Al inicio del año 2020, el gobierno español declaraba formalmente la «emergencia climática» y marcaba las líneas de acción para fomentar las fuentes de energía renovable. La propaganda nos traía la buena nueva de que al fin íbamos a ser responsables y salvar el planeta.
Apenas dos años después, un giro inesperado del guión: el gobierno alerta de que el desabastecimiento energético es el escenario más probable para el próximo invierno.
La transición energética está a un paso de convertirse en sinónimo de escasez y pobreza. El peor escenario posible.
¿Como hemos llegado hasta aquí? Hagamos un repaso rápido a nuestras contradicciones.
«La transición energética está a un paso de convertirse en sinónimo de escasez y pobreza. El peor escenario posible»
Para empezar, ni siquiera sabemos cuales son las energías renovables. La Comisión Europea anda liada con la «taxonomia» para definir qué es energía «verde» y que no. Parece que ni en eso somos capaces de ponernos de acuerdo. ¿Son «verdes» las centrales nucleares, que no producen CO2? ¿Tenemos que invertir en nuevas centrales más modernas? El debate está en plena efervescencia, pero en España ya nos hemos posicionado en el no.
¿Y la energía solar y la eólica? Parece que todo el mundo estaría de acuerdo en que son fuentes de energía renovable en las que deberíamos invertir. Pero la realidad es que se vetan sistemáticamente los proyectos de parques fotovoltaicos y eólicos, por sus impactos paisajísticos y ambientales.
Algunos apuestan todo al autoconsumo y las comunidades energéticas, mediante la instalación de placas solares en las cubiertas de los edificios. Una idea muy romántica que sin duda hay que fomentar. El problema es que se trata de un sistema incapaz de suministrar toda la energía que necesitamos.
Y ahora ha llegado una guerra a recordarnos la realidad: nuestra dependencia energética del petróleo y el gas de terceros paises. Con el previsible cierre del suministro del gas de Rusia, toda Europa está en jaque. Esta será la prueba de estrés que pondrá de manifiesto nuestras debilidades con toda su crudeza.
Así que el resumen de nuestra política de transición energética es el siguiente: ni centrales nucleares, ni parques eólicos, ni fotovoltaicos, ni gas, ni petroleo.
Dicho de otra forma, no tenemos ninguna política energética, más allá de los eslóganes buenistas de moda.
«No tenemos ninguna política energética, más allá de los eslóganes buenistas de moda»
De momento la única realidad objetiva es el impacto negativo en nuestra economía, con unos precios de la energía desbocados y la inflación descontrolada. Para las familias, autónomos y empresas, el coste de la energía empieza a ser una carga durísima de soportar.
El gobierno trata de hacer frente a las escaladas de precios con un tandem de subvenciones a los consumidores e impuestos a las empresas energéticas. Una estrategia futil, puesto que las lógicas del mercado y los precios se encargan de absorber todas estas iniciativas sin que tengan impacto real. Estamos frente al abismo y sin red.
«La única solución para la crisis es planificar y construir las infraestructuras necesarias para cubrir nuestras necesidades energéticas. Un plan serio, que defina tecnologías, ubicaciones en el territorio, inversiones y plazos»
Tenemos que recuperar el norte. La única solución para la crisis es planificar y construir las infraestructuras necesarias para cubrir nuestras necesidades energéticas. Un plan serio, que defina tecnologías, ubicaciones en el territorio, inversiones y plazos.
Pero eso es justamente lo único que nuestros políticos no están dispuestos a hacer.
Así que parece que seguiremos debatiendo sobre la temperatura del aire acondicionado o haciendo declaraciones grandilocuentes sobre el cambio climático, sin ser capaces de construir soluciones reales a las necesidades energéticas de nuestra sociedad.
Nos espera un frío invierno.