Hay reconocimientos que no distinguen únicamente al que los recibe. Cuando a Camus le dieron el Premio Nobel, dijo eso tan famoso de que quien se lo merecía era Malraux, a lo que este respondió -o al menos eso reza la leyenda- aquello tan bonito de que esas palabras nos honran a los dos. Pero lo más frecuente es que, cuando la institución elige bien a quien darle la medalla, sea ella misma la primera que sale ganando. Fue el caso del Ayuntamiento de Madrid cuando, antes de 2019, fijó en el callejero la memoria de Edgar Neville, de Conchita Montes o de Mercedes Fórmica, y ahora al haberle puesto a una plaza el nombre de Landelino Lavilla (1934-2020).
Cuando nuestro hombre dejó la política, en 1982, tenía sólo 48 años y le había dado tiempo a hacer todo lo que es conocido y ahora no hace falta reiterar. Pero fue entonces cuando empezó lo más meritorio de su trayectoria vital. Reingresó como Letrado en el Consejo de Estado (su casa, porque lo del Ministerio de Justicia y el Congreso de los Diputados fueron sólo peripecias), donde luego se le nombró Consejero Permanente -o sea, vitalicio: hasta su fallecimiento, casi 40 años más tarde- y compatibilizó ese trabajo -con el rigor que era marca de la casa y ya se sabe que en ocasiones es lo que menos le gusta a los clientes- con la presencia en algunas Reales Academias. Con esto tuvo bastante. Supo vencer la tentación, si es que alguna vez le asaltó, de capitalizar (en el sentido contante y sonante del término) los contactos y las relaciones que siempre se obtienen en el paso por la política, donde hay ocasión de hacer muchos favores.
Supo vencer la tentación, si es que alguna vez le asaltó, de capitalizar (en el sentido contante y sonante del término) los contactos y las relaciones que siempre se obtienen en el paso por la política, donde hay ocasión de hacer muchos favores
A la Corporación capitalina hay que felicitarla, sí, por la decisión: aplauso sincero y sin reserva alguna. Bien mirado, se insiste, quizá el Landelino Lavilla con más méritos para haberla alcanzado sea el posterior a 1982. El que se supo marchar sin quejarse y sin ir pasando la bandeja por aquí y por allá, a ver lo que acababa cayendo en el zurrón. La buchaca.
Los siguientes de la lista deberían ser Fernando Abril Martorell y Antonio Fontán. Y en su día (esperemos que dentro de mucho) Marcelino Oreja
Puestos a pensar en políticos de la transición, el Ayuntamiento ya tuvo ocasión de darse un festín con Leopoldo Calvo-Sotelo. Los siguientes de la lista deberían ser Fernando Abril Martorell y Antonio Fontán. Y en su día (esperemos que dentro de mucho) Marcelino Oreja.