Si algo puede salir mal, saldrá mal. Es la formulación básica de la ley de Murphy, a la que se le han añadido muchos corolarios. El del independentismo catalán podría ser: Si algo sale mal, lo volveremos a hacer, como si no hubiera pasado nada. Y para ello lo mejor es encomendarse a la misma gente y mantener los mismos planteamientos.
Laura Borràs y Jordi Turull han llegado a un acuerdo para dirigir JxCat —informa Vilaweb el martes 10— después de que Carles Puigdemont renunciase a seguir presidiendo el partido y Jordi Sánchez a volver a ser su secretario general.
«Según el acuerdo entre ambos dirigentes, habrá un reparto de las funciones ejecutivas al 50%», lo que requerirá una reforma de los estatutos. Parece que se evita el conflicto entre ambos candidatos con un reparto salomónico, aunque seguidamente tendrá lugar el festival de la participación interna: recogida de avales, proclamación de candidaturas y votación de los militantes la primera semana de junio.
Se han repartido como buenos hermanos el poder ejecutivo, lo que les da pie decir: «Nos encontramos los padres del 1-O y los hijos del 1-O.» Afirma Vilaweb: «Borràs y Turull representan las dos almas que conviven en Junts: [por una parte] los independientes y [por otra] los militantes y dirigentes provenientes del PDECat y de la antigua Convergència. Con el pacto que han hecho público hoy, han garantizado la representatividad de todos los sectores, en un intento de mantener la cohesión interna.»
El torrismo sin Torra
Josep Martí Blanch, en la Vanguardia el jueves 12, juzga así el acuerdo: Borràs se merienda a Turull. «El cuento chino sobre repartirse el mando al cincuenta por ciento no es más que un protector estomacal para los cargos institucionales y militantes de JxCat a los que les cuesta digerir el triunfo del torrismo sin Torra.»
En otros partidos el antagonismo entre pragmáticos y demagogos es algo habitual; pero estamos hablando de JxCat, en cuya casa de la república el pragmatismo saltó por la ventana el primer día. Aún así, hay grados. «A Turull el trágala le supo a hiel a última hora del lunes, pero engulló. Ni el apoyo de una holgada mayoría de los diputados del grupo, ni el soporte de las estructuras territoriales de JxCat en las veguerías y tampoco el de la mayoría de los alcaldes del partido han sido suficientes para que Turull se viese a sí mismo lo suficientemente musculado para plantar cara de verdad en el proceso negociador. Ella no ha tenido miedo, él sí. O si lo prefieren, a ella no le importaba romper el partido, a él sí.»
Entre otras cosas, Martí Blanch reprocha que «ni siquiera haya habido una mínima reflexión sobre hasta qué punto es razonable ponerse en manos de alguien que va a ser juzgada en el TSJC por delitos graves —supuestos, por supuestísimo— que solo desde el cinismo pueden atribuirse sin enrojecer de vergüenza a una supuesta venganza de las cloacas del Estado»; alguien cuyo «principal interés viene siendo ella misma», por lo que «todo dependerá de lo que más conveniente le resulte en cada momento».
Turullismo versus borrasismo
Agustí Colomines, en el Nacional el mismo día, expone las claves de un pacto. Después de lanzar un dardo envenenado al que fue portavoz del gobierno que declaró la independencia —«Turull será secretario general, que parece que es una ambición personal que atesora desde hace tiempo, como si necesitase quitarse la espina por los anteriores fracasos a un coste alto»—, celebra que «el riesgo de que el turullismo controlara el aparato para dar marcha atrás, hasta volver a los tiempos de Convergència, ha quedado abortado, por lo menos momentáneamente». Cabe recordar que, en aquellos tiempos, ahora tan denostados, de Convergència, Colomines fue, entre otros cargos, director de la Fundación CatDem, vinculada a dicho partido, del 2007 al 2013; tampoco hace tanto.
