¿Para qué sirven los medios de comunicación públicos? Principalmente, para que el gobierno que los mantiene se entere de lo bien que lo está haciendo. Y también para que personajes que no tienen nada que decir reciban la atención que no se merecen. Ahí está, por ejemplo, Quim Torra entrevistado en TV3, el día 11, negando que exista una mesa de diálogo, sólo «unas fotografías de gente que se reunía», y afirmando que «no tenemos fuerza para negociar nada».
Ya lo dijo Felipe González en su momento: «Para mí los ex presidentes son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños, se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes.» Torra no será el primer alto cargo que critica a sus sucesores, pero hace sólo un año y tres meses que cesó en el cargo. Podría haber esperado un poco, por pura cortesía; pero él se debe más a su proyecto político, que es, según dice, el de la «mayoría social de este país».
En cuanto al retorno del ex presidente Puigdemont, dice que puede ser «un punto de inflexión muy importante (…) si va acompañado de una movilización popular (…) para, realmente y con todas las consecuencias, culminar la independencia». Lamenta el desánimo y la desmovilización; desconfía de los partidos, sólo atentos a sus cuotas de poder, e invoca a una «ciudadanía que vuelva a sentirse responsable» de «impulsar a los políticos» por la vía revolucionaria, como en tiempos del referéndum de 2017.
Para él «el independentismo es la manera de romper con el régimen del 78, y la única manera de hacerlo es con un acto de rebelión democrática, con un proceso de desobediencia masiva». Conviene matizar que el independentismo sería más bien la manera de romper no sólo con el «régimen del 78» sino con cualquier régimen existente en España y al mismo tiempo —al menos provisionalmente— con las organizaciones internacionales (Consejo de Europa, OTAN, OSCE, UE, etc.) en las que el Estado español está comprometido. No es tan sencillo como poner pancartas en el balcón.
La fragilidad de los jarrones chinos
Alimentando también las expectativas pero sin demasiado entusiasmo, el día anterior, en la Vanguardia, Francesc-Marc Álvaro se pregunta ¿Qué Puigdemont vendrá?
«¿Cuál es el Puigdemont que podría tener más futuro si puede regresar a Catalunya? ¿El de una figura más o menos simbólica que pretende estar por encima de los partidos o el de un líder fuerte vinculado al conglomerado de Junts? Todo el mundo sabe que el de Amer no es un hombre a quien gusten las servidumbres orgánicas, eso ya se vio cuando era alcalde de Girona.»
Álvaro recuerda que del partido creado en torno a su figura, Crida Nacional per la República, nunca más se supo y que en las primarias de JxCat ganó Laura Borràs, marginando a Jordi Puigneró, el candidato de Puigdemont. No menciona un episodio, tal vez más significativo, de su espinosa relación con los asuntos de partido. Cuando fue encumbrado por Àrtur Mas a la presidencia de la Generalitat, en enero del 2016, pretendió que le sucediese en la alcaldía de Gerona alguien que iba en el puesto 19º de la lista. ¡Una lista, entonces aún era CiU, que había obtenido sólo 10 concejales, de un total de 25, en las elecciones del 2015!
Puigdemont promovió una serie de renuncias en cadena para conseguir que Albert Ballesta, el nº 19, pudiera acceder al plenario y ser elegido alcalde. Lo consiguió, pero con tan mala entrada no sorprende que durase poco más de un mes en el cargo. Puigdemont rectificó la extraña maniobra, y las aguas volvieron a su cauce. Con el inestimable apoyo de los socialistas, fue elegida la nº 2, Marta Madrenas, que era a quien le tocaba desde un principio, y aún sigue.
La moraleja es que Puigdemont se mete, y mete a su gente, en embrollos partidistas que luego no sabe resolver, por lo que sin duda se sentirá más cómodo siendo, en palabras de Álvaro, «una figura más o menos simbólica que pretende estar por encima de los partidos». El problema es que cada día que pasa es menos símbólico y más un jarrón chino como decía aquél.
Una minoría nacional perseguida
También el día antes que hablase Torra para los televidentes de TV3, en Vilaweb aparecía este artículo de Ot Bou Costa, El retorn de Puigdemont i la paradoxa de l’exili, que parece una réplica al caldeamiento de ánimos que algunos pretenden con las especulaciones sobre el retorno:
«Puigdemont (…) vive en la ausencia y la postura, y se limita a hacer juegos de palabras especulando con su regreso. Sin la organización independentista de una estrategia interior nítida que profundice en esta idea, aunque en un principio fuera minoritaria, el regreso de Puigdemont sólo servirá a España para confirmar el adormecimiento del conflicto.»
Algunos temen ya que la salida personal de presos y exiliados no acabe significando el final de este capítulo de la historia. El sufrimiento de los políticos presos —argumento con el que Cataluña entera acabó cubierta de lazos amarillos, ahora ya deshilachados— ha dejado de ser un pretexto movilizador. Queda el sacrificio de los exiliados pleiteando en la justicia europea.
«El exilio es fructífero: demuestra que España no nos persigue porque deteste las urnas sino porque somos una minoría nacional. Pero sobre todo es fructífero porque, a pesar del abandono de una Unión Europea decadente, y aunque la oligarquía catalanista vaya haciendo suya una versión recalentada, barata y grosera del autoritarismo de Madrid, demuestra que hay unos valores, los de la libertad y la democracia, que Cataluña puede explotar para construirse un sitio en el mundo, una posición propia, en oposición a la deriva iliberal española.»
Hay una cierta contradicción en hablar de una UE decadente y seguidamente afirmar que las actividades de los exiliados catalanes «alinean al Estado español con Polonia, Hungría i Rumanía», p0r su política represiva se entiende. O euroalineados o euroescépticos. Como también hay una cierta ingenuidad en esta acusación: «España tiene muchos recursos para luchar y nunca se cansa de hacer el ridículo, porque le importa mucho más su unidad que ninguna apariencia de bondad.» Si uno aspira a tener un Estado ha de saber que su integridad es el valor supremo y que la bondad es únicamente una cualidad de las personas.
El temor es éste: «Si el regreso no sirve para ganar, nos multiplica la parálisis (…) Es una trampa la idea de la vinculación del retorno del presidente a la culminación de la independencia. Si volviera y no la hiciera, quedaría todavía mucho más enterrada que no lo está ahora.»