Un gobierno puede plantear una cuestión de confianza cuando no está seguro de sus apoyos parlamentarios y quiere comprobar que cuenta con ellos. Lo dice la Ley de la presidencia de la Generalidad y del Gobierno (Art. 44): «El presidente o presidenta de la Generalidad, previa deliberación del Gobierno, puede plantear al Parlamento una cuestión de confianza sobre su programa, sobre una declaración de política general o sobre una decisión de excepcional trascendencia.» Lo que resulta estrambótico es que un sector del gobierno inste al presidente a someterse a una cuestión de confianza, en lugar de manifestar públicamente su discrepancia por el elemental procedimiento de dimitir. ¿Qué pensaban hacer los diputados de JxCat, votar en el Parlamento en contra del gobierno donde ocupan la mitad de las carteras?
Se suele decir que en este país no hay cultura de coalición, pero sería mejor decir que lo que no hay simplemente es cultura. Y entonces conviene soltar frases que parecen de Barrio Sésamo, como ésta de Josep Maria Jové (ERC): «Una coalición es corresponsabilidad, y si no hay corresponsabilidad quizás es que no hay coalición.» No, no hay coalición. Sólo es una alianza de circunstancias propiciada por el resultado de las elecciones autonómicas de febrero de 2021, que como todo lo que empieza mal, sólo puede acabar peor. Sabíamos que no iban a entenderse, que podrían durar poco, pero es que ni dos años; ni los más pesimistas esperaban un espectáculo semejante.
ERC y JxCat son como dos borrachos abrazados a la misma farola, discutiendo qué hay que hacer para no caerse. Salvador Sostres, en el Diari de Girona —El xofer de Batet—, afirma: «Aragonés, que no es tonto, leyó bien la inconsistencia de las amenazas convergentes y convocó al Govern a las 17:00 [del miércoles 28] cambiando la carga de la prueba y amenazando a Junts con expulsar a los consellers. Si Junts no hubiera ido de farol, habría presentado una moción de censura.» Cuesta creer que gente que siempre van de farol y siempre se les nota a la legua reincidan una y otra vez.
El presidente Aragonès se conformó con destituir al vicepresidente Puigneró, como castigo ejemplar. Pero ¿cómo va a seguir presidiendo este gobierno si siguen al mando los titulares de las consejerías de Economía, Acción Exterior, Investigación, Salud, Derechos Sociales, Justicia… cuyo partido le acusa públicamente de incumplir sus compromisos? Y estos consejeros, que no han desmentido a los portavoces de su partido y comparten por lo tanto la acusación, ¿cómo van a permanecer en sus cargos convirtiéndose en cómplices de un gobierno que incumple los acuerdos de investidura?
Josep Martí Blanch, en la Vanguardia el día 29, ya empieza la autopsia de este gobierno: Nació muerto pero vivió demasiado. Y «también está finiquitada la tan intensa como turbulenta década de colaboración entre ERC y JxCat». Todo el mundo lo sabe pero Cataluña se ha dotado de políticos incapaces del mínimo acto de sinceridad: «ERC no quiere a JxCat en el Govern y JxCat no puede permanecer en él lealmente. Sencillamente porque los intereses de ambos partidos son cada día que pasa más divergentes. Sólo que ninguno de los dos quiere pagar la factura de ser coherente con sus deseos.» Y «de este no querer ser el que da el paso definitivo nace su permanente deslealtad mutua». La situación recuerda a la de hace cinco años: todos sabían que no se produciría el advenimiento de la república independiente, pero nadie quería ser el primero en bajarse del tren que entre todos habían puesto a toda máquina.
De Martí Blanch es este veredicto histórico: «El mundo convulsiona y la Generalitat continúa patológicamente con la vista clavada en su ombligo. Ensayando jugadas maestras que, a diferencia de las que así fueron calificadas en los momentos álgidos del procés, ahora son percibidas como lo que realmente son y fueron: improvisaciones al tuntún para seguir corriendo hacia ninguna parte.»
La gestión del país en suspenso
El editorial de la Vanguardia del día 30 —La situación de ERC y Junts es insostenible—, al hacer el resumen de lo sucedido, señala dos momentos significativos: la foto en que aparecen «Borràs, Puigneró, Turull (y Batet, en segundo término) cabizbajos y cariacontecidos, como quien acaba de llevarse un rapapolvo inesperado»; las lágrimas de Turull, entrevistado en Rac1 la mañana del 29, «propias de quien exterioriza al fin los límites de su proyecto». Y, cabe añadir, los límites de una manera de hacer política particularmente errática.
Desliza este editorial una cuestión muy pertinente, que como tal nadie va a responder: «Cabe preguntarse, y no es pregunta retórica ni ociosa, cuántas veces la pugna entre estos socios ha dejado en suspenso la gestión del país.» Son siete años ya de gobernar en coalición. Unos años en que, partiendo de la desemejanza, han alcanzado las más altas cotas de la hostilidad.
El mismo día, el editorial del Periódico —Así no se puede seguir— apunta: «Lo sucedido no es más que la culminación de un pacto de gobierno cogido por los pelos que sólo se logró tras semanas de negociaciones y después de que Junts impidiera por dos veces la investidura de Aragonès apuntando ya a lo que es una constante heredada de su gen convergente: alimentar el caos cada vez que no preside las instituciones.» El problema es más bien lo contrario: JxCat alimenta el caos precisamente desde las instituciones que preside. Y no debido al «gen convergente», sea lo que sea eso, sino a la mutación que sufrió, llamémosle gen postconvergente.
