Carles o el caos

La prensa del movimiento se deshace en elogios, algunos disfrazados de crítica, hacia el ex presidente fugado de la Justicia y hoy líder de la utopía separatista

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, saluda a los asistentes a su mitin en Perpiñán.

Reunión el sábado día 4 en Perpiñán del consejo de gobierno de la entidad llamada Consell per la República Catalana, un instrumento de Carles Puigdemont para organizar la sublevación de los ciudadanos de este Principado en un futuro próximo.  

Han divulgado una foto en que aparecen una docena de personas sentadas en torno a una mesa, dentro de una sala a todas luces demasiado pequeña. Están codo con codo, en sentido literal. Aunque todos llevan puesta la preceptiva mascarilla, es fácil reconocer a Puigdemont, que es quien preside; Toni Comín, su vicepresidente; Clara Ponsatí, sin miedo a que se trate de otro farol; Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC; Antoni Castellà, el democristiano que no se pierde una, y Lluís Llach, el bardo. 

En otra foto, al aire libre, ante el Castellet, están diez de los reunidos, pero sin Puigdemont. L’Indépendent, el diario de la capital del Rosellón, comenta así la ausencia —Perpignan : l’équipe de Carles Puigdemont au pied du Castillet, sans lui—: «Después de haber intervenido en la campaña para las elecciones municipales de Perpiñán, llamando a votar por el alcalde saliente (vencido luego por el candidato del Rassemblement National), después de haber elegido la “capital del norte de Cataluña” para “el acto de Perpignan”, su gran regreso al escenario en una reunión monstruosa (100.000 personas) el pasado febrero, ahora Carles Puigdemont se está haciendo el tímido hoy. Aunque presente en la ciudad para participar en una reunión del Consell per la República Catalana que preside, el líder de la independencia dejó al vicepresidente Toni Comín (también eurodiputado) solo bajo la luz del sol en la Place de la Victoire». 

Una hoja de ruta para la confrontación

El Punt-Avui —El Consell per la República s’organitza digitalment— lo cuenta así: «El Consejo tiene previsto presentar una propuesta de hoja de ruta que sirva para reconstruir el relato y la estrategia del independentismo “con el fin de adaptarlo al escenario de confrontación y represión y, al mismo tiempo, desarrollar las herramientas y las condiciones materiales que se necesitan para hacer plenamente efectivo el mandato del 1-O”». Dicho de otra manera: la independencia proclamada en octubre de 2017 hay que sostenella y no enmendalla. 

Informa ACN que «el Consell per la República llama a los ciudadanos a prepararse para culminar el proceso iniciado el 1 de octubre (…) y por lo tanto a la confrontación con el Estado (…) Toni Comín ha querido reiterar el carácter pacífico de la confrontación, pero dice que es imposible culminar el proceso independentista sin un cierto grado de enfrentamiento con el Estado».  

¿Confrontación pacífica? Eso no existe. El llamado proceso a la independencia ha pasado de las grandes concentraciones festivas y familiares a la confrontación abierta en tres años. ¿Quién lo hubiera dicho? Pues todo el mundo que se hubiese fijado. 

Puigdemont es un tifón

Ante la hazaña, Jordi Galves se sintió épico y habló de esta guisa, en el Nacional Uy, uy, que viene Puigdemont—: «El caso es que sólo que el presidente legítimo abra y cierre los ojos, el movimiento más insignificante acaba provocando un tifón en Catalunya y tierras adyacentes. Es un hecho». 

Y Galves cree advertir cobardía en quien no comparte su entusiasmo:  «Sólo hay que ver el miedo que le tienen, el pánico de los adversarios políticos que son todos, unánimes, porque en esto están de acuerdo desde Vox a la CUP pasando por los hijos de España y los de Pujolonia…». Es una confusión interesada. En el clímax de todos los procesos revolucionarios, la duda y la tibieza son castigadas.  

Haciéndose portavoz de la buena gente, es decir la gente que apoya al gran conspirador, asevera: «La que vive y trabaja en Catalunya, o el que vive y trabaja ahí, el pueblo catalán, sabe perfectamente que (…) la única guerra que aún continúa es la de la resistencia de Puigdemont».  

Por algo el manifiesto del 2 de julio llamando a constituir el partido único puigdemontista acaba con esta afirmación: «Sólo la defensa de las causas que nunca se abandonan son las que acaban ganando». La sintaxis es penosa, pero ésta es la consigna que será reiterada durante los próximos meses: no abandonar la causa, y seguir al único líder que no la ha abandonado. 

Y ése es el líder que «la mayoría social independentista» necesita. «Sólo hay que comprobar que Carles el Pacífico ha hecho más daño a España que toda la historia de ETA, sin matar a nadie, sin avergonzarnos». Si sigue así, habrá que leer a Galves con música de Wagner de fondo. 

Consell per la República, bájate la app

Y como cualquier anuncio de un nuevo producto, la reunión ha servido para presentar una aplicación informática para dispositivos móviles —en versiones Android y iPhone— que ha de ser, leemos en Vilaweb —El Consell per la República presenta l’aplicació i la identitat digital—, «una herramienta participativa e innnovadora en términos democráticos de los inscritos en la institución», es decir un instrumento de control de los militantes y de divulgación de consignas. 

Esta aplicación también es «el documento de identidad electrónica de la ciudadanía y permite localizar los diversos consejos locales que se han constituido en los últimos meses en Cataluña (…) «la base desde la que empezar a ejercer la ciudadanía republicana». Dado que la «ciudadanía republicana» se ha ejercido básicamente a través del sabotaje de las vías de circulación y el transporte de viajeros, es de suponer que tendremos lo mismo de siempre pero en versión más actual y jerarquizada. 

