ECOS INDEPENDENTISTAS | Germà Bel y los incompetentes del proceso

El exdiputado Germà Bel. EUROPA PRESS.

La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana. Al cabo de cinco años, Germà Bel, diputado que fue en la legislatura en que se proclamó la independencia, afirma en una entrevista a Vilaweb: En 2017 fuimos unos incompetentes. Y nadie se lo va a discutir. Pero uno no se vuelve incompetente de un día para otro, y hay fracasos que se ven venir.

Miembro del grupo parlamentario Junts pel Sí —básicamente la coalición entre CDC y ERC, de 2015 a 2017— y no perteneciente a ningún partido, ahora «confiesa que uno de los errores de los parlamentarios fue aceptar permanecer al margen de las decisiones importantes», como si no hubieran sido puestos en la lista precisamente para eso, para permanecer al margen; para no cuestionar sino acatar, bendecir y divulgar las decisiones tomadas por el poder ejecutivo, que por entonces ya no era exactamente el gobierno de la Generalitat sino otra cosa que ha venido en llamarse «estado mayor», «sanedrín» u «órgano colegiado del independentismo».

Esto no hubiera sido posible en un sistema realmente parlamentario, pero en uno con listas cerradas y diputados sin iniciativa propia, que  no responden ante su electorado sino ante el comité central del partido que los ha designado, la cosa fue más fácil. La impresión que daban los altos cargos políticos y sociales de vivir en una dimensión paralela, donde las leyes eran moldeables y parecía posible el advenimiento de una república idílica no es una caricatura exagerada.

Estado de ánimo insurreccional

Interrogado sobre lo que recuerda de los meses de septiembre y octubre de 2017, responde: «Lo primero que me viene la cabeza es un estado de ánimo insurreccional bastante generalizado. Los meses previos al Primero de Octubre configuraron este tipo de estado de ánimo, que en los días siguientes al referéndum se convirtieron en un estado de efervescencia. Y más tarde vinieron unas semanas de estupefacción, y un frenazo en seco.» Más que protagonistas de un suceso histórico, parecen seguidores de una secta milenarista.

La impresión que daban los altos cargos políticos y sociales de vivir en una dimensión paralela, donde las leyes eran moldeables y parecía posible el advenimiento de una república idílica no es una caricatura exagerada

Ese «estado de ánimo insurreccional» no surgió de la nada: lo crearon los líderes independentistas, buena parte de los cuales estaban ejerciendo entonces de diputados, mediante los medios de comunicación afines. Igualmente la «efervescencia» que siguió al referéndum, con los disturbios del 3 de octubre, revestidos de huelga general, y la declaración de independencia del día 10, no tuvo nada de espontánea. La «estupefacción», si se realmente se produjo —cuesta creer que fueran tan ingenuos—, fue debida a la falta de previsión y a los análisis incorrectos que manejaban desde el primero al último. El «frenazo en seco» es el choque con la realidad que se produce cuando uno descubre que sus expectativas no tenían ningún fundamento.

Pero si algo lamenta Bel no es lo que sucedió sino su particular falta de protagonismo: «Ahora sería más exigente, pero no en negativo por falta de confianza, sino en positivo, para añadir contraste y añadir análisis. Se perdió una oportunidad que gente que no estaba en el estado mayor añadiera puntos de vista que habrían podido enriquecer y habrían podido preparar algo mejor lo que venía. Porque en esto había percepciones distintas. Y algunos pensábamos que vendría lo que vino.»

Si es cierto como dice que ya en 2016 dijo que «no se puede realizar un referéndum en un estado hostil si no tienes armas», la pregunta es por qué estuvo perdiendo un tiempo precioso como diputado de Junts pel Sí fingiendo lo contrario de lo que creía. Hubiera estado muy bien que personalidades indudablemente independentistas dijeran: ni éste es el camino ni este camino lleva a ninguna parte. Bel se desentiende del asunto —«la estrategia era algo del sanedrín»—, como si un diputado del Parlamento de Cataluña pudiera ocupar su escaño y al mismo tiempo permanecer subordinado a un cenáculo de conspiradores. Hay muchas responsabilidades y complicidades que no han sido esclarecidas, y no lo serán por vía judicial, son ya materia de historiadores.

Asumir la responsabilidad

Al menos entiende qué es un Estado: son «las instituciones que controlan un territorio. Por tanto, pueden imponer la ley sobre la población, si es necesario con coacción. Si hay alguien que te lo disputa no tienes más remedio que defenderte. Otra cosa es hacer que falle lo que quiere hacer el Estado, que creo que aquí sí podíamos llegar.» De haberlo intentado seriamente, se hubiera abierto un período de días o semanas de caos generalizado. Eso es lo que algunos debían tener en mente y desistieron de llegar hasta el final.

En cuanto a las «estructuras de Estado» que todos, empezando por Junqueras, proclamaban que estarían a punto en el momento preciso, Bel niega que pueda existir una duplicidad: «No habrá una Agencia Tributaria Española en Letamendi y una catalana pidiendo impuestos a la vez. Esto nunca ha ocurrido ni ocurrirá.» Una vez más, qué bien si lo hubiera dicho entonces. Ya habían quien temía tener que pagar dos veces, o tener que servir a dos administraciones. ¿No dijo Lluís Llach en abril de 2017 que los funcionarios que no acatasen la ley de transitoriedad iban a sufrir?

Bel no cree en el diálogo y sí en el conflicto

Y la siguiente reflexión ¿ha surgido ahora?, ¿no se le ocurrió a nadie entonces?: «Existe la discusión sobre si con una buena gestión de gobierno y con buenas políticas sociales se puede conseguir. En mi opinión no, porque la oposición a la independencia de Cataluña tiene un elemento de identitarismo muy alto, que no es intercambiable por beneficios sociales. La gente te compra los beneficios pero no la identidad.» Bel no cree en el diálogo y sí en el conflicto. Anuncia la «desafección del sector más movilizado y más activo del independentismo», y «una recomposición de partidos». Al final Bel se reconoce «parte de una ejecución incompetente de un proyecto», pero pocos compartirán su veredicto, o su propuesta: «Hubieran tenido que cesar todos los que habían estado en primera línea. Pensaba y pienso que fuimos unos incompetentes. Y que la única manera que tenía la dirección del independentismo de salir bien parada era asumir la responsabilidad por la incompetencia.»

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