Los ataques con drones lanzados por el gobierno de Zelenski sobre Moscú a comienzos de junio son buena prueba de que llevamos demasiados meses jugando con fuego, y la guerra de carácter regional librada hasta ahora en territorio ucraniano puede escalarse en cualquier momento y devenir en un conflicto internacional de mucha más envergadura. La invitación y el respaldo concedido al presidente ucraniano en la cumbre del G-7 celebrada en Japón entre el 19 y 21 de mayo deja entrever que la guerra librada en Ucrania desde el 24 de febrero de 2022 va a continuar en los próximos meses y los soldados de ambos ejércitos y la población civil ucraniana van a seguir pagando un alto precio en vidas, destrucción de su riqueza y padecimientos sin cuento.
Como demuestra el primer punto del comunicado final de la cumbre del G-7, “respaldar a Ucrania por el tiempo que sea necesario en respuesta a la ilegal guerra de agresión de Rusia”, hay pocas razones para pensar que el conflicto puede terminar en breve, y lo que es más grave convierte el segundo punto del comunicado en el que se propone “reforzar el desarme y los esfuerzos de no proliferación para aproximarnos al objetivo de alcanzar un mundo libre de armas nucleares y seguridad no disminuida para todos” en mero papel mojado, pura retórica vacía de contenido. Resulta muy difícil avanzar hacia la no proliferación de armas nucleares y garantizar la seguridad de todos al mismo tiempo que la OTAN prosigue desde comienzos de siglo XXI una política de marcado cariz expansionista, incorporando uno tras otro a la organización Atlántica a los países europeos que formaron parte de la URSS o del bloque soviético durante la Guerra Fría (véase Gráfico 1), y aumentando el gasto militar y las fuerzas desplegadas en los países del este de Europa incorporados a la organización (véase Anexo).
De la distensión a la confrontación
La política desplegada por Estados Unidos para aislar a Rusia está en la raíz de las tensiones que se han ido generando en Centroeuropa, especialmente a partir de la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en 2008, y la invasión de Ucrania no es sino el último y más trágico episodio que ha puesto, además, abruptamente fin a los lazos diplomáticos y comerciales que se habían forjado entre la UE y la Rusia postsoviética. Estados Unidos no solo apoyó a los opositores al gobierno democráticamente elegido presidido por Yanukovich que terminó con su derrocamiento en febrero de 2014, sino que no mostró ningún interés porque los primeros ministros que le sucedieron, alineados ya con Washington, Poroshenko (2014-2019) y Zelenski (2019-) cumplieran los acuerdos Minsk II firmados en 2015 para poner fin al conflicto larvado en el Este de Ucrania. Más incluso, Kiev y la OTAN rechazaron frontalmente la propuesta avanzada por Moscú en 2017 de crear una fuerza de interposición de la ONU entre los bandos combatientes en el este de Ucrania para detener “la lucha entre las fuerzas gubernamentales y los separatistas respaldados por Rusia que había ya matado a más de 10.000 personas en el Este de Ucrania desde abril de 2014”.
Gráfico 1. Gastos militares e incorporación de nuevos miembros a la OTAN
(En miles de millones de dólares.)
El peligro de prolongar la guerra
Los papeles secretos filtrados sobre la guerra de Ucrania dejaron entrever la desconfianza de Washington de recuperar los territorios ocupados por Rusia y desvelaron que la única justificación para prolongar la guerra en 2023 es reforzar la posición de Ucrania en una ulterior e inevitable negociación con Rusia. En uno de mis últimos artículos, me refería a que lo “más preocupante resulta la posibilidad de que ante el fracaso para recuperar los territorios ocupados y presionar a los aliados [para aumentar su contribución al esfuerzo de guerra], el gobierno de Ucrania recurra a lanzar ataques sobre Rusia y Putin dé el paso de escalar la guerra y utilizar su arsenal nuclear. Las consecuencias de semejante escalada resultarían nefastas para los ucranianos, desde luego, para los rusos, en segundo lugar, y para el conjunto de ciudadanos europeos que hasta ahora miramos el conflicto desde la barrera”.
Tras los ataques lanzados por Kiev con drones contra Moscú el pasado 30 de mayo (véase, Gráfico 2), el Departamento de Estado reiteró desde Washington que “no respaldaba ataques dentro de Rusia”, si bien añadía que estaba todavía recogiendo información. No respalda abiertamente esos ataques, como no puede ser de otra manera, pero como el resto de los países europeos que proporcionan armas, información y apoyo logístico a Kiev sin control alguno sobre cómo van a ser utilizadas, sí están apoyando indirectamente esos ataques y dejando abierta la puerta a una escalada del conflicto con consecuencias potencialmente desastrosas para todos los ciudadanos europeos, incluidos los que seguimos con nuestras vidas cotidianas como si esta guerra no fuera con nosotros ni nada pudieran hacer para detenerla.
Gráfico 2. Localizaciones verificadas de los ataques con drones sobre Moscú
Fuente: BBC.
