Antoni Puigverd, en La Vanguardia —Prohibido ir bien—, reflexiona sobre la dificultad de hacer recomendaciones y de conseguir que los ciudadanos asuman sus responsabilidades.
«La política populista alimenta y halaga los instintos de la masa. Ahora bien, este halago no empodera, como se dice, a la gente. La envicia. En una sociedad infantilizada a la que se le ha negado la posibilidad de entender la distancia que va de desear una cosa a conseguirla, no se le puede pedir contención o conciencia de la gravedad de la pandemia. ¿Puede pedir responsabilidad quien no ha sido responsable de sus actos, quien ha osado decir que dirige el país de manera vicaria, quien acorta o alarga el tiempo de su gestión presidencial de acuerdo, no con las necesidades colectivas, sino a intereses partidistas? ¿Puede pedir obediencia cívica quien ha proclamado a los cuatro vientos la desobediencia?»
La alusión al presidente Torra es obvia, pero la contradicción de un gobernante que por un lado está obligado a ejercer el cargo y por el otro alimenta la desobediencia no viene de ahora, es anterior. Por ejemplo: ¿por qué deberíamos ejercer objeción fiscal ante Madrid y seguir pagando impuestos a las administraciones autonómica y local? El intangible de la independencia no es argumento suficiente.