La necesaria, inaplazable, urgente normalización de la política en Cataluña avanza con una lentitud exasperante, a base de pequeños gestos y como pidiendo excusas. Isabel Garcia Pagan, en la Vanguardia del sábado 12, habla del pragmatismo de guerra del independentismo:
«El pragmatismo de guerra ha sofocado los incendios ordinarios entre ERC y Junts y se asume que el impacto de la invasión rusa de Ucrania será enorme, transversal, duradero y justifica decisiones “excepcionales” como asistir a la conferencia de presidentes autonómicos de La Palma.» Este efecto colateral no lo había previsto Putin.
La reanudación de los contactos y las reuniones habituales sabe mal al independentismo porque supone romper con la sensación de excepcionalidad que consiguió imponer en la sociedad catalana mediante el llamado proceso a la independencia. Los grandes desafíos que presagiaban grandes cambios han desaparecido del horizaonte o al menos nadie cree que sean inminentes. Y esto, ¿cómo sostenerlo ante los fieles que sienten nostalgia —o tal vez sólo fingen tenerla— de los infaustos días históricos en que parecía posible —o tal vez sólo fingen creer que fue posible— doblegar el Estado? Pues se hace a regaladientes, lamentándolo, aduciendo razones de fuerza mayor, como ahora mismo con la invasión de Ucrania.
Pragmatismo sin proclamas vacías
Cada día que pasa se hace más difícil mantener encendida la esperanza de que dentro de poco, en cuanto se presente la ocasión, lo volveremos a hacer, más y mejor, y esta vez sí. Como es habitual, Joan Vall Clara, en el Punt-Avui —Palmer, puja a La Palma—, entiende cualquier encuentro normal como una renuncia: «Más pronto que tarde tenía que llegar. Si ya cenamos con el rey de los españoles en un acto protocolario que tiene como objetivo la foto de “la normalidad que ya se vive en Cataluña”, el siguiente paso era la asistencia a la conferencia de presidentes autonómicos.» Y no se cree que el gobierno, por más que lo diga, siga apostando por la autodeterminación ni por las relaciones bilaterales con el Estado.
En esa conferencia, que «tendrá como tema estrella la acogida de los refugiados ucranianos», comenta Ferran Cases en Nació Digital —Les dues pistes d’ERC— que la presencia de Pere Aragonès «no servirá para obtener más recursos —esto siempre se hace fuera de foco— pero sí proyectará imagen de compromiso, podrá decir la suya y engrasará la relación con el gobierno español.» Aunque, por el qué dirán, no saldrá en la foto con los otros presidentes ni estará presente en el encuentro previo con el rey sino que, según fuentes de Presidencia citadas por ACN, irá directamente a la sesión de trabajo prevista para las 11.
En el diario Ara, el mismo sábado 12 —Aragonès reivindica la estrategia pragmática de ERC—, resumen la posición del gobierno:
«Consciente de que la apuesta por el diálogo no genera consenso dentro del independentismo, el president de la Generalitat y coordinador nacional del partido, Pere Aragonès, ha dedicado su discurso de este sábado [en un acto de ERC] a reivindicar la estrategia pragmática de su formación. “Un país no avanza con proclamas vacías, consignas, pancartas o frases ingeniosas”, ha proclamado. Sólo él sabe si esta frase era un dardo hacia el independentismo que todavía cree en la vía unilateral, pero que lo sí que ha quedado claro es que Esquerra mantiene la confianza inalterable en el diálogo a pesar del desprecio que a menudo tiene que sufrir del PSOE hacia la mesa de negociación que pactaron crear. La idea de fondo de Esquerra es que se tiene que aplicar un “principio de realidad” tanto en la gestión del Procés como en la del día a día de la Generalitat que, entre otras virtudes, tendrá la de “sumar y ampliar apoyos” a la causa independentista.»
Esquerra mantiene la confianza inalterable en el diálogo a pesar del desprecio que a menudo tiene que sufrir del PSOE hacia la mesa de negociación que pactaron crear.
Pues claro que era un dardo a sus mismísimos socios de gobierno, ¿a quién si no? Aunque, de proclamas vacias, ERC también sabe mucho. Si no fuera por la necesidad de atender el día a día, que ven más acuciante, no son tan distintos de JxCat ni tan distantes. Una ligera redistribución de escaños en las próximas elecciones y se intercambian los papeles.
El poco trabajo de la política
Para mantener vivo el empeño de volverlo a hacer —y de hacer prácticamente lo mismo, porque ideas nuevas no hay—, siempre está a punto Clara Ponsatí, que ha ido a Vilaweb a hablar de su libro: Molts i ningú. Lo hace en esta entrevista cuyo título es puro populismo: Uno de los problemas que tiene la política es que se trabaja muy poco.
