Aunque el grado de satisfacción de los españoles con las entidades financieras es bastante más alto de lo que pudiera anticiparse, las prácticas abusivas que se producen de tanto en tanto suelen alcanzar una fuerte resonancia mediática. La mayoría de los ciudadanos de a pie mantenemos nuestros depósitos y otros activos financieros en entidades que nos conceden créditos para financiar algunos de nuestros gastos, adquirir una vivienda o realizar inversiones. Naturalmente, estamos en una sociedad capitalista donde las entidades nos cargan comisiones (precios, al fin y al cabo) por realizar todas esas operaciones, exactamente igual que lo hacen el electricista de toda la vida, el tendero de la esquina, el peluquero del barrio, y el restaurante al que acudimos a tomar el menú.
Como cualquier entidad con fines de lucro, las entidades financieras intentan maximizar sus ingresos y minimizar sus costes, y a veces utilizan tretas para llevarnos a su terreno, no siempre, reconozco, respetuosas y edificantes. Exactamente igual que hacen el electricista, el tendero, el peluquero y el dueño del restaurante. Quien más y quien menos, casi todos hemos tenido algún encontronazo con unos y otros, a veces tan fuerte que nos hemos despedido despechados y dando un portazo hemos ido a buscar consuelo en la competencia, solo para comprobar que en todas partes cuecen habas y, en la mía, podrían añadir los banqueros, a calderadas. La razón de que los agravios en el caso de las grandes entidades financieras alcancen mayor notoriedad obedece a una cuestión meramente de tamaño: sus pequeños clientes se cuentan por decenas o centenares de miles, las entidades en cambio son pocas y poderosas, obtienen beneficios enormes y sus cúpulas directivas perciben remuneraciones estratosféricas.
Síntomas y populismo despiadado
No tengo intención aquí de defender que esas remuneraciones tan elevadas estén plenamente justificadas por la necesidad de atraer y retener a los mejores talentos para reforzar las entidades, porque existe, en mi opinión, un elevado componente de arbitrariedad en su cuantía, al no existir una relación claramente identificable entre la remuneración percibida y la productividad del empleado. El hecho que sí me importa resaltar es que por muy excesivos que nos parezcan a los ciudadanos de a pies esas remuneraciones constituyen una parte insignificante del coste salarial de las grandes entidades financieras y tienen, por tanto, escasa incidencia en los beneficios obtenidos. Otra cuestión distinta es si los beneficios que están obteniendo las entidades son más o menos elevados y si la aportación a las arcas del Estado es la apropiada.
El populismo hoy tan boga nos lleva a dirigir nuestra atención a los aspectos más superficiales del problema en lugar de prestar atención a los sustantivos. Hace unos días, la vicepresidenta Díaz publicaba un tuit en el recordaba a las entidades financieras que “vivimos en un país en el cual muchos hogares están teniendo cada vez más dificultades para pagar la hipoteca, a la vez que 5 grandes entidades financieras tienen beneficios extraordinarios” y les recomendaba “congelar hipotecas y moderar beneficios [porque] es la vía para que ganemos todas”. La ministra Belarra, aprovechaba la publicación de los beneficios de una gran entidad para manifestar que “como imagino que no se puede decir que esos beneficios milmillonarios son capitalismo despiadado, voy a decir que son absolutamente impúdicos”. Pero tampoco se ha quedado a la zaga Montero, ministra de Hacienda y Función Pública, que nos dejaba estos días otra perla roja: “en estos momentos en los que hemos conocido beneficios récord, millonarios, las grandes entidades [financieras] deben aportar una parte de los mismos para que se beneficie el conjunto de la sociedad”.
Beneficios extraordinarios, beneficios récord, capitalismo impúdico, obligación de aportar más. Las críticas populistas contra las entidades financieras vertidas por miembros del Gobierno han encontrado incluso un hueco en el diario Expansión, poco sospechoso de socavar el capitalismo, que se ha subido también al carro del heno pilotado por Díaz, Belarra y Montero. En un artículo titulado “Los grandes bancos empezarán a remunerar los depósitos en verano”, Arancibía critica que “las entidades no empiecen ya a hacer algo que saben que tendrán que hacer”: aumentar la remuneración de los depósitos. Más leña al fuego en unos días en que los telediarios no cesan de mostrar colas a la puerta del Banco de España de ciudadanos quejosos por la nula remuneración a sus depósitos.