Prosigue manteniendo la ficción del duopolio entre los independientes, cuya pureza se les supone, y los miembros del aparato, de los que habría que desconfiar: «El acuerdo entre las dos almas de Junts para compartir al 50 % la capacidad ejecutiva es una buena fórmula si se practica con lealtad. Hasta el momento esto no ha sido así, pues los independientes solo eran utilizados para poner cara al activismo de Junts, mientras que tenían poca incidencia en el día a día de la organización.» O sea, como en todas partes. Los llamados independientes son, a efectos prácticos, militantes con una función especial de cara a la galería.
Colomines reconoce, a buenas horas, que «ya se ha visto que derrotar al Estado no era tan sencillo» —se ha visto y se sabía; son los que dijeron que sería la independencia llegaría rápido y fácil quienes deberían empezar por reconocer o bien su error garrafal o bien su ingenio como ilusionistas— y que ahora «ya no se trata de lamentar permanentemente la derrota, porque los derrotados no movilizan a nadie». Dejar de hablar del «mandato del 1-O», de «levantar la DUI» y de «implementar la república», eso ya sería toda una novedad.
Borràs, una frívola fuera de control
En Nació Digital, Sara González ve la maniobra con un cierto escepticismo —Macedònies polítiques—: «La apuesta por la bicefalia pactada en Junts es inteligente. Permite exprimir el potencial de dos perfiles que se pueden complementar a la hora de combinar la experiencia de gobierno y el conocimiento orgánico que tiene Turull del partido con el carisma y el rol institucional de Borràs. Esto no esconde que el acuerdo se ha forjado por el miedo a ambos —y de buena parte del partido— a asumir el riesgo de enfrentarse y de perder.»
El carisma de Borràs reside sobre todo en la imaginación de un sector del independentismo y está por ver que sirva de algo a la hora de la verdad. Como ya dijo Salvador Sostres en Abc el lunes 9: Nadie quiere a Borràs, salvo los que la tienen que votar. «Laura Borràs es la agitadora del independentismo más irredento, a pesar de que tanto como consejera de Cultura como presidenta del Parlament ha acatado siempre la Ley contra la heroicidad de la independencia que tanto ha exigido a los demás.»
En ese mismo artículo, incluye la autorizada opinión de Jordi Pujol: «La estructura del partido no quiere a Borràs, por considerarla incontrolable. Una «Torra 2». En distintas reuniones mantenidas con viejos conocidos, el expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, ha manifestado rotundamente no querer a Laura Borràs ni como presidenta ni como secretaria general de Junts y ha dicho del expresidente Quim Torra que es «un imbécil». Pujol, que manifiesta problemas de memoria inmediata (…), conserva en cambio plenas facultades para el análisis político y expresa con crudeza sus opiniones sobre el futuro del partido. A Laura Borràs la considera una frívola fuera de control, en la línea de lo que significó la presidencia de Torra. Apoya a Jordi Turull para que tome las riendas de su partido. Pujol no manda en Junts pero sus planteamientos son en este asunto los mismos que los de Puigdemont o Artur Mas.»
Volviendo al artículo de Nació Digital, está claro que «el gran reto será la convivencia, la toma de decisiones en una cúpula donde hay varias lecturas del contexto actual y de la apuesta futura». Hasta el punto que «tanto Borràs como Turull han apuntado la posibilidad de dejar cuestiones de [gran] calibre en manos de la militancia (…) una temeridad cuando de lo que se trata es de externalizar la incapacidad para decidir».
Digamos que no será fácil la convivencia entre el extremismo sostenible de Turull y la extrema frivolidad de Borràs. En el futuro inmediato tendrán que decidir si se desmarcan del consenso para la modificación de la ley de política lingüística, si rompen con el PSC en la Diputación de Barcelona, y con ERC en el gobierno de la Generalitat. Hagamos una apuesta: lo primero, seguro; lo segundo, probable; lo tercero, imposible, mientras no sea para ir a nuevas elecciones.
Una prevaricadora con mas soberbia que altura y un tonto que se fue a leer el periódico al despacho oficial el día después del golpe de estado, buen equipo. Faltaba un payaso pero lo han escogido para la ANC. Esta gente terminara destrozando Cataluña y España.