Joaquín Luna se toma a risa las huestes antiborbónicas que «se concentraron el lunes bajo la solanera en los accesos al monasterio de Poblet y de no ser por los Mossos vaya usted a saber la que habrían armado en el monasterio».
También tiene un recuerdo para el «autor o autores del sabotaje de la línea del AVE entre Girona y Figueres, que fastidió el día a más de 2.000 pasajeros», condenados a resignarse porque «quemar neumáticos en la vía del AVE —y la catenaria— no deja de ser libertad de expresión y muestra del humano derecho a la estulticia».
Y da en el clavo al señalar lo que mueve a los adeptos al excursionismo activista: «Ya entiendo la conveniencia de orquestar causas épicas y purificadoras a la vista del panorama local, tan propicio a las cortinas de humo. Será que vivir la vida loca es una canción pero vivir la vida épica es lo más.»
Eso acabó siendo para ellos la visita del Rey: un día dedicado al deporte de aventura sin demasiado riesgo —los lamentos por la «represión ejercida por los Mossos» ya no engañan a nadie—, la satisfacción de compartir otro momento histórico, una épica de bajo coste.