ECOS INDEPENDENTISTAS | Seguir o no seguir en el gobierno: el dilema de JxCat

Jordi Turull y Laura Borràs (Junts).

Los 6.000 y pico militantes de JxCat han sido convocados a aprobar o suspender la coalición que este partido acordó con ERC para gobernar la Generalitat a partir de los resultados de las elecciones de febrero de 2021. Es decir que estos 6.000 y pico militantes decidirán la continuidad o la ruptura del gobierno Aragonès.

No deja de ser una anomalía democrática que un gobierno que cuando se formó contaba con el apoyo de 1.176.120 votantes pueda caer ahora si lo decide la mitad más uno de los 6.000 y pico militantes que han sido convocados, en los días 6 y 7 de octubre, a responder a la pregunta «¿Quieres que Junts siga formando parte del actual Gobierno de la Generalitat de Catalunya?»

Si este fuera un país medianamente normal diríamos que JxCat está al borde de la ruptura —Afloran las divisiones—, pues todos los miembros del gobierno que dependen de JxCat, excepto Gemma Geis, quieren seguir en él, mientras que la presidenta del partido, Laura Borràs; el vicepresidente, Josep Rius; diputados como Jaume Alonso-Cuevillas, Francesc de Dalmases y Aurora Madaula, y el senador Jami Matamala apuestan por abandonarlo. Sin embargo, Artur Mas y Jordi Sánchez aún ven posible reconducir la situación y mantener el gobierno con ERC. También Xavier Trias considera erróneo y equivocado salir del gobierno. Pero éste no es un país ni remotamente normal y, para quedar bien, hay que decir que esto es un ejercicio de democracia y que estamos expectantes a ver qué deciden los 6.000 y pico militantes.

Un salto en el vacío

El secretario general, Jordi Turull respetará la neutralidad y no hará público su voto. Pero es el único. Altos, medios y bajos dirigentes han dicho qué van a votar, por si hubiera indecisos necesitados de orientación.

La consejera de Acción Exterior, Victòria Alsina, se ha estrenado como militante del partido para hacer campaña por la continuidad: «Abandonar el gobierno a ocho meses de las municipales es un salto en el vacío.» Un pragmatismo que no comparten los partidarios de la ruptura. Josep Rius lo resumía así en el Punt-Avui el día 4 —Sí a Junts, sí a la independencia, no en este gobierno—: «Se trata de decidir: ¿nos quedamos en un gobierno que ya nos ha dicho que no piensa cumplir el compromiso firmado con nosotros, o bien salimos y construimos con confianza y coherencia lo que somos y queremos hacer?»

Quien rotundamente se ha manifestado a favor del no ha sido Carles Puigdemont. Y es curioso porque desde hace cuatro meses ya no forma parte de JxCat. Ciertamente, informaba la Vanguardia en su momento —Junts se adentra en la era post-Puigdemont—, el eurodiputado es «factor de cohesión y figura indiscutida» y «todos los dirigentes aseguran que su liderazgo seguirá vigente aunque no ocupe ningún cargo orgánico», es decir que se mantendrá al mando; pero aún así su incitación al voto negativo contrasta con la aparente neutralidad de Turull.

En una serie de tweets sostiene que «el debate en el interior de un partido refuerza la democracia en general» y que «la falta de respeto a la pluralidad es el preludio del autoritarismo». Todo muy discutible puesto que el núcleo dirigente de JxCat acordó la investidura del presidente Aragonès y el reparto de carteras sin encomendarse en ningún momento a la.militancia. En cambio ahora, un año y medio después de prometerse lealtad mutua, para romper su compromiso, apelan a la misma militancia a la que no consultaron nada durante los tres meses que duró la negociación con ERC.

Desconexión con la realidad

Pero así es la política. El gran líder de ERC durante la primera década de siglo, Josep-Lluís Carod-Rovira, en Nació DigitalAtònits—, hablando de otras cuestiones, lamenta el espectáculo político de bajo nivel al que estamos asistiendo:

«A cualquier persona que aterrizara aquí, venida de lejos, nada le haría ni sospechar que se encuentra en un territorio inmerso en un proceso de emancipación nacional y donde resulta que los que se pelean no son los partidarios de la independencia contra los contrarios de ésta, sino que, paradójicamente, se pelean entre ellos los que aseguran ser favorables a la creación de una República Catalana plenamente soberana. Los encontronazos de patio de escuela, las declaraciones grandilocuentes y los cambios constantes de posición son indicativos del nivel lamentable que señorea hoy en buena parte de la política catalana.»

Se podría decir que el ruido de la facción insurreccional ha podido con las nueces que esperaba recoger la facción institucional, y ya no hay tiempo para más

Josep Martí Blanch, en la Vanguardia el día 5 —Radiografía de un secuestro—, expone así el drama de JxCat: Cuando «empieza a funcionar como una organización que sabe dónde va», «llega el comandante y manda parar», es decir Puigdemont, quien, «alejado del día a día sigue manteniendo la capacidad de alterar los equilibrios de su partido con tan sólo levantar el pulgar o dejándolo caer».

Se podría decir que el ruido de la facción insurreccional ha podido con las nueces que esperaba recoger la facción institucional, y ya no hay tiempo para más. Y como afirma Martí Blanch, «Jordi Turull podía manejar la situación con Laura Borràs, pero el músculo no le da para lidiar al mismo tiempo con el expresidente». «De ahí su viacrucis personal de estos días: estar donde no quieres estar haciendo lo que no querrías hacer para que no se te caiga la vajilla al suelo y el partido implosione.»

