En esta historia no hay Capuletos ni Montescos enfrentados. Tampoco sucede en Verona, ni hay un desenlace trágico. Más bien todo lo contrario. A decir verdad, la historia de José Gómez y Dolores Morales poco se asemeja al drama Shakespeariano. Salvo en una cosa. Su amor es tan grande que ni el mayor de los obstáculos ha podido separarlos. Aquellos que consideren que la de los eternos amantes de Verona es “la historia de amor por antonomasia” tras leer estas líneas verán que, la que aquí se cuenta, nada tiene que envidiar a la aclamada obra del dramaturgo inglés.
“Mamá, te dejé un 26 de marzo en una ambulancia junto a papá camino al hospital. Teníais el famoso Covid-19. Papá regresó, pero el día 29 ingresó junto a tí. Hasta para poneros malos tenéis que estar unidos. Han sido los peores meses de mi vida, mezcla de mil sentimientos, momentos en los que os perdía para siempre, pero habéis luchado día a día para volver a casa y, después de 61 días, estáis aquí de nuevo. Hoy, 28 de mayo, no me salen las palabras. Solo lágrimas de emoción, porque es el primer día que estáis en casa juntos. Juntos para siempre. ¡No os volváis a alejar de mi vida! Os quiero”.
Las palabras de Verónica no dejan indiferente a nadie. Sus padres habían estado entre la vida y la muerte durante dos meses. El terrible virus alcanzó sus pulmones y todo se convirtió en agonía. Una agonía que ambos superaron gracias a la fe, a sus cuatro hijos y a unos ángeles vestidos con bata blanca. A ellos, los sanitarios que les cuidaron, han dedicado una enorme pancarta que luce en uno de los accesos del hospital sin saberse (hasta este momento), quién la ha mandado.
Toda una vida juntos
Los dos nacieron en Benamejí (Córdoba) y se conocen de toda la vida, aunque tenían amistades diferentes. No así los padres de ambos, que eran amigos desde la niñez.
Cuenta Dolores que, ni ella ni su marido, han tenido nunca otra pareja. «Siempre he tenido muchos pretendientes. No es que fuera alta y guapa, pero sí una niña muy resultona«, dice entre risas. Tanto es así, que hasta algunos familiares se le llegaron a declarar. «Conmigo se quería casar medio pueblo, pero no pudieron». Ante tantos cortejos, su madre decía «mi hija se casará con uno, pero no con todos vosotros». Al final, fue José quien consiguió llevarla al altar en el año 1971.
Rumbo a Barcelona
Tras la boda, el fue el primero en dejar su pueblo natal para probar suerte en Barcelona, donde montó un negocio de electrodomésticos. «Cuando yo llegué, José ya tenía el negocio puesto en marcha. A partir de ese momento, ellos, que siempre habían tenido una relación algo tímida por respeto a la cristiandad de sus familias, empezaron a vivir el matrimonio en todo su esplendor. En el año 72 nació José Antonio, su primer hijo, Francisco en el 74, Miguel Ángel en el 76 y Verónica en el 80.
«Hemos sido muy felices. Con nuestros baches, pero siempre unidos». Remarca Dolores. Insiste en que su proyecto de vida siempre se ha basado en dar tanto amor como el que ellos recibieron de sus padres». Ambas familias han sido muy queridas en Benamejí. «Tanto mis padres como los de José han sido unas personas entrañables«.
Víctimas del Covid
Ambos estaban delicados de salud antes de declararse la terrible pandemia. Dolores llevaba enferma desde enero con una neumonía que no conseguía curar y José padecía arritmia. Tales patologías situaban al matrimonio fuera de los «pacientes prioritarios» para el sistema sanitario. Se encontraban mal y tenían síntomas, pero el 26 de marzo ella no pudo más y, después de tantas idas y venidas al CAP, pensó que o iba al hospital o se moría. Estaba en lo cierto. Ingresó directa en la cama 5 de la UCI del Hospital Moisès Broggi (Sant Joan Despí). Tres días después, y sin ella saberlo, su marido ocuparía la cama 6.
