Opinión/ Si hay algo más dramático que el suicidio es que te diviertas hablando sobre él

No son valientes ni cobardes. No son egoístas ni altruistas. No son carnaza para sumar clicks ni el relleno de minutos televisivos o radiofónicos. Tampoco son números. No lo son.

Esta semana he estado pensando mucho sobre un artículo que no citaré, simplemente, porque no contribuiré a engordar su número de visitas. Un artículo que una compañera ‘totalmente desacertada’, que no poco profesional, anunció a bombo y platillo en redes sociales reconociendo lo mucho que se había divertido escribiéndolo.

Y no. No era una recopilación ‘memes’, chistes o ‘momentazos’ en sesiones de control en el Congreso de los Diputados. Era un artículo que recogía y exhibía tras una foto de portada de lo más desagradable, algunas cartas de ‘despedida’ de personas ilustres que se habían quitado la vida.

Supe de esta publicación por Miguel Guerrero, un gran profesional de la psicología que, como muchísimos otros, se deja la piel trabajando en la prevención del suicidio, la primera causa de muerte no natural en España por delante, incluso, de los fallecimientos en accidente de tráfico. Poca broma ¿no?.

El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España por delante, incluso, de los fallecimientos en accidente de tráfico.

De repente empiezas a leer: “Trágicas y poéticas (como sus canciones), estas fueron las últimas palabras que dejó escritas Kurt Cobain antes de suicidarse”. ¿Poéticas?

“Trágicas y poéticas (como sus canciones), estas fueron las últimas palabras que dejó escritas Kurt Cobain antes de suicidarse”

Seguimos:

“Cesare Pavese, Walter Benjamin, Emilio Salgari, Mayakovski… La lista de suicidas artistas es grande. Y todos ellos dejaron una nota. Más larga o más corta, más dramática o incluso humorística (mi preferida es la del actor George Sanders, que se suicidó en Castelldefels”.

Por supuesto, la periodista reproduce de forma literal esa delicia de carta que, como mínimo, a cualquiera le pondría la piel de gallina.

«Todos ellos dejaron una nota. Más larga o más corta, más dramática o incluso humorística (mi preferida es la del actor George Sanders, que se suicidó en Castelldefels»

Y aquí viene lo que, a mi parecer, es todavía más preocupante. Pongámonos en situación: Empezamos a escribir después de haber pasado horas ante una ingente cantidad de información, corregimos el texto, lo ilustramos con fotografías y listo. Lo lanzamos a las redes sociales a ver si esta vez el pajarito blanco sobre fondo azul se fija en nuestro trabajo.

Por suerte o desgracia, el milagro se produce y hay quien decide leerse tu relato en Twitter. Debo decir que es de agradecer, tratándose de una red social que engulle publicaciones dignas de admiración que pasan a la historia sin despertar el más mínimo interés.  

Entonces empiezan a llover comentarios de personas alarmadas por lo que acaban de leer. Profesionales de la salud, supervivientes de un intento de suicidio, familiares de personas que se han quitado la vida o, simplemente, hombres y mujeres que han comprendido el enorme problema de salud pública que tenemos en el mundo y en España con el suicidio.

Todos te comentan lo desacertado de tu publicación. Te argumentan su crítica con todo el respeto y la autoridad que le da su experiencia vital o profesional. Sin embargo, lejos de reconocer el error, algo que todos cometemos, insistes en que “precisamente porque es un gran problema, no hay que dejar de hablar de el”. En eso estamos de acuerdo.

Es evidente que tras el texto hay un gran trabajo de documentación. Aun así, parece haberse traspapelado toda aquella que habla del correcto tratamiento del suicidio en los medios de comunicación.

En esos manuales se explica de forma clara y precisa qué recursos se deben descartar para evitar el ‘efecto llamada o efecto werther’. Entre otros, la reproducción parcial o total de notas suicidas o los métodos empleados para conseguir el ‘trágico’ desenlace. De la misma forma, los manuales te dan una idea de qué se puede hacer para conseguir el efecto contrario, el que cuida la prevención, conocido como ‘efecto papágeno’. Ahí se abre un enorme abanico de recursos que, utilizados con respeto e ingenio, pueden regalarnos un artículo de lo más interesante, a través del relato de personas que han sobrevivido al suicidio o de aquellas que perdieron a un ser querido y luchan para salvar otras vidas.

Por supuesto, no hay que dejar de hablar de este terrible problema porque en silencio no se salvan vidas. Tampoco hay que dulcificarlo, ni mucho menos. De hecho, es de agradecer que los profesionales de la comunicación se atrevan a meterse en terrenos pantanosos que desconocen. Sin embargo, y vuelve a ser mi humilde opinión, para hablar por hablar, mejor estarse callado. Mucho más, si existe la más mínima duda de que tus palabras puedan estar invitando a alguien a copiar ideas macabras. Y esto no lo digo yo, lo dicen los muchos artículos académicos y profesionales especializados que saben de lo que hablan. Si hay algo impredecible es la mente humana. Solo por eso, deberíamos analizar hasta el agotamiento cada una de las palabras que publicamos.

Errar es de humanos y rectificar de sabios.

Teléfono de la Esperanza (717003717)

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