Después de cualquier manifestación que se precie, hay que discutir sobre la cifra de manifestantes. En el caso de la convocada para contestar la reunión de Sánchez con Macron en Barcelona, el pasado día 19, fueron 30.000 según la ANC, 6.500 según la Guardia Urbana, y que cada cual haga sus propios cábalas. En principio, parece que fueron bastante menos de 30.000 y algo más de 6.500. Pero importa menos la cantidad que la calidad de la manifestación. Y ésta fue agria, incapaz de despertar ilusión y para nada anuncia una revitalización del movimiento independentista a corto plazo.
Los números más destacables fueron el abucheo a Oriol Junqueras y el porrazo a Jordi Pessarrodona. El presidente de ERC tuvo que irse cuando le gritaron «fora botiflers» y «Puigdemont, el nostre president»; según otra interpretación, ya tenía previsto irse cuando empezaron los gritos. Más sorprendente fue —lo cuenta el Nacional— que algún asistente subiera la apuesta diciendo: «Junqueras, traidor, te queremos en prisión». Fue un grupo de energúmenos, según Sergi Sol. El vicepresidente de la ANC, como se puede ver en el video de Vilaweb, se abalanza varias veces contra un mosso d’esquadra hasta que éste, no sin al menos tres advertencias previas, le descarga un golpe de porra en la pierna izquierda, propiciando una aparatosa caída, sin más consecuencia que algunas exclamaciones en las redes sociales.
El protagonista de la revolución catalana
Oídos los discursos de rigor y finalizada la manifestación, Vicent Partal, en Vilaweb, sólo percibe buenas noticias: la calle vuelve a ser de la gente. Nunca ha quedado claro qué es «la calle» en el imaginario independentista. Parece ser que la calle es el lugar donde se reúne la gente y a la vez es la gente que se reúne en la calle, de tal manera que la gente que no se reúne allí, en la calle donde ha sido convocada a reunirse, deja de tener importancia y tal vez incluso de ser gente.
Esta vez, Partal arriesga una definición sobre «la calle»: «Ese ente indefinido pero nada abstracto que ha sido y es el protagonista principal de la revolución catalana.» Y nos revela que el ente «ha empezado a arrinconar en las esquinas a los profesionales que habían subido al tablado y se ha vuelto a sentir cómodo, cada día más cómodo, consigo mismo». No se entiende cómo se puede arrinconar a alguien en una esquina —los rincones son cóncavos y las esquinas convexas— ni cómo el ente se ha desvinculado de sus creadores, cual monstruo de Frankenstein, y parece un poco exagerado sugerir que los convocantes se han visto desbordados y desautorizados por los convocados. Dejando a parte algunos desahogos contra ERC, que ya debían contar con ello —como los árbitros de futbol cuentan con oír ciertas alusiones poco respetuosas—, nada hace presagiar un seísmo en el mapa político catalán.
Pero hoy tocaba entonar una oda al independentismo unilateral: «Llenar la avenida de Maria Cristina como se llenó ayer, a la hora que era, con el frío que hacía y en un día laborable, es una heroicidad que sólo puede hacer el independentismo. El unilateral, el que está dispuesto a rematar la independencia al precio que sea y lo antes posible. El que no tiene ninguna pereza para movilizarse ni cuando hay nubes en el horizonte. El que no está dispuesto a renegar de la dignidad personal y colectiva. No hay otro movimiento capaz de una proeza política comparable. Ni uno.»
La fuerza simbólica que todavía tiene Puigdemont
Para redondear esta interpretación del momento, Ot Bou, también en Vilaweb, aporta una alabanza a Puigdemont, quieto con la pilota. Las manifestaciones independentistas de estos últimos meses han sido «descritas como el síntoma de radicalización de un independentismo amargo y marginal. Y en todas ellas tan sólo Puigdemont se salva del enfado colectivo. “Puigdemont, el nostre president” es el único grito nominal que se repite, tal vez el único grito que siempre se repite con intensidad. La cuestión es si esto es un síntoma de la fuerza simbólica que todavía tiene hoy Puigdemont o si en cambio es un indicio de que en las manifestaciones tan sólo quedan sus seguidores, que son, igual que él, los más tercos, y de ahí viene que coreen su nombre».
