Un gobierno que sólo tiene garantizado el apoyo de 33 diputados de un total de 135 es un gobierno débil, que tiene los días contados. Para contrarrestar lo evidente, los partidarios del gobierno Aragonès han puesto en circulación esta falacia: Nunca un gobierno con tan poca representatividad política ha tenido tanta representatividad social. El problema es que la representatividad social no existe: sólo existe la representación política. Los fichajes estrella que ha hecho Aragonès luego del plante de JxCat se representan a sí mismos, no a los partidos cuya militancia abandonaron hace tiempo, y Aragonès es el primero que espera de ellos fidelidad al proyecto de ERC.
El simulacro de coalición amplia sirve para esparcir la idea que ERC es ahora, gobernando en solitario, un partido más importante, más influyente y más seguro de sí mismo. Y que la coalición con JxCat era un lastre del que afortunadamente han podido librarse. Mientras tanto, los de JxCat disfrutan de su jugada maestra repitiendo que se trata del gobierno más débil de la historia de Cataluña y que Aragonès debería someterse a una cuestión de confianza. Todos los de JxCat no, más o menos la mitad; a la otra mitad, interesada o desinteresadamente, le importa aún la gobernabilidad de Cataluña. El responsable último, lo recordaba Salvador Sostres en Abc el 31 de octubre —Borràs, un cáncer a extirpar—, fue: «Carles Puigdemont desde Waterloo, que llegó a mandarle un whatsapp al secretario general del partido, Jordi Turull, amenazando con crear una escisión si ganaban los partidarios de permanecer en la Generalitat.»
La vía de la política negativa
Más allá de lo que hagan en sus respectivas consejerías, donde poco recorrido para la innovación van a tener, la función de los independientes incorporados va a ser decir en voz alta lo que los de ERC no se atreven a decir si no es en privado. El primero ha sido Joaquim Nadal, quien, entrevistado en el programa de RTVE Cafè d’idees, ha expresado un solemne desprecio por lo que dice, hace y representa Carles Puigdemont: «El presidente legítimo en Waterloo es un episodio de hace cinco años.» ANC y JxCat, «si escogen un camino determinado en la vía de la política negativa… se equivocan; si creen que haciendo una política de obstrucción llegaremos antes a unas elecciones que ellos ganarán, se equivocan mucho».
Más todavía, sobre la última epístola de Puigdemont, afirma: «No me hace falta leerla para saber qué está diciendo, me parece natural que lo diga, y otra cosa es si esto sirve para algo o no (…) En el panorama político catalán y español no aporta nada nuevo.» El mensaje de Puigdemont que Nadal no ha leído pero dice conocer por referencias ocupa un folio y medio, y ciertamente no dice nada nuevo ni imprevisible: En 2017, dice, «el Estado español desató una represión política y civil enloquecida y sin precedentes». ¿Enloquecida? ¿Sin precedentes? No es aceptable ni como hipérbole.
«Entramos en una fase nueva», dice, intentando «rehacernos del golpe del 155 y proponer una continuación del proceso en torno a los mismos ejes que lo habían hecho posible: unidad política, movilización ciudadana, no violencia, democracia». «Dado que se trata de un conflicto político, las soluciones personales no lo resolverán» —esto para los que «se me han dirigido por proponerme “soluciones felices”, incluídos los del PSOE que «varias veces me han venido a ver para generarme expectativas de buen trato, vía reforma del código penal, y un indulto». Y también para los de ERC: «No entiendo cuál es el beneficio de la reforma del delito de sedición para la resolución del conflicto político entre España y Cataluña, y aún entiendo menos que se me vuelva a incluir entre quienes saldrían beneficiados.» En definitiva, «llevo cinco años de exilio sin buscar una solución personal. Ya sé que algunos serían felices al verme declarar voluntariamente en el Supremo, y que se desvivirían para que fuera indultado a los tres años de la condena (…) Pero sería una renuncia política que no estoy dispuesto a aceptar».
La coherencia es una virtud poco frecuente en política, pero cuando se convierte en empecinamiento no garantiza nada bueno a sus seguidores, o mejor dicho garantiza desilusión a corto plazo, y a medio plazo, irrelevancia. Cinco años no han sido suficientes para recuperar la lucidez. Tal vez en el décimo aniversario.
El desafío de Clara Ponsatí
Y, mientras tanto, ¿qué hace el partido de Puigdemont? ¿A qué dedica el tiempo libre, ahora que no está en el gobierno? Pues a la épica de dominguero a que se han acostumbrado. La eurodiputada Clara Ponsatí, nos cuentan, entra en el Estado español para manifestarse y vuelve a salir. Fue en Coll de Banyuls, un monte de 350 m, en la misma frontera entre Francia y España. Cuenta Vilaweb, cuya línia editorial independentista no le impide una cierta precisión en los detalles: «Durante media hora la eurodiputada y antigua consejera de Educación se ha concentrado a una decena de metros del paso fronterizo con parlamentarios, alcaldes y activistas.»
Los otros protestaban porque la carretera que por ahí pasa está cortada y complica los desplazamientos de quienes viven a un lado y a otro de la frontera: «Las autoridades francesas cerraron Coll de Banyuls con unas rocas el 11 de enero de 2021, y desde entonces se han negado a reabrirlo, a pesar de que los vecinos de ambos lados de la frontera administrativa entre los estados español y francés han intentado reabrirlo varias veces. Oficialmente, el cierre es para contener la inmigración irregular y la amenaza terrorista, explicación que los vecinos encuentran inverosímil ya que no hay una frontera física, con barreras y controles generalizados, sino sólo unas rocas que cortan la circulación, y porque existen pasos mucho más adecuados.»
Y aprovechando esta pequeña controversia fronteriza, se presenta la eurodiputada y camina «una decena de metros», la cifra es de Vilaweb, pero podía ser un kilómetro, y fuése y no hubo nada. Sin embargo, «la exconsejera huida Ponsatí desafía a la justicia», titularon algunos periódicos españoles. La golpista fugada Clara Ponsatí se jacta de haber pisado suelo español durante media hora, afirma Libertad Digital. Clara Ponsatí se cuela en España y vuelve a huir sin ser detenida, clama la Razón. Luego pasa lo que pasa, que parece que haya sido una hazaña: La prensa de Madrid se pone nerviosa con el desafío de Ponsatí. Es una ridiculez extrema decir, como el Nacional, que ha visitado el Principado de Cataluña por primera vez desde que se marchó al exilio. ¿Por haberse fotografiado en medio de unas rocas limítrofes?
Pues no, ni Ponsatí protagonizó un blitzkrieg ni la frontera francoespañola es la línea Maginot. ¡Estamos dentro del espacio Schengen! Si hubiera aparecido por casualidad algún vehículo policial español, a la legua habría sido detectado, y con dos pasos atrás después del paso adelante se anulaba el desafío. Pero anécdotas de este calibre animan a los fieles. Un diputado lo resume en un tweet: «Un aperitivo de la embestida valiente. Un aviso de la confrontación firme.» Atención a lo que ha hecho Clara Ponsatí, pedía Vicent Partal. Permaneceremos atentos a la pantalla, por si vuelve con unas columnas de blindados.