Coincide este editorial con la impresión general: «Durante lo que llevamos de legislatura la prioridad de ambas partes parece haber sido más bien evitar el coste de reconocer que el ‘procés’ se ha convertido en un callejón sin salida (y conseguir que recaiga en el contrario). Un conflicto real entre partidos, y en el interior de uno de ellos, que debe tener una conclusión pero cuyo precio no puede pagar el país, penalizado por la absoluta supeditación de cualquier obra de gobierno a la dinámica de competencia y desconfianza entre Junts y ERC.»
Encerrados en su burbuja
En Nació Digital, Pep Martí i Vallverdú reconoce que «la dificultad de administrar el escenario postproceso ha llevado a unos debates que continuamente han salido de los parámetros exigibles a socios de gobierno o, incluso, a adversarios con los que se comparten marcos nacionales» —Un Estat sense cultura de govern?—, lo que es una manera de decir que han perdido el norte y que juegan sucio entre ellos. Y el problema se arrastra desde hace tiempo: «El independentismo todavía no ha realizado un análisis riguroso sobre el proceso. Todavía no ha revisado de manera crítica el 1-O y todo lo que se hizo mal.» No van a reconocer nunca que todo se hizo. mal, porque el dogma es que aquí sólo hay aciertos y todo lo malo viene de España.
El mencionado artículo acepta la argumentación de ERC y carga contra JxCat: «La retórica y la gestualidad parecen haberse encaramado en lo más alto de la política catalana. Un sector del independentismo se ha encerrado en una burbuja justo en un momento en el que una crisis global exige gobernar con seriedad. Aprendices de brujo, han jugado con fuego. La responsabilidad de quienes han permitido (…) que demasiadas figuras ajenas a la política profesional y caracterizadas por poco más que el entusiasmo hayan emergido como líderes sociales es evidente.» Es evidente también que ERC no está exento de «figuras ajenas a la política profesional» y a la sensatez, con carnet o sin él.
Jordi Barbeta, en el Nacional, intenta recomponer la situación, por el bien común: Todos pierden y gana Pedro Sánchez. Pero no es fácil hacer quedar bien a JxCat esta vez: «Junts no ha querido romper nunca la coalición de gobierno y tampoco lo querían ahora, aunque refunfuñaran continuamente, a pesar de que el pacto de gobierno había quedado en papel mojado» —tal vez deberían aclararse entre ellos, porque no se puede estar en misa y repicando—, «pero tanto refunfuñar tanto refunfuñar llegaron al debate de política general en el que Pere Aragonès se reafirmó en la estrategia de acuerdos con el PSOE y no calcularon las consecuencias de plantear la moción de confianza» —no calcular las consecuencias de sus improvisaciones es una constante del partido de Puigdemont—. «Le pusieron en bandeja a Aragonès que diera el golpe de autoridad que necesitaba para crecer y tal como le exigía la dirección de su partido. Tampoco tenía más remedio. La primera obligación de un presidente es mandar.» Tarde y mal, y a medias, por ahora. Para bien o para mal, en lo bueno y en lo malo, el sistema es presidencialista. Por ahora Aragonès no inspira confianza en los ciudadanos ni demasiado respeto en sus socios de gobierno.
Consulta a la militancia
En el caso de Vicent Partal, en Vilaweb, no hay mal —en la política autonómica— que por bien —independentista— no venga, y por eso esta crisis de gobierno llega en un buen momento: «La noticia es excelente (…) Lo más importante que ha demostrado este gobierno en año y medio es precisamente que con esta minúscula autonomía ya no se puede arreglar nada. Con la autonomía no existe margen de actuación para resolver ninguno de los problemas importantes que tiene el país.»
El fracaso de este gobierno de coalición, como de todo lo que fracase en Cataluña, sólo demuestra que «la propuesta de estado de las autonomías, en Cataluña no puede ir más allá. Y es muy ridículo empeñarse en creer en fantasías constitucionales o en hacer apología de la gestión aséptica. Ni juegos olímpicos, ni aeropuerto, ni mesa de diálogo, ni acuerdo de claridad, ni desjudicialización, ni calendario escolar, ni trenes circulando con normalidad, ni el traspaso de Cercanías, ni fábrica de baterías, ni política de renovables, ni 2% en cultura… Nada, ni un solo triunfo para poder mostrar en año y medio.» Y ¿por qué llega en un buen momento? Pues porque «llega cuando una cantidad creciente de gente ya está convencida de que por este camino no vamos a ninguna parte y de que es necesario un cambio de rumbo total. Volviendo a 2017, para decirlo de forma rápida».
Pero, en definitiva, ¿qué va a pasar con el gobierno de la Generalitat? ¿Se rompe o no se rompe la coalición? Los dirigentes de JxCat, en un nuevo ejercicio de irresponsabilidad, renuncian a renunciar y recurren al comodín del público. Organizarán una consulta a la militancia el 6 y 7 de octubre, de la que aún no se sabe «qué pregunta se hace a la militancia —que será clave—» ni «si la dirección del partido se posiciona abiertamente a favor de quedarse o salir del Govern». Eso después de que Jordi Turull dijese, el jueves 29, que «nos sentimos bastante expulsados del Gobierno«. Después de esto, ¿qué van a decir los 6.010 militantes que aseguran tener?