El pasado 29 de noviembre se publicó en las páginas de La Vanguardia un artículo titulado “¡Ni roja, ni rota!” en donde un buen político, a quien los inquebrantables procesistas le quitaron su ADN por no considerarlo suficientemente puro, manifiesta sentirse hoy más español que ayer a cuento de la amnistía y del resto de los pactos del PSOE con JUNTS y con ERC.
Me alegra que mi buen amigo se sienta hoy más español que ayer, pero me entristece que lo sea por compensación y no por convicción. Evidentemente, cuando a uno le amnistían le aflora un cierto “Síndrome de Estocolmo” y hasta puede que un cierto agradecimiento, por lo que bienvenido sea ese mayor sentimiento de españolidad. Sin embargo, mi buen amigo escribe que ese sentimiento le llega a pesar de reconocer que el del “Manual de Resistencia” ha actuado sin el consenso necesario, se ha tragado un sapo, ha faltado a su palabra, ha lesionado la reputación de lo catalán en España, ha polarizado el debate político y, en definitiva, que lo ha hecho mal, aunque haya hecho el bien retornando el independentismo a la senda constitucional.
Mal vamos porque nuestros inquebrantables independentistas no han dejado de ratificar que volverán a la unilateralidad, si es necesario
Mal vamos, me parece y me atrevo a oponer, si a pesar de todo lo malo escrito por mi amigo más arriba él lo aplaude porque dice que permite un retorno a la constitucionalidad que le facilita titular su artículo cómo “Ni roja ni rota”. Mal vamos, afirmo, porque nuestros inquebrantables independentistas no han dejado de ratificar que volverán a la unilateralidad, si es necesario; que volverán a la ruptura del Estado de Derecho (6 y 7 de septiembre de 2017) si es necesario; y que, desde luego, esta Constitución que consagra una España unida bajo la monarquía parlamentaria no es su Constitución.
Desgraciadamente ese artículo debería haber llevado por título “Ni orgullosos ni respetados”, puesto que no es motivo de orgullo el ver como tu gobierno se rinde por siete almonedas en forma de votos, ni tampoco lo es cuando observas que tu gobierno se somete a negociaciones en un país extranjero, ante verificadores internacionales que han formado su máxima experiencia entre guerrilleros y terroristas (¡como si los españoles y catalanes fuéramos de las FARC!), ni es motivo de orgullo ver a tu gobierno que, en vez de gobernar para todos, levanta muros que aquí y allá, separan 179 escaños frente a los 171 restantes. Y aun menos motivo de complacencia es comprobar que, tanto el respeto y admiración que el catalán despertaba ayer se ha vuelto hoy ácida mirada indiscriminada para todo el nacido en Cataluña, piense lo que piense, como el sentirte humillado cuando en Europa y en el resto del mundo observan atónitos lo poco que vale la dignidad de un jefe de gobierno que representa a todos los españoles.
Una investidura y unos pactos de los que no me siento ni orgulloso ni respetado.