ECOS INDEPENDENTISTAS / 1 de octubre: abucheos, reproches y división

La participación en el acto organizado por el Consell per la República en recuerdo del 1-O fue mucho más baja de lo esperado (ANC).

No es fácil contar multitudes y las cifras que se dan tienen siempre mucho de simbólicas, pero si comparamos las del último 11 de septiembre en Barcelona —150.000 personas según la Guardia Urbana y 700.000 según la organización— con las del 1 de octubre —11.000 según la Guardia Urbana y 60.000 según los organizadores—, podemos concluír inmediatamente que la efeméride del pasado sábado no congregó ni al 10% de las personas que se manifestaron en la última fiesta nacional de Cataluña. 

Da la impresión que, aunque el independentismo institucional se mantiene gracias a la mitad del electorado aproximadamente, el independentismo insurreccional vuelve a la dimensión que tenía a finales de los 80. En Gerona, donde hubo pintadas y carteles en la sede de la Generalidad, quema de una efigie del presidente Aragonès y lemas rituales tan característicos como «Visca terra lliure», la agencia oficial catalana, ACN, da la cifra de 300 personas y el Punt-Avui, medio más bien proclive a este tipo de fervores, habla de cerca de 500 personas según fuentes del Ayuntamiento.

El relativamente escaso poder de convocatoria de unos actos protagonizados por entidades tales como Consell de la República, Òmnium Cultural, Assemblea Nacional Catalana, Cambra de Comerç de Barcelona, Associació de Municipis per la Independència —véase la lista de adhesiones— contrasta con la importancia dada a este quinto aniversario del frustrado referéndum de autodeterminación, y especialmente con el protagonismo asumido por el presidente en el exilio, Carles Puigdemont. 

Por un desbordamiento contínuo

Puigdemont fue el encargado de cerrar el acto, con un discurso que Vilaweb recoge íntegramente en video y en texto: Puigdemont diu que s’ha acabat el dol per l’1-O i fa una crida a guanyar la independència

No hay nada nuevo. Invitó a los asistentes a ingresar en su Consell de la República: «Cada nueva inscripción en el registro ciudadano del consejo les irrita y les escuece.» A beneficio de inventario hay que decir que la cifra de afiliados sigue creciendo pero lentamente: hace medio año ya superaba los 102.000 y ahora está en 102.800.

Repitió el cuento de terror para niños sobre la maldad del Estado: «Hoy sabemos mejor que hace cinco años cuál será la respuesta del Estado, y hoy sabemos mejor que nunca que el Estado no renunciará a la violencia, a la violencia extrema si es necesario, para retener a Cataluña en contra de su voluntad.» Al parecer se puede llegar a ser «representante ordinario del Estado en Cataluña» ignorando qué es un Estado.

Llama «desbordamiento democrático» a la intentona de 2017, cuyas consecuencias persisten entre nosotros: «Que todo el mundo tenga claro que los votos que permiten gobernar las instituciones vienen de ese desbordamiento.» De lo que se deduce que votar candidaturas independentistas significa dar por bueno todo aquello y no cabe hacerlo por motivos ideológicos o pensando en la mera gestión. No es aventurado pensar que muchos alcaldes, ante las próximas elecciones municipales, preferirían poner en segundo plano su actuación aquellos días.

Se abstuvo de hablar de la mayoría del 52% pero se arrogó una hegemonía más que discutible: «Tenemos los votos de la gente, representados en el Parlament de Catalunya y en la inmensa mayoría de ayuntamientos del país.» Y amenazó al gobierno autonómico, mayormente a ERC, por desviarse del camino a seguir, que no es otro que el dictado desde Waterloo: «Es normal y comprensible que empecemos a dirigirnos a quienes tienen la responsabilidad de [las instituciones], para que se pongan al servicio de lo que decidimos hoy hace cinco años. Es un reto que el Consell se propone encabezar, por si alguien se despista (…) Si no se avanza en la dirección marcada en el referéndum legal, democrático y vinculante, el Consell tiene la obligación de ponerse delante.»

