También en La Vanguardia, Joaquín Luna advierte en la diáspora vacacional, oficialmente desaconsejada, una señal de fin de régimen —Arruínese, pero… ¡con cita previa!: «El hundimiento del Govern de Quim Torra —y de muchos mitos del soberanismo— se demuestra en la voluntad popular: 400.000 vehículos abandonaron el área de Barcelona el fin de semana en contra del criterio de la Generalitat. ¿Se imaginan la tabarra moralista si eso lo hacen en Madrid?»
Podríamos imaginarnos también qué habría pasado si un gobierno presidido por alguien rematadamente autonomista, pero con prestigio personal —Pujol o Maragall—, se hubiera visto en la tesitura de hacer recomendaciones como las que nos ha servido el actual gobierno. Tal vez es una hipótesis algo arriesgada, pero un poco más de caso le habrían hecho.
Se está demostrando que detrás las consignas vacías y de la agitación que no va a ninguna parte sólo había una inpacidad inmensa no sólo de gobernar sino incluso de entender la realidad. Sigue Luna: «La última desfachatez consiste en endosar a la sociedad catalana dos marrones: la responsabilidad de los rebrotes —son ustedes ingobernables— y sobrevivir a la confusión sobre la actividad comercial creada por directrices que inhiben el consumo. Y muy propias de quien no pisa las calles.»