El ‘glorioso’ pacto

El separatismo ha borrado cualquier vestigio de España en el Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat.

En las filas socio-sanchistas cunde el optimismo por el acuerdo alcanzado con ERC y los voceros habituales que pontifican desde los medios han corrido a calificar la operación como digna de entrar en la historia de los grandes hitos políticos, como si se tratara, por decir, de la Paz de Westfalia que puso fin a la Guerra de los Treinta años y sentó las bases de un nuevo orden en Europa. Y eso ha sido posible, se dice, gracias a que Sánchez es un estadista fuera de serie y Aragonés un hombre con profundo sentido de la realidad y del presente y futuro de Cataluña y de España. Y todos tan contentos.

El problema está ahí, en lo de “todos”, pues,  por una parte, tenemos el enfado producido en amplias capas de la sociedad española, por no mencionar tanto a los partidos de la oposición como a las federaciones socialistas que se han indignado. Falta por ver en qué se traduce el enfado y cuál será la conducta de los diputados del PSOE cuando haya que votar la ineludible reforma de la Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas (LOFCA), condición previa a un cambio en el modelo de financiación y entonces se verá en  qué queda el ruidoso cabreo inicial. 

Cabe suponer que Sánchez ha prometido a los indepes que, si la reforma de la LOFCA no saliera adelante, el Gobierno lo arregla con un Real Decreto

Cabe suponer que Sánchez ha prometido a los indepes que, si la reforma de la LOFCA no saliera adelante, el Gobierno lo arreglaría con un Real Decreto. Por prometer que no quede, que lo importante es que la nave siga navegando, y “dove arriverá, questo non si sa”, como decía la canción, además de que sus interlocutores, conocido su rigor en temas jurídicos, eso se lo pueden tragar sin agua.

 En Cataluña también hay enfados sonoros, como los de todos los que no son el PSC o ERC, pero lo más curioso es que el motivo del disgusto y, en algunos casos, la subsiguiente cólera, es el acuerdo relativo a la recaudación de todos los impuestos, que daría lugar a que Cataluña pasara de facto a ser una Comunidad Autónoma en régimen de concierto, como el País Vasco. El simpar Puigdemont ha corrido a descalificar el acuerdo (que personalmente  lo coloca al borde de un definitivo eclipse) con la interesante tesis de que de nada sirve recaudar los tributos si luego no puedes hacer con el dinero lo que te venga en gana.

El simpar Puigdemont ha corrido a descalificar el acuerdo con la tesis de que de nada sirve recaudar si no puedes hacer con el dinero lo que te venga en gana

No parecen influir en el desacuerdo las otras concesiones obtenidas por ERC – Partido, por demás, en abierto declive – para aceptar la investidura de Illa, y entre esos grandes logros políticos de ERC cuesta elegir el más absurdo o el más preocupante, por eso cada cual puede, a su gusto, calificar como mejor le parezca el acuerdo de creación de un buen número de nuevas “embajadas” de Cataluña, servidas, por supuesto, por un personal propio, o la larga listas de medidas de promoción y protección de la lengua, como son la creación de un Departamento de Política Lingüística destinado a defender el catalán, pero, sobre todo, a conseguir su pleno dominio en los medios audiovisuales tanto en las escuelas como en las actividades extraescolares, y , especialmente, acabar con la “ofensiva judicial” exigiendo enseñanzas en castellano. 

También se acuerda garantizar que los catalanes serán atendidos en su propio idioma cuando acudan a la sanidad pública. Habrá que entender que eso supone limitar el acceso a las plazas de médico a los que hablen catalán, pues la otra posibilidad es excluir al médico más adecuado si no sabe hablar catalán, hipótesis grotesca que, precisamente por eso, no habría que descartar, pues quien viva en clave identitaria a buen seguro preferirá la muerte a ser atendido por un médico castellanoparlante.

Como guinda de tan gran helado se pacta también la creación de una «convención nacional para la resolución del conflicto político«, presidida, por supuesto, por ERC. Huelga decir que quienes no acepten el planteamiento del “conflicto” en la manera en que lo formulan ERC (y Junts) no tiene cabida en esa convención, pues conditio sine qua non, será aceptar el expolio histórico de Cataluña a manos de los “castellanos” (da igual de dónde sean), la frustración de todos sus derechos políticos (a diferencia de los demás habitantes de la Península), así como inventos pseudo-constitucionales como el derecho de autodeterminación y la libertad de pertenecer al Estado y a la UE, acompañado de algunos derechos “complementarios”, como son el veto a la presencia de las Fuerzas Armadas en Cataluña y la entrega a la Generalitat de todos los edificios militares que radiquen en esta milenaria tierra ofendiendo con su presencia y su bandera a los sagrados sentimientos de identidad. 

