Las elecciones francesas han visualizado una división política que lleva años gestándose. De un lado los ganadores de la globalización. Del otro, los perdedores. Como toda división binaria tiene muchos matices, pero los elementos de la confrontación están claramente determinados.
El acelerón de la digitalización que ha comportado la pandemia, junto a la crisis económica y social que la ha acompañado, ha implicado un aumento considerable de las diferencias sociales y, sobre todo, una sensación de impotencia en muchos sectores sociales. Muchas personas son incapaces de conseguir ser atendidas en su banco, por la administración pública o por muchas grandes empresas de servicios públicos, que convierten en un vía crucis cualquier gestión que no sea rutinaria.
Mientras las grandes multinacionales se enriquecen, los autónomos, los agricultores y las pequeñas empresas familiares ven cada día más difícil su supervivencia. La sensación de abandono y de reconversión salvaje es creciente.
Mientras las grandes multinacionales se enriquecen, los autónomos, los agricultores y las pequeñas empresas familiares ven cada día más difícil su supervivencia. La sensación de abandono y de reconversión salvaje es creciente.
A las dificultades económicas se unen otros elementos. La criminalización de actividades tradicionales, la sensación de ser tratados como ciudadanos de segunda, la imposición de modelos sociales alejados de la tradición cultural propia, la imposición del pensamiento único basado en la corrección política importada de EE.UU, la creciente intromisión del estado en la vida de las personas y las familias, son elementos que aumentan día a día el número de descontentos. El gran capitalismo nos quiere imponer sociedades desagregadas, divididas entre colectivos enfrentados, que sean dóciles a sus designios.
El gran capitalismo nos quiere imponer sociedades desagregadas, divididas entre colectivos enfrentados, que sean dóciles a sus designios.
La defensa legitima y necesaria de derechos de determinados colectivos ha dejado paso a una imposición en sentido contrario. Se acaba con la presunción de inocencia, los grupos de presión organizados declaran la muerte civil de quien osa discrepar. La nueva inquisición actúa impunemente a su libre albedrío.
En Francia, Macron y Le Pen representan a ganadores y perdedores de la globalización. Las grandes empresas, los sectores más dinámicos de la sociedad, la inmigración, el feminismo radical, los grupos LGTBIQ, son partidarios de Macron. Trabajadores, autónomos, agricultores, ciudadanos de barrios degradados, católicos , partidarios de la moral tradicional, etc, votarán a Le Pen.
El apoyo muy mayoritario de medios de comunicación dependientes de gobiernos y grandes empresas ,redes sociales propiedad del gran capital, o sea el poder del establishment, parece que permitirá a Macron ganar por un margen mucho más estrecho que en las anteriores presidenciales. No se trata sólo de la extrema derecha tradicional. Muchos votantes de la Izquierda Insumisa de Mélenchon votarán por Le Pen para frenar a Macron. En España, el sistema de partidos existentes todavía no visualiza la nueva situación, salvo por el crecimiento de Vox. Pero no tardará en expresarse con contundencia porque obedece a una división real de la sociedad. La acusación de que cualquier discrepante de la corrección política, la ideología del gran capital, es un fascista, tiene los días contados por su uso abusivo.
Muchos votantes de la Izquierda Insumisa de Mélenchon votarán por Le Pen para frenar a Macron.
Los que van ganando, los globalizadores, deberían ser cuidadosos. Si siguen forzando la máquina, el futuro nos traerá graves confrontaciones sociales. Sobre todo, si entramos en una fase de crisis económica que agravará, hasta lo insoportable, las diferencias entre ganadores y perdedores del nuevo orden mundial.