La guerra que se está librando en Ucrania desde el pasado 24 de febrero no sólo ha convertido en espectáculo cotidiano la destrucción, muerte y desolación padecida en el escenario del conflicto, donde el gobierno de Ucrania, ayudado por Estados Unidos, Reino Unido y algunos países de la UE, por una parte, y el ejército ruso junto con las fuerzas ucranianas prorrusas, por otra, están librando feroces combates, sino que existe la posibilidad de que la prolongación de la guerra acabe por escalar el conflicto, y la devastación, circunscrita de momento a Ucrania, pueda alcanzar cualquier rincón de Europa, donde la mayoría de los ciudadanos continuamos mal que bien con nuestras rutinas cotidianas, pese al aumento de los precios y la perspectiva de una nueva recesión a la vista.
De tanto en tanto, escuchamos incluso a los expertos contemplar abiertamente sin inmutarse la posible utilización por parte del gobierno ruso de armas nucleares tácticas para hacer frente a los reveses sufridos en el campo de batalla, pese que ello agravaría la devastación y el sufrimiento de todos los habitantes en Ucrania y dejaría abierto el camino a una conflagración mundial donde podría emplearse armamento estratégico nuclear. Si la UE no estaba preparada para afrontar siquiera la crisis energética que ha resultado del aumento de las tensiones en Ucrania en 2021 y la posterior invasión rusa el 24 de febrero de 2022, un conflicto perfectamente acotado y sobre el que la Comisión Europea anda a la búsqueda de improvisadas soluciones, ¿cómo podemos contemplar y analizar sin inmutarnos una escalada de la guerra de esta naturaleza que podría sumir de nuevo a Europa al completo en la devastación y miseria más absolutas?
¿Cómo podemos contemplar y analizar sin inmutarnos una escalada de la guerra que podría sumir de nuevo a Europa en la miseria más absoluta?
Estados Unidos siempre consideró deseable para avanzar su proyección hegemónica en Europa que Ucrania, al igual que otros países que habían formado parte de la Unión Soviética o del Pacto de Varsovia, se alejaran de la órbita de influencia de la Federación de Rusia (Rusia), un país con una población relativamente pequeña, pero poseedor de un vaso territorio, enormes reservas energéticas y minerales, y un notable arsenal nuclear. Antes de la anexión de Crimea en febrero-marzo de 2014, los diplomáticos de la UE parecían inclinarse en favor de la intervención de Naciones Unidas para resolver las tensiones en Ucrania, en tanto el gobierno estadounidense aspiraba a formar un gobierno afín a sus intereses y contrario a los de Rusia.
Los manifestantes en la Plaza de la Independencia (Maidan Square en terminología anglosajona), contrarios al presidente Yanukovych, elegido democráticamente, y partidarios de la integración de Ucrania en la UE, recibieron la reconfortante visita de Nuland, vicesecretaria del Departamento de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos del gobierno de Obama, y el apoyo explícito del vicepresidente Kerry. La filtración del contenido de una conversación mantenida entre la vicesecretaria y el embajador estadounidense en Ucrania sobre cómo debía conformarse el nuevo gobierno de transición en Ucrania sin contar con la UE –“Qué se joda la UE”, fueron las palabras empleadas por la educada vicesecretaria- era una clara indicación de las nada amigables intenciones de los Estados Unidos hacia Rusia e incluso hacia la UE. La tensión entre Ucrania y Rusia siguió elevándose tras la anexión de Crimea en febrero-marzo de 2014 y durante la presidencia de Poroshenko (2014-2019) quien, en su visita de estado a Estados Unidos en septiembre 2014, solicitó en una emotiva sesión conjunta del Congreso ayuda militar letal y no letal para continuar luchando “una guerra por el mundo libre”.
No fue hasta el acceso de Biden a La Casa Blanca en enero de 2021 cuando Zelenski comenzó a sentirse más respaldado por Washington
A partir de 2014, la imposición de sanciones por parte de la UE, siguiendo la estela de Estados Unidos, elevaron el nivel de tensión en el Este de Ucrania donde en algunas zonas el sentimiento prorruso era predominante. Ni siquiera los acuerdos Minsk I en 2014 y Minsk II en 2015, firmados por los gobiernos de Ucrania y los líderes de las milicias rebeldes en el Este del país, lograron reducir la tensión. Aunque el segundo de los acuerdos, auspiciado por la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE), contó con el respaldo de los gobiernos de Alemania y Francia, el cuarto punto del acuerdo que comprometía a las partes “a empezar un diálogo sobre autogobierno provisional para las regiones de Donetsk y Luhansk y reconocer un estatus especial para ellas compatible con la legislación ucraniana” nunca llegó a cumplirse. Y a nadie pareció importarle demasiado que se incumpliera.