Como guinda de tan gran helado se pacta también la creación de una «convención nacional para la resolución del conflicto político»

La ampliación de las “embajadas” se considera imprescindible para que Cataluña alcance una condición similar a la de un Estado independiente. Si se interroga a un indepe por la razón por la que zonas de Europa cargadas de historia propia, como Baviera, Borgoña o Sicilia, por ejemplo, nunca han pretendido algo así, la respuesta es rápida y simple: ninguna de esas tierras ha visto robada su identidad nacional, y, ante tan sólido argumento lo único sensato es terminar la conversación, por aquello que relaciona la necedad con la sordera. 

Otras partes del acuerdo ERC-PSC merecen ser destacadas, como lo que los periodistas han dado en calificar de “creación de chiringuitos”, denominado así a organismos o instituciones de imprecisa función, normalmente innecesaria, y siempre encuadrados en el fomento y enriquecimiento de la propia identidad nacional, pero que tienen una virtud nada despreciable: el buen número de nóminas que engendran y que pueden ser maná del cielo para muchos militantes necesitados de trabajo o, simplemente, para el mantenimiento del sagrado fuego de la catalanidad.

El tema puede provocar hilaridad fuera de Cataluña y es imposible predecir en qué se plasmará todo eso

El tema puede provocar hilaridad fuera de Cataluña, y es imposible predecir en qué se plasmará todo eso, pero hay que vivir en Cataluña para captar cuánta aberración profunda circula libremente. Un buen ejemplo, que sirve para hacerse una idea de lo que es el universo ideológico y cultural del independentismo campante, lo ofrece la reciente hazaña de Pere Aragonés, quien, siguiendo un plan iniciado por el inolvidable Torra, tomó una decisión que, en su sentir profundo, tenía que colocar su nombre en la lista de los grandes personajes de la historia catalana. Esa decisión, como es sabido, ha sido españolizar los frescos del Salón de Sant Jordi en el Palacio de la Generalitat, para lo cual ha bastado con retirar todos los frescos y  las pinturas que allí había y pintar de blanco el espacio vacío.

Lo realmente interesante es la explicación de la decisión – sin entrar en el tema de la calidad intrínseca de las pinturas – que comienza por la afirmación de la necesidad de borrar las huellas de imperialismo y nacionalcatolicismo español y de desvincularse de la historia de España y del Reino de Aragón. Como metodología en el tratamiento de la historia no merece un comentario serio, pues en la historia de Cataluña no es posible prescindir de la realidad que fue la Corona catalano-aragonesa  nacida tras el matrimonio de Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV, padres de Alfonso II, el primero que fue rey de Aragón y conde de Barcelona desde 1164.  Las borradas pinturas recogían hechos que para el independentismo es mejor olvidar, como son el Compromiso de Caspe, la batalla de las Navas de Tolosa – en la que participó el reino de Aragón capitaneado por Pedro II – la batalla de Lepanto   – por cierto, los buenos catalanes católicos deberían revisar la devoción al Cristo de Lepanto – o el recibimiento de los Reyes Católicos a Colón a la vuelta de su viaje a América.  Todo eso, y otras muchas pinturas que no voy a enumerar, según el Gobierno catalán, tenía un carácter integrista y antidemocrático, incompatible con la sensibilidad política de la Cataluña actual

Esa decisión, como es sabido, ha sido españolizar los frescos del Salón de Sant Jordi en la Generalitat

Se recuerda por los intelectuales indepes que la idea de tapar los primeros frescos del Salón ya la tuvo Puig y Cadafalch siendo presidente de la Mancomunidad de Cataluña, aunque no hacen alusión alguna a que dicho prócer y gran arquitecto apoyó el golpe de Estado de Primo de Rivera y hasta fue a la Estación de Francia a despedirle cuando partía a Madrid para asumir la jefatura del gobierno, rogándole que fuera un Miláns del Bosch (Capitán General de Cataluña en 1918 que utilizó al Ejército para reprimir las luchas obreras) para todos los españoles.

En conclusión: no es posible predecir el futuro, y menos en la España actual. Ignoramos en que se traducirá el enorme cabreo de los que rechazan el nuevo modelo de financiación, pero es bueno ser consciente de con quién se pacta y cuáles el precio de cada cosa, y la tolerancia complaciente con toda clase de desatinos solo sirve para, inexorablemente, degradar la calidad de nuestra vida en sociedad. 

Gonzalo Quintero
Gonzalo Quintero
Catedrático de Derecho Penal y Abogado

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