Los partidos son empresas cuyos clientes son los votantes y, la cuenta de resultados, el poder que acaparan. Siempre ha sido así, pero en Europa la confrontación entre conservadores y socialdemócratas siempre tuvo un punto de encuentro que permitía consensos básicos: el crecimiento económico acompañado del reparto de la riqueza y la mejora de las condiciones laborales. Estos tiempos han pasado. La lucha de clases ha dejado de ser el motor de la historia, al menos de las sociedades occidentales.
La izquierda, especialmente la populista, decidió exacerbar la división social en busca de nuevos caladeros de votantes. Reivindicaciones sociales, inicialmente justas, en materia de sexo, raza, inclinación sexual o medio ambiente, por poner los ejemplos más relevantes, se han llevado al extremo, se han vuelto armas arrojadizas y han dividido la sociedad hasta extremos insoportables. En Cataluña, el independentismo ha añadido otra fractura social. Todo ello ha llevado a una creciente radicalización y fragmentación del mapa político.
Ada Colau es el paradigma de las políticas sectarias y divisorias pues solo ha gobernado para los suyos con el seguidismo de sus aliados
Las políticas gubernamentales van dirigidas cada día más a la clientela política correspondiente. Ada Colau es el paradigma de las políticas sectarias y divisorias. Sólo ha gobernado para los suyos con el seguidismo de sus aliados que, parece, ha llegado a su fin. En las próximas elecciones, si queda primera y no hay una mayoría absoluta alternativa, puede gobernara Barcelona con el apoyo de no más de 15 de cada 100 barceloneses y a pesar de que una amplia mayoría está en contra de su gestión, según todas las encuestas. En concreto, casi el 75% según la encuesta de El Nacional. La atomización ya reseñada y la falta de un líder alternativo potente han hecho posible ese escenario dantesco.
Es imprescindible que Colau no acabe siendo alcaldesa por ser la lista más votada, en el caso que finalmente lo sea. Sería antidemocrático y muy perjudicial para la ciudad y sus residentes. Habrá que esperar al resultado de los comicios para ver las alianzas que permite la aritmética electoral. Cualquier alternativa pasa por un acuerdo Collboni-Trias, pero si no es suficiente, el PP debe facilitar el acceso a la alcaldía del vencedor entre ellos. Aunque no participe del gobierno municipal. Su modelo de ciudad tiene suficientes elementos en común y es incompatible con el de Colau. Que aparquen sus diferencias supramunicipales y que se pongan de acuerdo por el bien de la mayoría. En ningún supuesto es de recibo que gobierne la ciudad una candidata con una amplísima mayoría de ciudadanos en contra. El daño a Barcelona de cuatro años más de colauismo puede ser irreversible.