En estos tiempos en que la simplificación maniquea domina la información y el debate, cualquiera que se atreva a defender la búsqueda de una solución para poner fin a la guerra en Ucrania se arriesga a ser tachado de estar a favor de la invasión y hasta del mismo presidente Putin. Apenas se escuchan voces en el debate político interesada en comprender por qué se desencadenó el conflicto y por qué la prolongación de la guerra no va a ayudar a sentar las bases de una solución estable y duradera. Reconocer que Putin es el único responsable de la invasión de Ucrania y el gobierno de Kiev tiene toda la legitimidad para defenderse ante una agresión injustificada, no significa que haya que renunciar a detener la guerra ni a buscar una solución acordada que ponga fin a las matanzas, la destrucción y los padecimientos del pueblo ucraniano y los soldados de ambos ejércitos.
¿Ayudará la prolongación de la guerra a recuperar los territorios ocupados?
Tal como aparece reflejada la situación actual del extenso frente en el Gráfico 3, la prolongación de la guerra solo puede otorgar a los dos bandos enfrentados alguna ventaja ínfima en la futura mesa de negociación, y esa parece ser la única justificación avanzada por los contendientes para prolongarla. El lector puede comprobar que los territorios reconquistados en la reciente contraofensiva del ejército ucraniano (coloreados en azul) son pequeñas manchas que poco cambian la situación del frente.
Gráfico 3. Territorios bajo control ruso (color salmón) y áreas recuperadas (en morado) de la contraofensiva ucraniana
Fuente: The Economist.
Ante esta nueva guerra de atrición en la que difícilmente se vislumbra un vencedor indiscutible, urge por razones tanto humanitarias como de seguridad global, encontrar una solución negociada que debería plantearse sobre las bases acordadas en Minsk II, esto es, respetando las fronteras existentes en 2015 y ofreciendo garantías de seguridad aceptables para todas las partes involucradas en el conflicto. De una parte, a los ucranianos, incluidos claro está los habitantes de las regiones del este de Ucrania a los que Kiev acordó conceder cierto grado de autonomía en 2015 sin que nunca sus gobiernos lo hicieran. Y de otra, a los rusos, para asegurarles que la ampliación de la OTAN auspiciada desde Washington en las dos últimas décadas no constituye una amenaza para su seguridad. Sin esas garantías, resultará difícil que Rusia abandone los territorios ocupados y sobre todo que se alcance una paz duradera en la zona y se ponga fin al riesgo de iniciar un conflicto global.
Tras la fallida invasión de Bahía de Cochinos propiciada y financiada por Estados Unidos para derrocar al presidente Castro, el presidente Kennedy consideró la instalación de misiles con cabezas nucleares en Cuba en 1962 una amenaza intolerable para su seguridad, y el mundo estuvo más cerca que nunca de una guerra entre dos potencias con suficientes armas nucleares para poner en peligro a la Humanidad entera. Uno no puede dejar de preguntarse si Rusia no tiene el mismo derecho a cuestionar el despliegue militar de la OTAN en países fronterizos con Rusia y el mantenimiento de un importante arsenal nuclear en varios países miembros de la organización militar no solo en países Atlánticos (Alemania, Países Bajos y Bélgica) sino también en países tan mediterráneos como Italia y Turquía.
Y la pregunta que los ciudadanos, los gobiernos, las instituciones europeas deberíamos hacernos es si queremos sentar las bases de una paz duradera en Europa sobre los pilares del multilateralismo y la seguridad compartida, o nos conformamos con seguir formando parte de una organización excluyente al servicio de los intereses geopolíticos de otra potencia. La guerra se está librando en Europa, las víctimas son europeos y a nosotros nos compete encontrar una salida acordada para frenar esta nueva barbarie que nos mata y empobrece. A veces uno tiene la sensación de que hemos aprendido muy poco de las dos terribles guerras mundiales que asolaron Europa en el siglo XX.
Anexo. Batallones integrados en el mando único de la OTAN desplegados en los siguientes países (Host nation) del Este de Europa a 23 de junio de 2023:
Host nation: Bulgaria
Framework nation: Italy
Contributing nations: Albania, Greece, Montenegro, North Macedonia, Türkiye and the United States
Host nation: Estonia
Framework nation: United Kingdom
Contributing nations: Denmark, France and Iceland
Host nation: Hungary
Framework nation: Hungary
Contributing nations: Croatia, Italy, Türkiye and the United States
Host nation: Latvia
Framework nation: Canada
Contributing nations: Albania, Czechia, Denmark, Iceland, Italy, Montenegro, North Macedonia, Poland, Slovakia, Slovenia and Spain
Host nation: Lithuania
Framework nation: Germany
Contributing nations: Belgium, Croatia, Czechia, Luxembourg, the Netherlands, Norway, Portugal and the United States
Host nation: Poland
Framework nation: United States
Contributing nations: Croatia, Romania and the United Kingdom
Host nation: Romania
Framework nation: France
Contributing nations: Belgium, Luxembourg, the Netherlands, North Macedonia, Poland, Portugal and the United States
Host nation: Slovakia
Framework nation: Czechia
Contributing nations: Germany, Slovenia and the United States