A Bou le toca hablar bien del presidente en el exilio, «el único que no ha enfriado la posibilidad de la independencia», pero no puede evitar señalar el vacío que envuelve a su figura: «Lanza la piedra, dice que hay que protestar contra la cumbre, y esconde la mano, y quedándose inmóvil parece aislado y a veces débil, pero él sigue estando ahí, y una parte del independentismo aún le mantiene la simpatía e incluso toda la lealtad, pero nadie sabe muy bien lo que piensa de tanto tiempo como hace que no lo dice.»
¿Hasta cuándo tanta indefinición? «Se limita a ser. A ser un símbolo. Pero es justamente eso lo que le permite dar oxígeno a Junts para volver a ser la nueva vieja Convergencia (…) Xavier Trias, apenas se atreve a decir que es independentista y ya es oficialmente el candidato de las elites (…) Puigdemont sabe perfectamente lo que alimenta. Es como un jugador quieto con el balón y con dos opciones. Asumir los errores, pasarla y desvincularse del partido —en ambos sentidos—, o confiar en la jugada Trias para no quedarse en el limbo. Con las elecciones municipales y el debilitamiento de Esquerra, la presión para que se decante crecerá. La encrucijada cada día está más cerca.»
Reconocer que hasta aquí hemos llegado, con la apuesta independentista, no va con el carácter de Puigdemont. Cambiar de tercio y decirles a sus seguidores que mientras tanto —mientras nos pensamos cómo hacer la independencia que no pudimos hacer hace cinco años— sigan votando las listas de antiguos convergentes y nuevos advenedizos que compone, cada día que pasa es más difícil de sostener.
El partido de la abstención
José Antich, en el Nacional, dice que se trató de Una mani de reafirmación. El gobierno español ha podido comprobar que «su agenda por el reencuentro y su idea de una Catalunya domesticada distan mucho de ser algo más que un eslogan, y desde las puertas del MNAC las dos delegaciones española y francesa han podido escuchar con toda nitidez las protestas de los independentistas. Si Pedro Sánchez quería exhibir ante Emmanuel Macron el final del conflicto catalán, parece difícil que haya convencido al titular del Eliseo de ello. Dicho esto, el Sánchez camaleónico que conocemos cree tener bastante con mirar Barcelona desde el MNAC y ver que la ciudad continúa su vida normal y que el Govern está incómodo pero presente en la salutación a Macron.»
Bernat Dedéu, también en el Nacional, se recrea en la escasa envergadura de la manifestación —Un casino y una carretera—: «Como ya os dije la semana pasada, a la manifa contra la cumbre hispanofrancesa acabaron yendo cuatro gatos, y Oriol Junqueras sólo se presentó para hacerse el ofendido ante los silbidos de algún puigdemontista pasado de vueltas (…) Por fortuna, los juegos de niños de los indepes cada día interpelan a menos ciudadanos, y el partido de la abstención va creciendo imparable. Hacedme caso, que os ahorrará mucho tiempo.»
En un artículo en el Diari de Girona escrito inmediatamente antes de la manifestación —La manifestació d’avui—, Salvador Sostres advertía: «Si la manifestación quedara vacía sería la primera prueba de que existe un independentismo capaz de construirse en la realidad y en la eficacia. Si la manifestación fuera casi solitaria querría decir que los independentistas han sido capaces de entender sus errores, sus defectos y han detectado a sus estafadores, y que pueden por tanto empezar de nuevo a intentar su propósito sin hacer el ridículo como hasta ahora.»
Más todavía: «La guerra nunca fue entre Cataluña y España. Este partido todavía no se ha jugado, por incomparecencia de los catalanes. Hoy menos que nunca la guerra no es ni siquiera entre Esquerra y Junts. La guerra es exclusivamente entre independentistas, entre la facción de estropeados que todavía creen que es una manera civilizada de comportarse ir a hacer el tonto un día laborable, y aquella otra facción de independentistas, si es que existe, que ha entendido que la inteligencia razonadora es el único camino para intentar conseguir tus propósitos y más si son tan enrevesados como romper un estado como España.»
La manifestación no fue gran cosa, pero no tan insignificante como para pretender que el movimiento independentista ha dejado de existir. Puigdemont participó en ella, a mediodía, con este tweet: «Los adversarios manipularán cifras, mentirán sobre la fuerza del movimiento independentista, magnificarán anécdotas… pero saben que hoy el independentismo ha dado un golpe de autoridad y firmeza. Y que menospreciarlo y confundir la parte con el todo es un error muy grave.»