ECOS INDEPENDENTISTAS | ‘El meu avi’, negrero explotador

La diputada de la CUP y alcaldable por BCN, 'Basha Changue'.

¡Quién iba a decir que la cándida letra de una canción habanera iba a cobrar dimensión política! La diputada en el Parlamento catalán y candidata de la CUP a la alcaldía de Barcelona, Basharat Changuerra i Canalejo, alias Basha Changue, respondiendo a la pregunta sobre si ha de prohibirse El meu avi, pedía un debate de país sobre el asunto. Una manera como cualquier otra de decir que sí, teniendo en cuanta quién lleva y cómo lleva los «debates de país» en este país.

Compuesta en 1968 por el coronel José Luís Ortega Monasterio —que después participó en la Unión Militar Democrática—, El meu avi es una de las canciones más conocidas y la más celebradaS en todos los conciertos de habaneras. Habla de unos marineros de Calella —la del Ampurdán— que murieron en la guerra de Cuba, en 1898 —«Tingueren la culpa els americans»—, y no dice ni una palabra sobre la esclavitud en Cuba, que había terminado una década antes. Pero éste es el tema que a falta, o en substitución, de debates sobre la independencia ocupa parte del debate político en Cataluña. Lamentar lo que pasó hace siglo y medio para evitar hablar de lo que hicimos o no hicimos hace media década.

De Begur a Tarragona

Abre juego TV3 con un reportaje sobre el gran negocio de los negreros catalanes. Es curioso ver cómo a veces se ha lamentado la exclusión de Cataluña en la conquista de América y otras veces, como en este caso, se habla de su protagonismo como si fuera un Estado independiente, con su propia iniciativa colonial:

«Durante buena parte del siglo XIX, Cataluña transportó a decenas de miles de esclavos africanos para venderlos y explotarlos en América, sobre todo en la isla de Cuba (…) Aparte de los dueños de las plantaciones, se implicaron cientos de comerciantes, inversores, propietarios de goletas y bergantines, marineros y todo tipo de trabajadores. De Begur a Tarragona, muchos pueblos de la costa catalana han tenido relación con el tráfico de negros.»

Siguiendo esta disparatada lógica, el leñador que cortó un árbol cuya madera acabó siendo parte de un barco que transportó mano de obra esclava, o el tabernero que sirvió un vino a un contramaestre que trabajaba en una ruta entre África y América serían cómplices de un sistema esclavista del cual conviene hacer culpable al país entero. Y como nadie quiere poner límites al delirio, sus descendientes serían merecedores de castigo hasta la tercera y la cuarta generación. Entonces se empieza a hablar de reparaciones. Los descendientes de los que se enriquecieron con el tráfico de esclavos deberían pagar reparaciones a los descendientes de esclavos.

Supremacismo epistémico

Después del documental, el 21 de febrero, aparece un artículo de Basha Changue en el Crític: No estàvem destinats a sobreviure, para dejar bien asentada esta idea: «La Cataluña moderna está erigida sobre la sangre, el sudor y los cuerpos de cientos de miles de personas esclavizadas… y colonizadas.» Como si no supiéramos que la Cataluña moderna es fruto del trabajo de sucesivas generaciones de catalanes, en condiciones difíciles, como en toda Europa, pero no de esclavitud.

Changue reprocha al documental que «invisibiliza el nada menor período colonial catalán en Guinea Ecuatorial», pues «sentencia el final del período esclavista catalán con la liberación de la última persona esclavizada en Cuba en 1881». Afirma que en la Guinea española, que logró la independencia en 1968, «la presencia catalana era la mayoritaria en la población colona y especialmente mayoritaria en la propiedad de los negocios». Pero ¿hubo esclavitud en Guinea? «Si bien no existía oficial ni legalmente la esclavitud, las plantaciones y factorías de cacao y de madera seguían funcionando en condiciones de esclavitud y las personas esclavizadas seguían siendo trasladadas forzosamente desde otros lugares hacia la Guinea española.» Las condiciones de trabajo de personas libres, en muchos lugares y momentos, han sido y son comparables a las de los esclavos, pero la similitud no autoriza a la identificación.

Basha Changue —nacida en Barcelona, «hija de padre guineano y madre cordobesa» según la Wikipedia—, que al pie del artículo se define como «afrocatalana» —¿deberíamos otros definirnos como eurocatalanes?—, descubre pronto lo que más le ha disgustado del documental, que no la hayan invitado a participar: «Se ha usado nuestra imagen reivindicativa, pero se ha obviado nuestra voz, en una nueva muestra del sitio subalterno que ocupan las comunidades afro-catalanas en esta narrativa.»

En el afán por imponer su propia versión de la historia, denuncia lo que ha hecho el documental: «Es un ejercicio sutil, pero claro de supremacismo epistémico, en el que las personas afrodescendientes somos complementos de la narrativa blanca de expiación a través de un pretendido rigor histórico, pero en ningún caso político. En definitiva, este documental nos presenta una narrativa en la que las personas descendientes de los procesos que narra seguimos sin ser sujetos políticos de pleno derecho, voces autorizadas sin tutela, protagonistas y narradores de nuestras propias historias.» Es un ejemplo más de la manipulación del pasado para crear una conciencia de victimismo como legitimación de un proyecto de futuro.

Una transformación colectiva de la sociedad

Es lo que Pascal Bruckner llama «la victimización como carrera»: «Reclamar un lugar en el espacio público a través de una reapropiación del pasado (…) Herederos: esto significaba tradicionalmente los hijos de buena familia que gozaban de una gran fortuna y una buena educación. Ahora la palabra significa la transmisión de un nuevo valor patricio: el dolor, que nos eleva a un valor nobiliario inédito (…) Ya no creamos nuestra vida, repetimos las heridas de ayer. Lo que el pensamiento victimista resucita es la antigua categoria religiosa de la maldición ¿Cómo evitar entonces transformarse en lobbies de atormentados profesionales, disputando a otros sus segmentos de mercado y la corona de mártir?»

La demanda de reparación no va de dinero, aparentemente y por ahora: «Aunque algunos movimientos de afrodescendientes en todo el mundo sí que reclaman indemnizaciones económicas para los descendientes de las personas africanas raptadas y esclavizadas, en nuestro país las comunidades afrodescendientes entendemos la reparación como transformación colectiva de la sociedad en la que vivimos. Reparación significa recuperar y hacer presente la memoria, en el espacio público, en los museos, en los currículos escolares, en la cultura, evidentemente decidir qué hacer con los monumentos y símbolos en el espacio público…»

Luego cita algunos ejemplos de actividades a eliminar para reescribir la historia, como la Feria de Indianos de Begur o la Red de Municipios Indianos. Debe tener en mente también otras iniciativas reparadoras como la retirada, en 2018, de la <a target=_blank href=»https://www.abc.es/espana/catalunya/barcelona/abci-primer-marques-comillas-borrado-barcelona-gobierno-colau-201803010049_noticia.html»>estatua de Antonio López y López</a> de la plaza que llevaba su nombre en Barcelona con el pretexto precisamente de sus negocios en la trata de esclavos.

Recordar personajes y hechos del pasado no significa necesariamente aplaudirlos, ni borrarlos significa construir un mundo mejor sino más bien la imposición de una tiránica desconexión con el pasado. Hay entre nosotros muchos aprendices de Qin Shi Huang, el primer emperador de la China, que en el siglo III aC persiguió a los intelectuales y quemó los libros existentes, en un intento de borrar toda la historia anterior a su reinado y reescribirla a su manera.

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