La situación no mejoró cuando Zelensky obtuvo una amplia victoria en la segunda ronda de las elecciones de 2019, logrando imponerse tanto en las regiones del oeste de Ucrania donde Poroshenko contaba con mayor respaldo, como en las regiones del Este, incluido el Dombás, donde su victoria era considerada por la población prorrusa un mal menor. La promesa de Zelenski de “resolver una guerra que dura más de cinco años” encontró resistencia entre los seguidores de Poroshenko que, con su líder a la cabeza, se manifestaron en Kiev en vísperas de la cumbre celebrada en París el 9 de diciembre de 2019 para exigirle que no hiciera concesiones sobre la soberanía en la región, lo que equivalía a cerrar la posibilidad a alcanzar un acuerdo negociado con Rusia para poner fin al conflicto. Putin insistió en la necesidad en conceder autonomía a las regiones en conflicto, como se había acordad en Minsk II, en tanto Zelenski reclamó recuperar el control de la frontera con Rusia en la región. Quedaron en verse cuatro meses después, pero no cumplieron el compromiso de seguir hablando. Trump optó por quedarse al margen y no fue hasta el acceso de Biden a la Casa Blanca en enero de 2021 cuando Zelenski comenzó a sentirse más respaldado por Washington.
Algunos líderes mundiales podrían (y deberían) haber desempeñado un papel mediador para encontrar una solución y evitar la guerra
En todo caso, la crisis ucraniana cocinada a fuego lento desde 2014 hasta finales de 2021 ha vuelto a poner de manifiesto: 1) la inoperancia de la ONU y otras organizaciones internacionales como la OSCE para jugar un papel mediador efectivo en la resolución pacífica de disputas territoriales y evitar el desencadenamiento de conflictos armados; 2) el sometimiento de las instituciones de la UE y los gobiernos de los países miembros a los intereses estratégicos de Estados Unidos para aumentar la confrontación con Rusia, una inclinación especialmente acusada en aquellos países de la UE que estuvieron bajo la bota del imperialismo soviético y ahora están bajo la influencia de los Estados Unidos; y 3) la inhibición clamorosa de algunos líderes mundiales que al no estar alineados con Estados Unidos y mantener relaciones amistosas con el régimen de Putin podrían (y deberían) haber desempeñado un papel mediador para encontrar una solución y evitar la guerra.
De momento, los ciudadanos en la UE estamos digiriendo como podemos las fuertes subidas de los precios de la energía y los alimentos en 2021, avivadas tras el inicio de la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022, y estamos empezando a padecer los efectos de una agresiva subida de los tipos de interés que el BCE ha puesto en marcha para atajar la subsiguiente inflación ocasionada por el espectacular aumento de los precios de la energía y los alimentos. Y a resultas de todo ello nos encontramos a las puertas de una nueva contracción económica que recortará el empleo y elevará la tasa de paro en la UE. Como se muestra en el Gráfico 1, al aumento de los precios de la energía ha superado ya con creces los picos anteriores y nos augura a los ciudadanos de la UE un invierno donde vamos a tener que pasar más frío del habitual.
Resulta mucho más preocupante la situación de otros países completamente ajenos al conflicto bélico y con niveles de vida muy inferiores a los nuestros
Grave como pueda antojarse la situación desde nuestra acomodada perspectiva eurocéntrica, resulta incluso mucho más preocupante la situación de otros países completamente ajenos al conflicto bélico con niveles de vida muy inferiores a los nuestros, países donde las disrupciones en los suministros procedentes de Rusia y Ucrania y el consiguiente aumento de los precios de los alimentos, aceites y fertilizantes augura, no ya pérdidas de bienestar moderadas como en las economías avanzadas europeas, sino auténticas dificultades para alimentar a poblaciones altamente vulnerables, y la necesidad de poner en marcha programas de ayuda internacional para hacer frente a la creciente factura de las importaciones de bienes con alto contenido calórico.
Gráfico 1. Precios de alimentos, cereales, energía y fertilizantes 20º5-2022
Fuente: “Tackling the global food prices. Impact, policy response and the role of the IMF”, Note 2022/04, p. 6. IMF, September 29th.
Gráfico 2. Índice de precio real de los alimentos e inseguridad alimentaria global
Fuente: IMF.
El Gráfico 2 muestra la fuerte subida que ha registrado el índice de precios (real) de los alimentos elaborado por la UN Food Agriculture Organization (FAO) y el consiguiente aumento de personas malnutridas que ha pasado de menos de 600 millones en 2018 a más de 800 millones en 2022. El aumento del número de personas malnutridas no amenaza únicamente a las poblaciones de los países subsaharianos en África, sino que va a afectar también a países de América Central, Asia Central y el área SEMED (South Eastern Mediterranean) que, según la FAO, son también importadores netos de calorías. En 2021, las importaciones de cereal de estos últimos países procedentes de Rusia y Ucrania oscilaban entre un mínimo de 20% en el caso de Marruecos y un máximo de 75% en el caso de Egipto y Líbano.
