«Som una nació» es el lema que se ha esgrimido en Cataluña desde la transición. «Som una nació. Nosaltres decidim» fue el lema que en julio de 2010 encabezó la manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatuto, manifestación que se considera punto de partida del proceso independentista. No ha de ser fácil pasar ahora a decir «Somos una minoría nacional», pero ésta es la idea que se abre paso en los últimos tiempos, sobre todo a partir de la reciente sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que acepta que pueden existir «deficiencias que afecten a un grupo objetivamente identificable de personas».
El editorial de Vicent Partal, en Vilaweb, el día 31 de enero, se titula: Minoría nacional, el concepto que no gusta a los catalanes pero que ya tiene la llave del conflicto. Si el tribunal considera que «un Estado puede ser democrático en términos generales y sin embargo no comportarse de manera democrática con un «grupo de personas objetivamente identificable”» viene a aceptar «finalmente lo que históricamente se ha llamado “minoría nacional”». Pero a Partal no le escapa que el TJUE, antes que volver al principio de las nacionalidades de Woodrow Wilson, tiene otra cosa en mente: «En esta sentencia, debe entenderse que el TJUE crea jurisprudencia más allá del caso concreto que estudia. Y es posible que por eso haya optado por un recurso descriptivo más abierto que el tradicional de minoría nacional. Porque “un grupo de personas objetivamente identificable” encaja perfectamente en varios supuestos de posible aparición en áreas diversas de Europa, como minoría nacional, minoría religiosa, minoría sexual u otros, y el tribunal debe velar por posibles aplicaciones de su jurisprudencia en casos distintos.»
Grupo objetivamente identificable
De la Unión Europea no se puede esperar nada que vaya en el sentido de crear nuevas fronteras o de reajustar las existentes. La UE ha nacido para eliminar las fronteras interiores, disolver las identidades y expandirse hasta no se sabe dónde —hubo conversaciones con Turquía, ahora se pretende incorporar Ucrania—. Al establecer la noción de «grupos objetivamente identificables» como objeto de eventuales discriminaciones, más que en los daneses de Alemania o en los eslovenos de Italia, el TJUE debe estar pensando en el no reconocimiento del llamado matrimonio homosexual en países del este de Europa, o en conflictos relacionados con el culto musulmán.
Afirma Partal: «El camino que traza el TJUE puede ser óptimo (…) para estudiarlo a fondo y desarrollar una estrategia apropiada, tanto en el estado español como en el estado francés. Porque muy probablemente la clave de una solución europea del conflicto catalán requiere asumir que los catalanes somos una minoría demográfica en ambos estados, que no puede elegir libremente, por la inferioridad numérica, como “salvaguardar su cultura” y que no es tratada con igualdad de condiciones con los demás ciudadanos.» Esto abre una discusión que es difícil sostener ante las instancias europeas cuando los catalanes de estas cuatro provincias gozan de los mismos derechos sociales y políticos que el resto de ciudadanos de España, a diferencia de la minoría irlandesa en Irlanda del Norte durante décadas. En cuanto a la salvaguarda de la cultura catalana, haría falta saber qué es. Cuando Oriol Junqueras, en 2018, afirmó que lo de Rosalía —un producto de consumo global, sin raíces en ninguna parte— es cultura catalana, dejó claro que cualquier cosa que convenga al gobierno de turno puede ser «cultura» y puede ser «catalana». Que se identifique en el pasado una cultura catalana tiene escasa importancia si actualmente tiende a parecerse cada vez más a la de los vecinos. Y si cada vez es más difícil presentar una identidad diferenciada, la idea de reivindicarse como un grupo de personas objetivamente identificable que puede adoptar lo que hasta hace poco se llamaba el catalanismo político acabará pronto en una tautología. La identidad catalana sería una elección personal: es catalán quien diga que es catalán. Menos aún, si como dice Antoni Bassas en el Ara —Grup objectivament identificable— hablamos de «un grupo que es perseguido por razón de su ideología independentista», que «no tiene respetado el principio de un juicio justo por razón de su ideología», lo cual vendría a ser «una deficiencia sistémica del sistema judicial español». Queda por saber qué pasa con los catalanes que no comparten la ideología o la militancia independentista. ¿No formarían parte de la minoría nacional?
Un plus de persecución
Un director general en el actual gobierno de la Generalitat, Adam Majó (CUP), afirma que «la sociedad catalana, el pueblo, lo formamos todos los que aquí vivimos, incluidos también los españolistas y los que ni saben ni contestan», y que el único grupo objectivamente identificable es el independentismo». Considera «un hecho demostrable (…) que las personas vinculadas al independentismo (…) sufren desde hace décadas un plus de persecución, arbitrariedad y severidad por parte de la justicia española (…) Afirmar, en cambio, que somos los catalanes, por el mero hecho de serlo, quienes sufrimos un trato desfavorable por parte de la justicia española es mucho más atrevido».
En la República, Xavier Martínez resume la oposición a la idea —Som una nació, no una “minoria”—: «El hecho de calificarnos de “minoría nacional” va en contra del derecho a la autodeterminación. El artículo 1 del Pacto de Derechos Civiles y Políticos reconoce el derecho a la autodeterminación de los pueblos, es decir, de las naciones. Llamarnos “minoría nacional” es reducir nuestra condición a un grupo residual en un territorio que no nos pertenece. Y esto dinamita uno de los pilares del concepto de nación al desvincular a la población del territorio donde vive. De modo que, llegado el caso, nos podrían decir que no todo el que vive en Cataluña forma parte de esta “minoría nacional” y, por tanto, no tienen el derecho a autodeterminarse porque estarían decidiendo en nombre de los demás conciudadanos que no se consideran parte de esa “minoría nacional” (…) No, de ninguna de las maneras debemos permitir que nos llamen “minoría nacional” en nuestro país. Somos una nación, nosotros decidimos.
De imponerse la idea de minoría nacional, sería un cambio de paradigma. A diferencia de las naciones oprimidas, que tienden a tomar el Estado por asalto, como se intentó aquí en 2017, las minorías nacionales sólo reclaman reconocimiento y atención. Se ve venir otro cisma, y otra ola de acusaciones de traición de un lado a otro, esta vez entre los irreductibles partidarios de «volverlo a hacer»: por una parte los partidarios de persistir en el propósito de alumbrar un nuevo estado, y por otro los partidarios de presentarse como una «minoría nacional» confiando en que la UE algún día se fije en nosotros y nos conceda si no un Estado al menos un estatus.