El artículo de Salvador Sostres en Abc, el día 19 de septiembre —El más perturbado—, habla de muchas cosas: del consejero de Economía y Hacienda, Jaume Giró (JxCat), y de su ambición de convertirse algún día en presidente de la Generalitat; del presidente del FC Barcelona, Joan Laporta, que «sólo sabe gastar y vender o malvender el poco patrimonio que le queda»; de Jaume Roures, dueño de Mediapro, que «siempre ha tenido sueños húmedos con el Barça, y más temprano que tarde llegará su oportunidad». De pasada se refiere a una «Cataluña del despropósito, que ha asumido su derrota pero sin renunciar al fanatismo que la provocó». Es una buena descripción del estado de ánimo que embarga al grueso del independentismo.
La derrota, más allá de las bravuconadas en las redes sociales y de los lemas bramados en las manifestaciones, es una evidencia que nadie puede desmentir; pero el fanatismo que llenó todo el proceso independentista de premisas falsas y razonamientos incorrectos persiste en el ambiente. Esto impide a los dirigentes políticos salir del bucle, afrontar la realidad y ponerse a gobernar con los instrumentos que realmente tienen, no con los que podrían tener si un día de estos, quién sabe, les cae del cielo una república «justa, próspera, verde, feminista y plenamente libre», como dice que quiere el presidente Aragonès.
No es el momento de romper
En marzo de este año, Francesc-Marc Álvaro comparaba el gobierno de coalición entre ERC y JxCat con los protagonistas de George & Mildred, una serie de los años 70 sobre un matrimonio que «no se soportaban pero el divorcio no entraba en sus planes».
Ambos partidos vienen de dos tradiciones políticas incompatibles, es cosa sabida, y su primera coalición electoral y de gobierno, llamada Junts pel Sí (2015 – 2017), se justificó con lo del referéndum y acabó rematadamente mal. La coalición de gobierno actual ya lleva un año y cuatro meses y es tan sólida como un matrimonio de los de antes. Si quisieran romper, ya se sabría.
No hace falta esperar al debate de política general, que tendrá lugar a finales de septiembre, ante el cual ERC ya ha pedido formalmente que «sirva para presentar propuestas de mejora de la vida de los ciudadanos ante a un otoño y un invierno que serán difíciles» y no «para atacar a nadie» —Que el debat de política general no sigui per atacar ningú—. ¿Para qué sirve un debate parlamentario si no para atacar al gobierno? Lo más sorprendente es que ERC parece tener más oposición dentro del gobierno que fuera.
Ni tampoco tendría que hacer falta esperar a lo que digan los militantes de JxCat, que está previsto convocar este mes a ver qué les parece, si seguir en el gobierno o romper con él. Como siempre que se convoca a las bases, saldría la peor opción y la que menos conviene a los dirigentes. No es de extrañar que ya estén dando marcha atrás: «el portavoz de la formación ha afirmado que aún no estamos en ese momento«.
Entrevistado en el Punt-Avui el domingo 18, Jordi Turull lo deja bien claro: Ahora estamos en la fase de pedir a ERC que cumpla el acuerdo; no estamos en el debate de si rompemos o no el gobierno. Romperán cuando les convenga, y ahora no les conviene. El electorado entiende que JxCat sea el factor de inestabilidad constante, pero no agradecería demasiado que lo llevaran a las últimas consecuencias.
Aunque, eso sí, Turull no olvida mencionar que «es gracias a la movilización que hemos visto los episodios en los que hemos vencido a un estado» —lo que hay que oír— y que «todo lo que sea desmovilizar es un error», criticando la ausencia de Pere Aragonès, o sea de ERC, en la manifestación de la ANC del 11 de septiembre.
Incluso Laura Borràs, entrevistada anteriormente en Vilaweb, el día 16 —El foc amic és el que fa més mal—, no es muy amenazante: «Estamos convencidos de que es necesario reunirnos tantas veces como sea necesario para enderezar un acuerdo que no se cumple.» Aunque, eso sí, no puede menos que decir que «no me esperaba ver una guerra entre los partidos que se llaman independentistas», refiriéndose a su destitución como presidenta del Parlamento, algo que significa «facilitar las cosas al estado» y «no nos acerca a la independencia».
«Estamos convencidos de que es necesario reunirnos tantas veces como sea necesario para enderezar un acuerdo que no se cumple.»
Laura Borràs
Un punto de inflexión
Lola García en la Vanguardia del domingo 18 afirma que ésta es la última batalla entre ERC y JxCat y que «estamos en un punto de inflexión».
«Lo que vamos a ver en las próximas semanas es el efecto retardado en el mundo convergente de dos digestiones pesadas: la de los sucesos de 2017 y la de perder la presidencia de la Generalitat, en 2021. Este espacio político, que ha sobrevivido a varias mutaciones, se enfrenta a la posibilidad de otra fractura interna.» La facción mayor y única relevante de lo que fue CDC, ahora «deberá resolver la tensión entre los posibilistas que desean seguir en el Govern y los que abogan por abandonarlo si Pere Aragonès no se compromete en el debate de política general del día 27 a culminar el procés. Y en este bando figuran desde Carles Puigdemont a Laura Borràs, aunque no vayan de la mano.»
«Lo que vamos a ver en las próximas semanas es el efecto retardado en el mundo convergente de dos digestiones pesadas: la de los sucesos de 2017 y la de perder la presidencia de la Generalitat, en 2021».
Lola García
Si al presidente de la Generalitat le piden lo imposible, JxCat va a quedar en evidencia, o sale del gobierno o se la envaina. Más todavía si ni siquiera está unido en sus exigencias. Aún más si el sector crítico también está dividido y no sabe qué quiere ser de mayor. Francesc-Marc Álvaro, el día 19 en la Vanguardia, insiste en la comparación citada al principio: Nuestros Roper tocan fondo, puesto que ERC y JxCat «ya no disimulan la erosión de su convivencia en el poder» y «ya hemos tocado fondo varias veces».
«Son rivales en las urnas, socios en el Govern y aliados en el proyecto independentista, pero lo que pesa más es lo primero. Lo que determina su relación es que ambos aspiran a ser el único partido importante del independentismo (lo que representa el SNP en Escocia), con el objetivo de hegemonizar un espacio donde ahora las lealtades están repartidas entre dos mitades. Solo puede haber un SNP versión catalana. La meta es poder prescindir del otro. Con una salvedad importante: ERC tiene posibilidad de pactar con varias fuerzas mientras Junts per Catalunya solo puede pactar con los republicanos (aunque el acuerdo con el PSC en la Diputación de Barcelona matiza esto).»
«Son rivales en las urnas, socios en el Govern y aliados en el proyecto independentista, pero lo que pesa más es lo primero. Lo que determina su relación es que ambos aspiran a ser el único partido importante del independentismo
Francesc-Marc Álvaro
Álvaro recuerda que cuando pactaron el actual gobierno «las discrepancias estratégicas eran las mismas de hoy». Todo el mundo veía claro que no se iban a entender, pero ahí están viendo pasar el tiempo y repitiendo los mismos puntos de discrepancia. «El cansancio del ciudadano es considerable» y mientras tanto ellos «piensan, muy ingenuamente, que las urnas siempre les darán la mayoría en el Parlament.»