Se anuncia el choque de dos legitimidades: la de las elecciones realizadas en la normalidad democrática y la que deriva de los sucesos de octubre de 2017, que el presidiente exiliado aspira a administrar. Y, para decirlo a la manera de Machín: ¿Cómo se pueden querer dos mandatos a la vez y no estar loco? A esa pregunta tendrán que responder en los próximos días los de JxCat.

El final de la unidad

Lola García, en la Vanguardia el día 2, certifica el final de la unidad independentista que empezó en 2015 con la coalición Junts pel Sí: «A Junqueras nunca le gustó la idea. No creía que juntos lograran mejor resultado que separados y consideraba que parte de su electorado castigaría tanta intimidad con un partido acusado de corrupción y eso lastraría el crecimiento de ERC en caladeros de izquierda.»

¿Qué pasará con JxCat, partido en el que, dice García, «Jordi Turull trata de hacer equilibrios entre las dos almas», la de los activistas y la los institucionales, o, y esto no lo dice, entre los que no tienen un buen cargo y los que sí? Ciertamente, «esa división impregna hasta la cúpula, que es incapaz de trazar un rumbo», lo que condena al partido a una muy cercana división. 

Sí, «la consulta a las bases puede venderse como ejercicio de transparencia, pero esconde falta de autoridad». Y la falta de autoridad, en este caso, esconde también una falta de estrategia y una incapacidad de orientarse en un mundo convulso. Ahora mismo, a los políticos se les reclama una apuesta decidida por la estabilidad —incluso los de la CUP, que lo han olido, están últimamente muy sosegados—, y eso es exactamente lo contrario que quiere vender la facción de Waterloo.

Concluye García que «lo que se dirime en estos días es más bien si Junts se marcha o si los echan», lo que significa que si no se van, van a tener que acatar la disciplina presidencial, y si se van, van a sentir el frío que hace fuera, lejos de los cálidos despachos autonómicos. «Y lo peor para ambos es que muchos catalanes, sean o no independentistas, no entienden los motivos de la ruptura.» La ruptura aun, pero lo que muchos no entienden son los motivos de su alianza, viendo a dónde nos han llevado.

Un tono agrio y autoritario

Ha llamado mucho la atención a propios y extraños que el discurso de Puigdemont fuera escuchado con silencio y reverencia, mientras que los otros políticos fueran silbados y abucheados, especialmente Carme Forcadell. En palabras de la voz mediática de ERC, Sergi Sol, en el Nacional —Silbar el 1 de Octubre—: «La persona que asumió la declaración de independencia del 27 de octubre fue increpada, silbada y vejada sin tregua. Por el contrario, el que no se atrevió a leerla, el mismo que la suspendió primero y que después ordenó no publicarla en el DOG, fue ovacionado acríticamente.»

Para Sol se trató de «un acto que en lugar de sumar centrifugó y restó», «un espectáculo penoso, para olvidar, que acabó con una intervención del gusto de buena parte de los congregados: con un tono agrio y autoritario, desde el principio hasta el final», «una patada a las urnas del 1 de Octubre sin contemplaciones». Y significó una «andanada contra aquellos que defienden mantenerse en el Govern y que quedaron aturdidos ante la Cuestión de Confianza urdida por Puigdemont y que un Turull resignado se tragó con lágrimas en los ojos. Waterloo es juez y parte y se reivindica como el Legítimo. El resto, a creer y callar».

Para él, «si éste es el camino para culminar la independencia, ya podemos prepararnos». Pues tampoco es muy distinto de lo que se planteaba hace cinco años, cuando ERC estaban por la labor, también con lágrimas en los ojos en el caso de Marta Rovira, y llamaban traidores a quienes no querían o parecían no querer sumarse —¿hay que recordar las «155 monedas de plata» de Rufián?—. La diferencia, notable diferencia, es que ahora no hay tantos dispuestos a seguir, sea por desilusión, sea por lucidez recuperada.

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