El psiquiatra y experto en psicología evolucionista Pablo Malo es coautor de Psiquiatria evolucionista: una introducción, así como editor de los blogs La Nueva Ilustración evolucionista y Evolución y Neurociencias. Ahora acaba de publicar con Deusto Los peligros de la moralidad, un revelador ensayo en el que alerta de los perjuicios que un enemigo insospechado, la reputada moralidad, está ocasionando en nuestras sociedades, como el tribalismo ideológico, el auge del victimismo o la cultura de la cancelación.
Sostiene que la moral, al contrario de lo que solemos creer, constituye un enorme peligro para las sociedades modernas. ¿Cuál es la razón?
El libro gira alrededor de la idea de que la moralidad es un arma de doble filo o una moneda con dos caras. La misma capacidad moral que nos lleva a hacer el bien —a luchar contra injusticias, a ser altruista, a colaborar con nuestro grupo y mejorar la vida de la gente— nos lleva a cometer genocidios, holocaustos, gulags y atentados como el de las torres gemelas.
Es decir, la moralidad sirve para hacer el bien pero sirve también para hacer el mal. Las personas no podemos hacer el mal sabiendo que es el mal —salvo algunos psicópatas— y ahí es donde interviene la moralidad: convierte lo malo en bueno y así ya podemos ser malos.
Si las mayores atrocidades las perpetran personas que están convencidas de ejercer el bien, ¿significa eso que las «malas personas» no existen?
Las personas malas serían las que en general denominamos psicópatas. A esas personas les falta —por así decirlo— la app que llamamos moralidad y que la mayoría llevamos instalada en el polo frontal. Esta app hace que sometamos nuestros intereses egoístas y personales a los intereses del grupo. En esencia, en eso consiste la moral: en someter el egoísmo al bien común ya que, al ser seres sociales, si cada uno hiciéramos lo que quisiéramos la vida en común sería imposible.
A los psicópatas les falta esa aplicación, como digo, pero son un porcentaje muy pequeño de la población (entre el 1 y el 5 por ciento). No podemos explicar esas barbaridades a las que me he referido antes con la psicopatía ya que en ellas han estado implicados porcentajes importantes de la población.
«Las personas no podemos hacer el mal sabiendo que es el mal —salvo algunos psicópatas— y ahí es donde interviene la moralidad: convierte lo malo en bueno y así ya podemos ser malos»
Al vivir en el País Vasco ha sido testigo del terrorismo de ETA y cómo mucha gente justificaba su violencia. ¿Podemos decir que es la moral —o al menos su parte oscura— la que dicta a los terroristas sus crímenes?
Sí, es difícil de entender pero el terrorismo es un ejemplo de violencia moralista. Los terroristas, la mayoría de las veces, son violentos porque sienten genuinamente que la violencia es lo correcto, lo que deben hacer. Según los perpetradores de la violencia, la violencia es moralmente necesaria. Por ejemplo, los autores del 11-S pensaban algo en la línea de que EEUU es el gran Satanás, el enemigo del Islam y de sus naciones y que merecía ser castigado. ETA pensaba algo en la línea de que los estados de Francia y España estaban oprimiendo al pueblo vasco, etc., etc., y que su violencia estaba justificada. Y mucha gente en el País Vasco lo pensaba y lo piensa así como podemos observar con lo que está ocurriendo ahora con los ongi etorriak a los miembros de ETA.
Lo repito de nuevo: la mayoría de los actores violentos no son patológicos o ni siquiera actúan en su propio interés, sino que están convencidos de que actúan al servicio de un bien moral más alto.
¿Por qué los seres humanos adoptamos con tanta frecuencia creencias irracionales?
Porque esas creencias tienen una función social. Pensamos que nuestras creencias tienen que ajustarse siempre a la realidad pero esto es un error. Hay unas creencias que sí se ajustan a la realidad exterior del mundo físico, digamos, como dónde hay comida o cuál es la velocidad a la que tengo que ir en la autopista. Pero hay otras creencias que nos sirven para navegar el mundo social y en el mundo social podemos ser recompensados por creer cosas absurdas. En este sentido, Steven Pinker explica que la gente es aceptada o rechazada en base a sus creencias. De ahí que una función de la mente puede ser mantener creencias que nos consigan aliados y no tanto que sean verdaderas.
«El terrorismo es un ejemplo de violencia moralista. Los terroristas, la mayoría de las veces, son violentos porque sienten genuinamente que la violencia es lo correcto, lo que deben hacer»
Son muchos autores los que consideran a la ideología woke como fundamentalmente religiosa.