José también necesitó asistencia hospitalaria el día en que su mujer ingresó, pero «lo vieron con 74 años y con arritmia y dijeron… te vas para casa y a por otra cosa mariposa», lamenta su mujer. «Yo llevaba días en la UCI y no tenía ni idea de que mi marido estaba allí, a mi lado. Me enteré por casualidad, cuando un médico pronunció su nombre y apellidos. ¿Cómo? «Mi marido estaba en la cama de al lado y aún más grave que yo».
Suplicando un tratamiento
Los cuatro hijos seguían minuto a minuto la evolución de la enfermedad y el temor se apoderó de ellos. Todavía más, si cabe, cuando se empezó a escuchar por todas partes que no había respiradores. «A los mayores los acaban sedando. No hay respiradores para todo el mundo». La maldita frase se incrustó en la mente de todo un país cuyos telediarios repetían una y otra vez «no hay respiradores».
«Mis padres no se van a morir sedados. Si les llega su hora lo asumiremos, pero no se les ocurra sedarlos. No se les ocurra porque se encontrarán con una pared muy grande». Este es el mensaje que repitieron a los médicos hasta la extenuación. Morirían si no había otro remedio, pero no porque no hubiera un respirador para ellos, cuentan. ¿lo próximo que hicieron? traer de Alemania uno para cada uno.
61 días en el infierno
«Este bicho es tan cruel que te deja ser consciente de lo grave que estás, de que te estás muriendo». La pareja compartió todo un infierno dentro de esa sala. «Si es duro vivir esta enfermedad, todavía es peor ser consciente de todo lo que te está pasando». Cuenta Dolores que jamás podrá olvidar el horror vivido en ese maldito edificio, donde tantas personas han muerto en soledad. «Fue cruzar la puerta de urgencias y entrar en el mismísimo infierno«.
Pasaban los días y la situación cada vez era peor. «José se moría. Se me moría en la cama de al lado». Mientras tanto, ella solo hacía que rezar. «Cuántas veces le pedí al Señor que nos sacara de esa pesadilla«. Ver a su marido vomitar sangre en la cama de al lado era algo que no podía soportar. «Me tiré al suelo para poder alcanzarlo y hasta tuvieron que sedarme y amarrarme. Lo único que me quedaba era encomendarnos a Dios y a mi patrona. La Virgen de Gracia«.
El horror era constante. Tanto es así, que un día los médicos informaron a sus hijos de que a José tendrían que amputarle las piernas por una necrosis. «Dios mío lo que habrán pasado mis hijos», llora Dolores. La cosa pintaba mal pero, al final, todo empezó a mejorar. Los subieron a planta y José no perdió sus piernas. «Mis rezos han dado resultado», se repetía.
Un día emotivo
José encontró en el reloj que tenía enfrente el aliado perfecto. Cada día le daba una alegría cuando sus agujas marcaban las 8. El ruido de los aplausos le animaba a seguir, a luchar. Sin embargo, para Dolores hubo un día especial. El primer domingo de mayo «Mis hijos me hicieron un cartel enorme por el día de la madre», dice orgullosa.
Todos tenemos un ángel que nos cuida
«Nosotros tuvimos muchos. Nuestros hijos con su amor, nuestro Dios y unos ángeles con bata blanca nos han salvado. Gracias y mil gracias. Os llevamos en nuestros corazones».
Dolores y José se recuperan en casa rodeados del cariño de su familia, pero también de su pueblo natal. Benamejí recibió 5000 mascarillas quirúrgicas y 200 FFP2 de parte de unos paisanos que han vuelto a nacer en Barcelona y que el año que viene celebrarán sus bodas de oro lejos de esta pesadilla.
He llorado leyendo esta dolorosa historia. Me alegro muchísimo que los dos estén bien y recuperándose en casa. Que casualidad, cuando leía y veo, Benamejí (Córdoba), somos paisanos. Toda mi familia es de allí. Un fuerte abrazo 🤗 y viva la virgen de Gracia!!!
Otra história superada para contar. Me alegro. Tengo la suerte de haber conpartido con vosotros mi niñez y altiimamente algun que otro acto sacial y religioso. Que la suerte y la salud os siga acompañando muchos años. Un abrazo
Primo enhorabuena por haber superado esa prueba tan dura la fe es nuestra patrona y el amor incondicional de vuestros hijos es el mejor antídoto contra la adversidad es un abrazo