Las críticas con voluntad canceladora de entidades —chiringuitos subvencionados— LGTBI y activistas Trans contra la escritora Najat el Hachmi, de origen marroquí, acusada también de islamofóbica, son una muestra más de la creciente ola de intransigencia de los colectivos despiertos importados de EE.UU. En esta ocasión, afortunadamente, algunos intelectuales han alzado la voz, aunque de manera muy minoritaria, defendiendo la libertad de expresión. Esta voluntad inquisidora —los inquisidores católicos de la Edad media también se creían los buenos de la película— no es nueva. En Cataluña la sufrimos durante muchos años los que combatimos el independentismo.
Durante el COVID sirvió para anatematizar cualquier matiz a las verdades oficiales. Ocurre lo mismo con todo lo políticamente correcto. Cualquier matiz, cualquier crítica implica tener que acarrear con el sambenito de negacionista, una nueva forma de llamarte nazi. No hay que estar contra las vacunas para cuestionar la vacunación de COVID a los niños. No se es transfóbico por cuestionar que los menores puedan tomar una decisión que les va a condicionar toda la vida sin la madurez necesaria. No se está a favor de la violencia de genero por defender la presunción de inocencia. No hace falta promocionar el odio al hombre blanco heterosexual para defender el feminismo y los derechos LGTBI. Y así hasta el infinito. Lo grave no es que se critique a los críticos, esto sería lo sano, lo grave es la voluntad canceladora, la voluntad inquisitorial.
No se es transfóbico por cuestionar que los menores puedan tomar una decisión que les va a condicionar toda la vida sin la madurez necesaria. No se está a favor de la violencia de genero por defender la presunción de inocencia. No hace falta promocionar el odio al hombre blanco heterosexual para defender el feminismo y los derechos LGTBI
Es de una inmensa ceguera política dejar que los únicos que confronten estos temas sean los partidos de extrema derecha. Feijóo se equivocó no acudiendo al debate a cuatro para defender posturas racionales frente a los extremistas. Aquí en Cataluña, Silvia Orriols, la alcaldesa de Ripoll, ha sido la única en criticar el decreto de piscinas de la Generalitat defendiendo el bañador integral en las piscinas públicas. Argumentos tan esotéricos como la libre elección de la persona sobre su propio cuerpo, como si fuera libre, para justificar una práctica absolutamente antifeminista y que por combatirla mueren mujeres en todo el mundo islámico, es un sarcasmo. Regalarle la oposición a tal medida a Silvia Orriols otro error lamentable de PP-PSOE.
La lucha cultural, como ya ocurre en Estados Unidos, va a marcar la política en los próximos años. Si se regala el combate a la extrema derecha, además de radicalizar y dividir aún más a la sociedad, es la mejor manera de engordarla y facilitar su acceso al poder. Es triste que el sentido común permanezca en silencio mientras los radicales monopolizan el debate.