Pues viendo como nos están dejando el país, más vale que trabajen menos. Siempre se ha dicho que los políticos tienen un problema para cada solución, y los nuestros se ajustan perfectamente al chiste. La remuneración por no trabajar de que se beneficiaban altos funcionarios del Parlamento sería un buen remedio a aplicar. Sigan con su sueldo pero retírense a no hacer nada; olvídense de «desafíos inteligentes», de «embates democráticos» y de propiciar otro «momentum» como los ya padecidos. Dejen paso a otros políticos que se resignen a la poco romántica tarea de bajarnos los impuestos y permitir que la sociedad funcione por sus propias iniciativas.
Ponsatí ha conseguido la cuadratura del círculo de estar en un gobierno y al poco de dejarlo denunciar que iban de farol, como si eso no la afectara. El gobierno de la Generalitat es un órgano colegiado; si aquel gobierno iba de farol, ella también iba de farol. En cualquier gobierno, siempre puede haber alguien que no se entera, o no pinta mucho; pero la ignorancia no exime de responsabilidad.
Ponsatí ha conseguido la cuadratura del círculo de estar en un gobierno y al poco de dejarlo denunciar que iban de farol, como si eso no la afectara.
En una enfermiza realidad paralela
No era una desconocida, ya era miembro destacado de la Asamblea Nacional Catalana, y por lo tanto estaba en el ajo, pero ¿cómo llegó a entrar en el gobierno? Jordi Xuclà, en el Diari de Girona —La ficció punxada per Ponsatí—, cuenta su versión:
«La descubrí como una mujer partidaria del choque frontal (…) Aquella noche del cambio de gobierno [13 de julio de 2017], la que debía ser consejera de Educación era de nuevo Irene Rigau, pero alguien muy relevante la vetó por “demasiado vista”. A las once y media de la noche Mas-Colell dio el teléfono de Ponsatí y le ofrecieron ser consejera sin ni una reunión presencial.»
Parece de dominio común que su papel en la consejería de Educación era sobre todo de ama de llaves: en los centros escolares principalmente se iban a poner las urnas del referéndum y la consejera cesante, Meritxell Ruiz, no estaba dispuesta a asumir el riesgo que conlleva destinar edificios públicos a una actividad que nadie ignoraba que sería declarada ilegal.
Xuclà cita una frase del libro de Ponsatí: «Juraría que la única que quería declarar la independencia, y que creía que eso [la jornada del 1 de octubre] había sido una victoria, era yo.» Y, con una perplejidad fácil de compartir, un tweet de Quim Torra del mismo sábado 12, a propósito del libro de Ponsatí: «La primera vez que entiendo qué ocurrió en octubre de 2017. Un relato de una honestidad cruda y necesaria». Pues si no lo entendió ni él, ¿es que todo el mundo obedeció ciegamente, sin hacerse preguntas, sin sospechar que estaban poniendo su destino personal y el de su país en manos de perfectos irresponsables? Y en cuanto a Torra, ¿por qué no aprovechó su paso por la presidencia para iluminar un poco las zonas de sombra, abrir algunos cajones y hacer algunas preguntas. Ocasión la tuvo; interés, es dudoso.
La conclusión de Xuclà, que fue parlamentario de CiU, es ésta: «Aquel octubre de 2017 fue un desastre para el país, tierra quemada. Algunos han reflexionado honestamente. Otros siguen en una enfermiza realidad paralela.»
«Aquel octubre de 2017 fue un desastre para el país, tierra quemada. Algunos han reflexionado honestamente. Otros siguen en una enfermiza realidad paralela».
Jordi Xuclà
Ganamos pero no nos enteramos
Volviendo a la entrevista de Vilaweb, la fugaz consejera de educación (dos meses y medio) y pronto fugada (ya va para cinco años) entiende que «el gran error fue no entender que habíamos ganado», porque «se había hecho el referéndum, con una participación altísima, y teníamos los ojos de todo el mundo mirándonos con simpatía porque nos acababan de apalear. Quizá no vivieron el latido de la calle, que era muy claro». Un referéndum no reconocido por nadie y un latido que, como en las sesiones de espiritismo, sólo notó quien quiso notarlo.
A la pregunta en forma de cita de su propio libro, «A Puigdemont, como presidente de la Generalitat, no lo vi mandar nunca», Ponsatí responde: «Lo que digo es que yo nunca lo vi mandar durante aquellas semanas. Yo no estaba en el estado mayor y, por lo tanto, no sé qué pasaba allí. En las reuniones del gobierno no se hablaba de la estrategia ni de la preparación del referéndum, allí eso no se trataba. El consejo de gobierno del martes eran reuniones de gobierno autonómico como si no pasase nada.»
Ponsatí supone que «el estado mayor mandaba más que el gobierno», y, «si hubieran hecho el trabajo, me daría igual». ¿Qué clase de gobierno se pone y pone a su administración y a sus gobernados en manos de un cenáculo oculto ajeno a todo control institucional? Desde luego, no un gobierno democrático. La otra hipótesis, que un reducido grupo de personas había impuesto su voluntad al gobierno entero no es menos inquietante.