a la “herencia hispana” como causa de los males de la nación. A la Revolución le seguiría el nacimiento del PRI, que habría de dominar la vida política mexicana durante más de setenta años, controlando la Presidencia de la Nación que se iba renovando con la democrática técnica del “dedazo”. La corrupción campante en ese largo período la conocen bien los mexicanos, y si lo menciono es porque el Sr. López Obrador ha dicho también que España contamina de corrupción a su impoluta nación.
En los ‘Manuales de Demagogia Barata’ se puede aprender que no de los recursos más simples y resultones es culpar al extranjero
Capítulo separado merecería la muy diferente actitud del Sr. López Obrador frente a USA, a quien critica duramente porque cuando les interesa ningunean al Gobierno mexicano y ni siquiera respetan la soberanía del vecino del sur – por ejemplo, en la lucha contra el narcotráfico – pero, a la vez, han de suplicar flexibilidad frente a la permanente presión migratoria irregular procedente de México.
En resumen, México es un gran país con su propia y complicada historia, y en esa historia entra España, y ese hecho, conformador de la personalidad mexicana, nada tiene que ver con las demagógicas y absurdas declaraciones y exigencias de López Obrador y su sucesora. Dicho eso podemos pasar a la segunda parte: las reacciones que en España ha provocado López Obrador. Formalmente el Gobierno ha rechazado las pretensiones de que España pida perdón y el PP, esta vez (a diferencia del grave disenso producido en el problema de Venezuela) se ha alineado con el Gobierno, al menos en lo básico: repudio y, ante la exclusión del Rey, conformidad en que no haya representación alguna de España.
Muy distinta ha sido la reacción de los Partidos que lucen el glorioso título de socios de la investidura, y que sostienen al Gobierno de Sánchez. Como era de esperar se han puesto del lado de López Obrador Sumar, EH Bildu, Podemos, y el BNG, a los que se ha sumado la ex alcaldesa de Barcelona Sra. Colau, de infausta memoria para miles de barceloneses.
Como era de esperar, se han puesto del lado de López Obrador Sumar, EH Bildu, Podemos y el BNG, a los que se ha sumado la ex alcaldesa Ada Colau
Por supuesto que los integrantes de la panda son libres de sumarse a una agresión diplomática contra España protagonizada por un mandatario extranjero, y su público interno (menguante en los casos de Sumar y Podemos) lo valorará como quiera, pero creo que en una cuestión que afecta a la respetabilidad del Estado la postura de ese grupo es despreciable, pero el motivo para otorgar ese calificativo no es solo que hagan suyas las tesis del demagogo López Obrador, ni tampoco que exhiban desconocimiento de la historia del México moderno (cosa que hay que dar por supuesta), ni que sea una exhibición de deslealtad al Estado, concepto que no solo desconocen sino que orienta su actuación política en esta y en cualquier otra materia, sino algo más concreto y evidente: la razón última no es defender a México y acusar a España de genocida, más o menos, sino atacar al Rey y al régimen constitucional derivado de la Constitución de 1978.
Como en la ópera de Rossini, l’occasione fa il ladro, y ha faltado tiempo a alguno de los miembros del grupo para aprovechar para decir que esto pasa porque la Monarquía es una institución anacrónica, que no es de nuestro tiempo. Mucho se podría decir sobre ese tema, pero no en relación con este penoso conflicto. Lo más grave, no obstante, es que entre los impulsores de la actuación “pro mexicana”, están personajes pertenecientes a Partidos que, como Sumar, forman parte del Gobierno que ha condenado las palabras de López Obrador. Si fueran personas con dignidad y coherencia deberían abandonar el Gobierno, y, si esas mismas virtudes adornaran al Sr. Sánchez, debería cesarlos.
Pero en España todo eso es pedir demasiado.