Según qué días, nos cuentan que el procés a la independencia de Cataluña va de abajo arriba, que es cosa de la gente, que el pueblo manda y los políticos obedecen. Pero hay días en que sólo cuentan los líderes incuestionados, las personas insustituibles, de honradez indudable, cuyo verbo inspirado guía a las masas. Esto es lo que sucede ahora con el caso Laura Borràs, acusada de fraccionar contratos en beneficio de alguien de su preferencia, hace años, cuando dirigía la Institució de les Lletres Catalanes.
Siendo ahora diputada en el Congreso, ha de ser juzgada por el Tribunal Supremo; un requisito previo para que pueda ser juzgada es que la cámara suspenda su inmunidad parlamentaria. Lo hizo ayer, por 293 votos a favor, 14 en contra y 5 abstenciones. Votó a favor todo el espectro político español: PSOE, PP, Unidas Podemos, Ciudadanos y Vox; en contra, sólo JxCat y el PNV; no se presentaron ERC, CUP, EH Bildu y BNG. La actitud de ERC y CUP, negándose a cerrar filas en torno a la acusada, ha generado un gran debate interno en el independentismo, caracterizado, como es cada vez más habitual, por la escasez de argumentos y la abundancia de insultos.
Aunque el voto negativo al suplicatorio por parte de ERC y CUP no hubiera alterado el resultado, desde JxCat se les reprocha no haber mostrado su apoyo a la nueva víctima de la persecución judicial española. Es obvio que lo que el partido de Waterloo pretende es desacreditar a los de Junqueras, y en menor medida a los de la CUP, como cómplices de la represión, y posicionarse en el primer puesto de salida en la carrera electoral de las elecciones catalanas, que están a la vuelta de la esquina. La maniobra es bastante burda, pero cuanto más burda es una maniobra, más enciende los ánimos, siempre fácilmente inflamables, de los independentistas.
Ayer mismo, Pilar Rahola en La Vanguardia—Laura Borràs— resumía el argumentario entre sentimental y conspiranoico que veremos repetido hasta la saciedad: «El proceso de la instrucción contra Laura ha llegado a tales niveles de delirio, que es imposible no ver intenciones de decapitación contra una líder del independentismo y contra JxCat, la bestia negra del Deep State.» Aceptemos que van a por ella, que tampoco sería nada del otro mundo, y que no consigue demostrar su inocencia, ¿tan tocado quedaría el independentismo en general y su partido en particular? ¿Tan esencial es su papel?
Pero a lo que va Rahola es a destacar «el triste papel de ERC y CUP que, lejos de mostrar un claro rechazo a la cacería política contra Laura Borràs, han sido ambiguos (…) y han abierto la puerta a la duda, avalando al Supremo antes que a Laura». Y seguidamente lanza una advertencia: «Si hoy [por ayer] el independentismo no va unido en contra del suplicatorio, se reventarán las cañerías.» Parece ser que los partidos independentistas están unidos por un sistema de cañerías que pueden reventar esta vez. Y ya se sabe que los reventones suelen sacar a la superficie aguas poco cristalinas.
Victimismo y sobreactuación
Ante la votación, Laura Borràs se puso estupenda con frases como: «Se atropellan mis derechos y se hace a conciencia», «Lo único que triunfa hoy es la represión», «Levantarán mi inmunidad pero no podrán derribar mi dignidad». Como si tuviera que comparecer ante un tribunal islámico en Teherán.
El presidente Torra ha reiterado en un tweet que «ningún independentista tendrá nunca un juicio justo en España». Jordi Puigneró, consejero de Políticas Digitales y Administraciones Públicas, afirma en otro: «Triste ver a algunos independentistas inhibirse ante la (in)justicia española en el caso de persecución política a Laura Borràs. No todo vale en política.» Josep Rull, desde la cárcel, resume así el caso: «La Guardia Civil —al margen de los criterios de la Sindicatura de Comptes y de los Mossos, que niegan cualquier irregularidad penal— apunta y el TS ejecuta.»
No habrá nunca un juicio justo en España
Vicent Partal nos anuncia que hablará sobre cuáles son las preguntas correctas sobre el caso de Laura Borràs, pero en realidad sólo tiene respuestas ante la actitud de ERC y CUP: «Da la sensación de que el intento de instrumentalizar electoralmente el asunto se les ha vuelto en contra (…) sobre todo porque es muy difícil entender el confuso argumentario que han querido desplegar como explicación de su comportamiento.»
Su error más grave sería «hablar del procesamiento de Laura Borràs como si ella tuviera ninguna posibilidad de recibir un juicio justo. Y aquí el lío de la CUP y ERC ya alcanza proporciones grotescas y muy lamentables. Porque son capaces de decir en la misma frase que Borràs no tendrá un juicio justo pero que tiene que dar la cara ante el tribunal y aclarar qué ha hecho. Sería cómico si no fuera trágico. Si es evidente que Laura Borràs no tendrá un juicio justo, ¿cómo le puedes pedir que comparezca? ¿Que no hemos aprendido qué es la guerra judicial (lawfare) y no hemos vivido la tarea de decapitar el independentismo que mantiene en prisión a medio gobierno, la presidenta del parlamento y los dirigentes de la sociedad civil y que tiene en procesos diversos a cerca de mil personas pendientes de la justicia española?»