Sí, entre ellos Jonathan Haidt o Tom Holland. John McWhorter, por ejemplo, acaba de sacar un libro donde argumenta por qué que el wokismo es una religión. Así, recuerda que los Elegidos —él llama así a los woke— tienen sumos sacerdotes como el autor antirracista Ibram X. Kendi; que tienen un pecado original imposible de redimir como el «privilegio blanco» o que son evangélicos en el sentido de que hay «creencias correctas» cuyo cuestionamiento te convierte en enemigo del progreso. Por lo demás, y sin entrar en profundidades teóricas, sólo tenemos que ver cómo se arrodillaban los senadores americanos y muchas personas en EEUU tras la muerte de George Floyd a manos de la policía para apreciar las grandes similitudes con la religión.
Otros han advertido que en la cultura del victimismo actual parece existir una competición para determinar quién está más oprimido. Pero, ¿por qué solo puede haber una víctima?
No hay una respuesta definitiva pero en el libro hablo de la teoría diádica de la moral, que propone que la esencia de un juicio moral es la percepción de dos mentes complementarias. Esta pareja moral es asimétrica y está compuesta por un agente intencional —el perpetrador— y un paciente que sufre —la víctima—. Y dentro de este planteamiento se produce un encasillamiento moral, es decir, el perpetrador sólo puede ser perpetrador y la víctima sólo puede ser víctima: consiste en que la gente es catalogada o bien como agentes morales o bien como pacientes morales, no se puede ser las dos cosas a la vez.
Voy a ilustrar todo esto que suena abstracto con un ejemplo. Según el feminismo, los hombres son opresores y las mujeres son víctimas. Sabemos que los hombres tienen desventajas o sufren discriminaciones: por ejemplo, son los que tienen que ir a la guerra, como vemos ahora en Ucrania, son los que cometen tres de cada cuatro suicidios, son la mayoría de los accidentes laborales, son la mayoría de las personas sin hogar y que viven en situación de calle, los niños sufren más fracaso escolar que las niñas, etc. Bien, una manera de ver todo esto podría ser que los hombres son también víctimas o los desfavorecidos en algunas cosas. Pues no, el fenómeno del encasillamiento hace imposible que veamos a los hombres como víctimas.
«Lo que se está imponiendo es un modelo en el que ya sabemos cuál es la verdad y los que no piensen así son herejes y deben ser excluidos y con ellos no se puede hablar ni dialogar. Esto ya no es política, es religión, y sería la tumba de la democracia»
También ocurre que existe una jerarquía del victimismo: una mujer es víctima con respecto al hombre, pero una mujer negra es más víctima que una mujer blanca. Y una mujer negra trans es más víctima que una mujer negra…
En su libro leemos que el «tribalismo intrasocietal ocurre cuando grupos que antes eran considerados miembros de nuestra sociedad pasan a ser excluidos y considerados extraños y peligrosos». La definición recuerda a lo sucedido en Cataluña después del procés, donde parte del separatismo se refiere ahora a los catalanes castellanohablantes como «colonos»…
Sí, así es. También puede ser otro ejemplo lo que hemos visto durante la pandemia donde se ha producido claramente este fenómeno con los no vacunados. René Girard hablaba del fenómeno del chivo expiatorio por el que la sociedad elige a una persona o grupo al que expulsan o eliminan. Este mecanismo tiene el efecto de unir al grupo y de proveer una salida para el caos, la incertidumbre o el malestar social.
Considera la moralidad una sustancia altamente contagiosa que lo está contaminando todo. ¿Es esta pandemia moral compatible con la democracia liberal?
Yo creo que no, que este moralismo es un peligro para la democracia, que se ha basado en la creencia de que existen diferentes opciones todas ellas legítimas y que podemos estar en desacuerdo y votar. Lo que se está imponiendo es un modelo en el que ya sabemos cuál es la verdad y los que no piensen así son herejes y deben ser excluidos y con ellos no se puede hablar ni dialogar. Esto ya no es política, es religión, y sería la tumba de la democracia.
«Hay que sacar la moralidad de la vida pública como hace siglos se sacó a la religión»
¿Y qué podemos hacer para combatir la dimensión negativa de la moralidad?
Es muy complicado buscar una solución. Lo primero sería darnos cuenta del problema de que la moral tiene una lado oscuro. Yo propongo, aunque sé que es muy difícil de implementar, que hay que sacar la moralidad de la vida pública como hace siglos se sacó a la religión. La tragedia es que no podemos coger lo bueno de la moral y desechar lo malo, todo va en el mismo lote.