Quiero recordar que hace muy poco días el Gobierno publicó en el BOE la “Ley 38/2022, de 27 de diciembre, para el establecimiento de gravámenes temporales energético y de entidades de crédito y establecimientos financieros de crédito y por la que se crea el impuesto temporal de solidaridad de las grandes fortunas, y se modifican determinadas normas tributarias”. La norma impone una exacción pública patrimonial no tributaria a entidades de crédito y establecimientos financieros de crédito con la que Hacienda espera obtener 1.500 millones en 2023 y otro tanto en 2024, que no grava los supuestos beneficios ‘extraordinarios’ e ‘impúdicos obtenidos’ por las entidades y establecimientos financieros de crédito, sino la diferencia entre los tipos de interés en las operaciones de activo y pasivo. Cualquier economista puede entender que este gravamen supone un coste adicional que solo puede acentuar la reticencia de las entidades y establecimientos financieros de crédito a remunerar mejor su pasivo.
¿Se están forrando los grandes bancos?
La recuperación de los beneficios de las entidades de crédito en 2022 debería alegrarnos a todos, incluso a las sagaces ministras de Sánchez. Primero, porque indica que las entidades financieras privadas, disfrutan de una salud aceptable y no requieren que el Estado tenga que acudir a sacarles las castañas del fuego, como ocurrió con tantas Cajas de Ahorros cuyas cúpulas estaban controladas por los partidos políticos entre 2009 y 2012. Segundo, porque más beneficios para estas entidades implica más recaudación por el impuesto de Sociedades. Pero ¿es verdad, como dan a entender nuestras ministras, que las entidades financieras están obteniendo beneficios extraordinarios y deberían aplicarse a reducirlos, congelando los pagos de las hipotecas, manteniendo sus plantillas o reduciendo voluntariamente sus beneficios?
Cuando una sociedad cotizada en bolsa obtiene grandes beneficios de manera sostenida en el tiempo, su valor de mercado aumenta y ello se refleja en su cotización bursátil. Los Gráficos 1,2 y 3, muestran la evolución de la cotización de las acciones de las tres entidades financieras españolas más importantes durante un período prolongado de tiempo.
Gráfico 1. Evolución de la cotización de las acciones del Banco Santander
Fuente: Bolsas y Mercados Españoles.
Los gráficos del Banco Santander y BBVA indican que el valor de las acciones está muy por debajo de su cotización en la primera década del siglo XXI e incluso el primero está bastante lejos de recuperar las cotas alcanzadas antes del inicio de la pandemia en 2020. El BBVA ha logrado recuperar el terreno perdido desde 2020, pero se encuentra todavía a gran distancia de los valores alcanzados en 20214-2017. La cotización de CaixaBank, fusionada con una de las entidades quebradas (Caja Madrid) a finales de 2020, está logrando remontar el vuelo, pero se encuentra también por debajo de la cotización anterior a la fusión. Antes de sacar conclusiones precipitadas sobre el despiadado capitalismo conviene reflexionar un poco.
Gráfico 2. Evolución de la cotización de las acciones del del BBVA
Fuente: Bolsas y Mercados Españoles.
Gráfico 3. Evolución de la cotización de las acciones de CaixaBank
Fuente: Bolsas y Mercados Españoles.
Darle duro al mono o reflexión pausada
La cotización de las dos entidades de crédito más importantes de nuestro país, Banco Santander y BBVA, que desarrollan funciones de intermediación esenciales para el funcionamiento de la economía española y proporcionan empleo a varias decenas de miles de personas, ha registrado caídas importantes que podrían suponer pérdidas de capital para sus accionistas, a menos que esa evolución desfavorable de sus cotizaciones se haya visto compensada con dividendos distribuidos y desdoblamientos de acciones para reducir su valor nominal. Está muy lejos de haberse probado que los accionistas de las entidades financieras, los verdaderos capitalistas despiadados, hayan obtenido rentabilidades desmesuradas desde 2007, y bien podría ser que ahora no estén sino recuperando parte del terreno perdido durante la pandemia.
La conclusión que me gustaría trasladar es que antes de propagar libelos sobre la presunta despiadada codicia de las entidades y establecimientos financieros de crédito, las señoras ministras deberían dedicar una fracción ínfima de los cuantiosos recursos humanos y presupuestarios de que disponen en sus Ministerios a analizar la rentabilidad obtenida por los accionistas durante un período de tiempo prolongado, incluyendo fases de bonanza y penuria, para ver si han obtenido (o no) rendimientos extraordinariamente elevados, como gratuitamente dan por sentado. Seguir dando palos al mono de feria porque las entidades de crédito y los establecimientos financieros de crédito, ya se sabe, son despiadadas por naturaleza, ayuda muy poco a reforzar la confianza en nuestra economía y aviva los bajos instintos de la peor retórica socialista y el furibundo anticapitalismo podemita.