Deep state (literalmente: estado profundo) y lawfare (guerra jurídica) són los términos de moda que no pueden faltar esta temporada en ningún discurso del independentismo unilateralista. Pero ¿qué nos está diciendo Partal, qué tenemos que haber aprendido del juicio que llevó a la cárcel a un puñado de dirigentes? ¿No nos habían dicho en su momento que aquel juicio iba a servir para poner al Estado contra las cuerdas? Entonces, los que dicen que lo volverán a hacer, cuando lo vuelvan a hacer y vuelvan a tener que enfrentarse a un juicio, ¿qué harán? ¿no se presentarán? ¿huirán?
Afirma Partal que «los presos políticos [no] son presos políticos por lo que han hecho [sino] porque han sido objeto de una persecución política de los tribunales» ¿Hemos de entender entonces que un independentista, aunque le acusen de robar una gallina, siempre y en cualquier caso ha de ser visto como víctima de una persecución política? ¿Y que los independentistas todos han de unirse a proclamar su inocencia y olvidarse de la gallina? ¿Y que los que no lo hagan serán considerados traidores?
El partidismo, enemigo del independentismo
También en Vilaweb, Pere Martí insiste en que el partidismo rompe el independentismo. Luego de recordar que en el juicio en el Tribunal Supremo al que se enfrentará Laura Borràs figurarán José Zaragoza como fiscal y Manuel Marchena presidiendo el jurado, «una imagen que la retina del independentismo ya tiene grabada como símbolo de la represión, de la politización de la justicia y de la falta de separación de poderes en España», afirma que «el independentismo no puede dar credibilidad a un informe de la Guardia Civil ni dudar, porque da por buena la represión que ha sufrido y sufre, como en el caso de los CDR de esta semana, acusados de terrorismo». Poner en el mismo plano una acusación de fraccionamiento de contratos y una de terrorismo tiene su gracia, pero, «ante la represión, el independentismo no puede permitirse la equidistancia».
El veredicto de Pere Martí es contundente: «Hoy se ha abierto una nueva herida que costará cicatrizar. El partidismo se ha impuesto a la solidaridad contra la represión. Se ha priorizado el cálculo electoral a la condena en un Tribunal Supremo politizado.»
Y que quede claro: «A Laura Borràs no le piden quince años de prisión por haber fraccionado contratos, le piden quince años por ser independentista, para poner fin a su liderazgo, para derribarla. Sólo la ceguera partidista impide verlo.» Dicho de otra manera: los que no son del partido de Laura Borràs, en el sentido de estar de su parte, son cómplices de los que quieren derribarla. Aténganse a las consecuencias.
La guerra civil entre independentistas
Francesc-Marc Álvaro, en Nació Digital —De traïdors, sants i honors ferits—, dice que «el espectáculo de reproches envenenados entre JxCat, ERC y la CUP a raíz del suplicatorio de Borràs recuerda el teatro del Siglo de Oro español: todo acaba reducido a una supuesta cuestión de honor, todos se ofenden, todos se sienten engañados por el resto, todos dicen tener la verdad».
Convendría recordar aquí que en los dramas del Siglo de Oro solía aparecer al final el Rey, que resolvía el conflicto y hacía que las aguas revueltas volvieran a su cauce. En cambio, en el drama catalán actual, ya nadie cree en el advenimiento de una república, creencia que servía para sosegar los ánimos y conciliar a los adversarios. La guerra civil entre independentistas ha nacido para durar bastante tiempo.
Álvaro, que ya se lo mira todo con una cierta distancia, se pregunta «si JxCat ha seguido una estrategia inteligente en el caso Borràs, o más bien ha sucumbido al esquema sacrificial explorado por el presidente Torra con el episodio de las pancartas». Y aprovecha para recordar que «Xavier Trias no disfrutó de la misma solidaridad que Laura Borràs cuando fue acusado, desde las cloacas del Estado, de tener dinero escondido en Suiza, lo que se demostró falso. ¿Por qué? Haremos la República sin la gente que representa Trias o es que los damos por amortizados? Pensad en ello.» Pues no hay que pensar mucho. Es obvio que, en lo que llaman la base social del independentismo, la gente que representa Trias estorba. Basta ver a quién perjudica la subida de impuestos de los últimos presupuestos de la Generalitat.
Finalmente, la lección de moral: «El problema es no entender que el capital acumulado por el independentismo desde 2012 se volatiliza de manera estúpida a medida que las peleas y los reproches lo tapan todo, y mientras tanto no cuaja ninguna estrategia unitaria ni aparecen liderazgos que sean capaces de superar el resentimiento». El problema es no entender que, a medida que disminuye la credibilidad de los independentistas —entre ellos, y todos ellos, en conjunto, ante el resto de la sociedad—, más difícil es que haya alguna estrategia unitaria.