«Sea cual sea el resultado, JxCat se debilita. Si ganan los partidarios de quedarse en el gobierno, lo harán con las condiciones impuestas por Pere Aragonès y ERC (…) Si se imponen los partidarios de romper la baraja, el partido se aleja de la centralidad que en teoría andaba buscando para convertirse en una organización quijotesca sin ningún sentido de la realidad.» El culpable es de sobras conocido: «Cinco años en Bélgica son demasiados para seguir conectado a la realidad del país.» La cuestión es pues si hay gente en el partido lo suficientemente conectados con la realidad del país como para desconectar si hace falta de su fundador y dirigente principal.

Dejación de responsabilidad

Francesc-Marc Álvaro, en la Vanguardia el día 6, recuerda a los dirigentes de JxCat que les votaron para que decidan: «Vivimos en una democracia representativa (los ciudadanos delegamos en nuestros representantes la tarea difícil de elegir entre distintas respuestas), pero algunos tratan de vender momentos de supuesta democracia participativa, para esconder, sin duda, su temor a mojarse.» Lo más grave es que esos 6.000 y pico militantes tienen «en sus manos el futuro del Govern, y el debate sobre este asunto incluye argumentos racionales, apelaciones emocionales y reacciones personalísimas, todo muy mezclado. Lo que mueve las bases a emitir un voto u otro es un enigma».

No es tan difícil suponer que la posición personalmente adoptada por un militante está en función del papel que juega dentro del engranaje del partido y del cargo que tenga o espere tener dentro de la administración

Un enigma, ¿de verdad? No es tan difícil suponer que la posición personalmente adoptada por un militante está en función del papel que juega dentro del engranaje del partido y del cargo que tenga o espere tener dentro de la administración. Si Junts sale del gobierno, informa TV3, «están en juego 95 altos cargos —-que incluyen a los consejeros, directores generales o secretarios— y 73 cargos de confianza, como asesores o jefes de gabinete y de comunicación».

Pero esto tiene repercusiones en niveles más bajos y en las finanzas del partido: Medio millón de euros para el partido y 22 millones en sueldos, ése es el coste para JxCat si sale del gobierno, según el diario Ara, y «como que son vasos comunicantes, lo que pierda Junts lo ganará Esquerra, que se quedará gobernando en solitario». Añádasele las expectativas de muchos militantes ante las elecciones municipales de mayo próximo, los cuales se sentirán urgidos a adoptar la opción preferida por quien pueda introducirlos en una lista.

Ciertamente, concluye Álvaro, «hay quienes confunden la profundización de la democracia con la dejación de la responsabilidad que va unida a un cargo determinado» y entonces «¿cómo vamos a tomarnos en serio a quien aspira a liderar si delega en todos los demás lo más relevante de su compromiso?»

Completar la Revolución de Octubre

Bernat Dedéu, en el Nacional, afirma que es imposible resucitar a Convergència y que «la crisis de Junts no proviene de una contraposición de estrategia con los republicanos a la hora de alcanzar la independencia» sino que «es el futuro lógico de un partido que imposta retórica unilateral, pero que es incapaz de vivir sin los sueldos y las prebendas que todavía puede regalar la Generalitat».

Esta vez Dedéu es optimista en cuanto al porvenir revolucionario de las masas independentistas: «El movimiento que experimentan las bases de Junts contagiará tarde o temprano a las de Esquerra cuando los militantes que no se hayan podido colocar en el Govern ni en TV3 vean que la mesa de diálogo no avanza ni con ruedas (…) El clima de depredación tarde o temprano llegará a sus filas, como de hecho ya sucedió durante el tripartito [2003 – 2010] con una parte de la militancia republicana muy involucrada en las consultas populares que serían el germen del referéndum.» En definitiva, «la Catalunya del autonomismo ya ha muerto» y «las bases electorales», tanto de JxCat como de ERC, «ya no podrán contentarse con los cuatro duros del clientelismo autonomista».

También Vicent Partal, en Vilaweb, cree que todo este jaleo lleva a alguna parte y que la inconsistencia gubernamental de JxCat es un síntoma de salud: La esclarecedora bifurcación de Junts. Resulta que «los instrumentos de hacer política a los que estamos acostumbrados, los partidos, ya no sirven para explicarnos dónde estamos» y «todo esto no es cuestión de partidos sino de actitudes sobre lo que es España».

Si ganan los partidarios de seguir en el gobierno, «Junts acabará convirtiéndose en una especie de partido menor auxiliar, o de sucursal cómoda y dependiente, de Esquerra Republicana, un poco a la manera como Unió lo fue de Convergència». Si ganan los partidarios de salir, ERC ya no podrá llamarse independentista, y el «independentismo rupturista», o sea el independentismo propiamente dicho, lo representarán JxCat, CUP y «sobre todo el movimiento popular que ha estallado este septiembre y que la Asamblea quiere llevar a la Lista Cívica», una candidatura al margen o en contra de los partidos existentes.

Sostiene Partal que «no se puede completar la Revolución de Octubre sin contemplarla entera, y esto significa no sólo la independencia sino una democracia más participativa». Que es a lo que viene «la propuesta de Lista Cívica», que «tiene todos los componentes necesarios para superar el callejón sin salida actual y para catapultar el país a un segundo octubre». Casi nada. Pues sí que tiene enjundia la decisión que tomen los 6.000 y pico militantes de JxCat que ahora están votando.

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