Aunque no sean ni mucho menos los únicos países que han impuesto restricciones y tasas a las exportaciones en esta crisis, el conflicto bélico y las necesidades para afrontar la guerra han llevado a Ucrania y a Rusia a imponerlas con el doble propósito de asegurar el suministro a sus poblaciones y castigar al enemigo. La decisión tiene importancia para el resto del mundo puesto que, según la FAO, “en 2021, Rusia o Ucrania, o ambos, figuraban entre los tres mayores exportadores de trigo, cebada y maíz, colza y aceite de colza, semillas y aceite de girasol” y “la Federación de Rusia fue el primer exportador mundial de fertilizantes de nitrógeno, el segundo de fertilizantes de potasio y el tercero de fertilizantes de fósforo”.
Gráfico 3. Índices FAO de precios de cereales, aceites vegetales y fertilizantes 2019-2022
Fuente: “Implications of the war in Ukraine for agrifood trade and food security in the Southern and Eastern Mediterranean”, pp. 21 y 22, UN FAO.
En conjunto, las restricciones a las exportaciones y la imposición de tasas a la exportación han alcanzado en 2022 niveles incluso superiores a los registrados en la crisis alimentaria de 2008 y la reciente crisis pandémica, y sus efectos se han dejado sentir en los precios que, como se muestra en el Gráfico 3, han alcanzado sus máximos históricos en 2022. Ese mismo estudio de la FAO prevé que la reducción de exportaciones de cereales y aceites vegetales desde los graneros de Rusia y Ucrania podría elevar los precios de los alimentos y forrajes en la campaña 2022-2023 entre 8% y 22%, sobre los ya elevados precios actuales. Otro estudio publicado también por la FAO estima que los gobiernos de las economías menos avanzadas tendrán que hacer frente a un aumento de 9.000 millones de dólares anuales en 2022 y 2023 en la factura de importaciones de cereales y fertilizantes requeridos para alimentar a sus poblaciones.
Putin es un gobernante peligroso pero elegido en las urnas y cuenta con suficiente armamento como para provocar daños de carácter irreparable
A la vista de la sangría, devastación y miseria que han producido conflagraciones anteriores en Europa, resultaría ingenuo decir ahora que resulta incomprensible la actitud de quienes, como Putin, han antepuesto su miserable objetivo, la anexión de cuatro regiones en Ucrania en este caso, a preservar el bienestar de la inmensa mayoría de ucranianos, rusos y ciudadanos de todo el mundo, personas a quienes hoy nos toca sufrir en mayor o menor medida la barbarie de una nueva guerra librada una vez más en suelo europeo, pero cuyas consecuencias salpican a centenares de millones de personas en todo el mundo. Masacrarnos mutuamente ha sido algo que hemos venido haciendo durante siglos y a veces con gran entusiasmo, y quienes hoy estamos asistiendo a este nuevo conflicto somos tan solo los herederos de quienes sobrevivieron los conflictos pasados.
Putin es, sin duda, un gobernante peligroso, pero elegido en las urnas, al fin y al cabo, y está al frente de un gobierno despótico que cuenta con suficiente armamento para provocar daños de carácter irreparable y magnitud infinitamente superior a la muerte, horror y miseria que la invasión de Ucrania ya ha causado. Esta guerra subrogada que Estados Unidos y el Reino Unido están librando contra Putin, con la aquiescencia y apoyo de la UE, no tendrá ganadores, solo supervivientes, y sí muchos perdedores: los caídos, heridos y mutilados, quienes pierdan a sus seres queridos, sus viviendas y cosechas, quienes padezcan hambre, pasen frío o pierdan su empleo a causa de la subida de los precios de la energía, los alimentos y los fertilizantes. Ninguno de los líderes de la Unión Soviética, a excepción de Gorbachov, merecía más respeto que Putin, y, sin embargo, resultó posible alcanzar acuerdos con Estados Unidos para no desatar la furia nuclear.
Esta guerra hay que pararla antes de que devenga en algo peor y lo asombroso es que casi nadie se atreva a decirlo, ningún líder con peso suficiente lo esté intentando, e incluso haya analistas que contemplen sin inmutarse la posibilidad de emplear armas nucleares para solventarla. La tibieza y la miopía en nuestras acomodadas sociedades nos lleva a creernos ricos e invulnerables, cuando en realidad nuestro bienestar pende de un fino hilo, y nuestras vidas están en manos de líderes que esconden intereses hegemónicos detrás de sus buenas palabras en defensa de la libertad y la democracia y se niegan a aceptar la existencia de otras potencias a las que hay que respetar y con las que resulta imprescindible alcanzar acuerdos para no vernos abocados a una conflagración de consecuencias nefastas para todo el mundo y hasta para la vida en el planeta Tierra.
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