También se reactiva la Assemblea de Representants, que son los diputados del Parlamento de Cataluña «comprometidos con el mandato del 1-O»; se reunirán «la primera quincena de septiembre, de manera presencial en Cataluña Norte, si las circunstancias sanitarias lo permiten».  

No hay que ser muy mal pensado para pensar que, en caso que se diera una mayoría no independentista en el Parlamento catalán, éste sería desacreditado y reemplazado por una asamblea que reuniera sólo a los cargos independentistas.  

De CDC al movimiento puigdemontista

Esther Vera, en el Ara Desencaixats—, recuerda cómo fueron los inicios de CDC y cómo acabó: «Hoy, la herencia de Jordi Pujol es radiactiva para los suyos, precisamente por lo que Pujol no explica en las memorias: la financiación irregular del partido y la actividad familiar de lo que se había denominado eufemísticamente el sector negocios. Pujol hizo un trabajo de construcción nacional que tardará en reconocerse históricamente hasta que no pase la indignación por haberse descubierto tan crudamente la gestión de Cataluña como una empresa familiar de las que los herederos corruptos llevan a la ruina». 

Sin advertir solución de continuidad, Vera considera a Puigdemont «el nuevo líder del espacio natural postconvergente», pero lo ve como alguien que «le gusta comer pero no hacer las ollas» y que «no está dispuesto a tejer las complicidades con el resto de herederos de su espacio político que le marquen una política de la gestión por encima de una política de la confrontación». Vendría a ser un presidencialismo como el de Pujol, pero no orientado (bien o mal) a «hacer país» sino a deshacerlo. 

Por otra parte, «la ideología que pueda tener el espacio está por definir en términos sociales y económicos». Algo nada sorprendente, ya que cuanto menos se hable de ideas y de programas, menos cuestionables serán las órdenes que emanen del liderazgo infalible. 

Nuevos nombres para un viejo partido

En La Vanguardia, Lola García Puigdemont y su Gent per Catalunya— repasa lo que sucedió en julio del 2016, cuando en CDC estaban debatiendo la adopción de un nuevo nombre, que debería servir para hacer olvidar los escándalos de corrupción: «Junts per Catalunya, Partit Nacionalista Català y Partit Demòcrata Català. El president y su antecesor abogaron con insistente vehemencia por el primero. Se votó en el seno de la comisión y perdieron. El segundo también decayó y, casi por descarte, quedó vigente el último». Es lo que pasa en todos los partidos: cuando se da opción al militante, suele llevar la contraria a los dirigentes, aunque sólo sea como desahogo momentáneo. 

«Puigdemont abominaba de la constitución de un partido que se presentara como tal, un traje que siempre ha visto demasiado encorsetado para perseguir la meta de la independencia. Lo que él propugnaba era un movimiento nacional. Durante las discusiones había propuesto, sin éxito, Gent per Catalunya. Un nombre más acorde a sus ambiciones políticas». Cuatro años después, Puigdemont ya tiene su Junts per Catalunya; el PDECat debate cual es la mejor manera de desaparecer, y los disidentes se reúnen en el PNC con la ilusión de lo nuevo y con expectativas a ras de suelo. 

El PNC o volver a la casilla de inicio

Sólo el veterano López de Lerma echa un cable a Marta Pascal y al PNC, en el Diari de Girona El PNC o el retorn del catalanisme—: «A un servidor le traslada a cuando tenía veinticinco años, se adhirió al entonces también proyecto que colideraban Jordi Pujol y Miquel Roca, un partido político entonces ilegal llamado CDC, que, con el paso del tiempo llegaría a ser hegemónico en Cataluña por voluntad de los electores, algo que muchos olvidan, incluso los mismos que han evolucionado hacia un independentismo que no se define por sí mismo, como fue el caso de los convergentes, sino en la medida en que envía España a la mierda. El resultado es que Cataluña tiene hoy una ineptocràcia el frente de la Generalitat».

La esperanza del nuevo partido son «unos 300.000 votantes que votarían una opción nacionalista moderada, como lo fue la antigua CiU», y «también puede llegar a tener a los decepcionados por un proceso que ha llevado a Cataluña a vivir a la intemperie». 

Concluye López de Lerma: «Hay que salir de las trincheras, de la política de bloques, del sectarismo imperante y del destrozo interno de nuestro país que provocaron los desgraciados hechos de octubre de 2017». 

En cuanto al partido que nacerá el 25 de julio, Pilar Rahola multiplica sus bendiciones. Es La hora Puigdemont: «No será un partido clásico, ni un movimiento a la manera de la vieja escuela pujoliana, sino la clarificación orgánica del espacio ideológico que el universo Puigdemont representa: asumir la imposibilidad de reconvertir al Estado español, alejarse de sinuosos virajes estratégicos (al estilo de lo hecho por ERC) y preparar el país para culminar aquello que quedó abortado con la declaración fallida del 2017 (…) Nace un partido que no lo será, pensado como movimiento ciudadano y construido como instrumento de liberación nacional. El panorama, pues, no se complica, se clarifica». 

Clarificar, en este partido, será desacreditar el uso de la razón, silenciar al discrepante y promover a primera línea al inepto, al segundón y al tránsfuga. Se le llama movimiento, como si esto fuera a alguna parte, y se prepara una «confrontación», como si no hubiera ya fracasado. 

Es inevitable evocar la película Sopa de ganso y a Groucho Marx gritando «¡Haremos la guerra!» 

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