«Hoy más que nunca, la libertad tiene ritmo y letra de rap», anunciaba solemne el eurodiputado español y presidente del Consell per la República Catalana, Carles Puigdemont, en las redes sociales. Fue el 28 de diciembre y parecía una inocentada. Pero la frase venía motivada por el rechazo a la extradición de Josep Miquel Arenas, alias Valtònyc, que dio a conocer ese día la justicia belga. Así informaba TV3 del asunto: La justicia [belga] rechaza la petición de euroorden española.
En febrero de 2017 la Audiencia Nacional condenó a Arenas a tres años y medio de cárcel por «enaltecimiento del terrorismo, humillación a las víctimas, calumnias e injurias graves a la Corona y amenazas», sentencia ratificada un año después por el Tribunal Supremo. El día antes de ser encarcelado, se largó a Bélgica. Se puede advertir la profundidad de su pensamiento en esta entrevista en la Sexta, en la que manifiesta que desearle la muerte a alguien no es delito, que hay que dar las gracias a ETA por matar a Carrero Blanco, y que Puigdemont es un revolucionario del siglo XXI.
No, desearle la muerte a alguien no es delito; pero sí lo es hacer esta petición al respetable público en un concierto: «Matad a un puto guardia civil esta noche, iros a otro pueblo donde haya guardias civiles y matad a uno.» Véase el video.
El editorial del Punt-Avui —Valtònyc i la democràcia guanyen— comenta así la decisión belga: «La conclusión es que Valtònyc no sería condenado en Bélgica por estos tres delitos, ya que simplemente hace uso de su libertad de expresión en las canciones. Pero el mensaje de fondo que se desprende va más allá de este caso, porque demuestra que la justicia belga y la europea están dispuestas a proteger los derechos del individuo con rigor y determinación por encima del interés de un Estado, algo que la justicia española no ha hecho con Valtònyc, como tampoco con los exiliados políticos catalanes, Carles Puigdemont, Lluís Puig, Toni Comín y Clara Ponsatí.» Esto es lo que se llama mezclar churras con merinas.
Un encargo de Pablo Iglesias
La libertad de Polonia tuvo a Adam Mickiewicz, la lucha por la independencia de Irlanda, a W.B. Yeats; la resistencia de Grecia contra el Turco, a Lord Byron. La república catalana tiene a Valtònyc, que le ha acogido en su seno a pesar de ser un fenómeno ajeno al ecosistema del Principado. El ámbito de actuación política de Valtònyc es toda España, y su público potencial, el de la extrema izquierda más o menos batasuna. El digital Público publicó en su momento las frases y versos por los que Valtònyc irá a prisión tres años y medio. No hay referencia alguna a Cataluña.
Él mismo ha dicho repetidas veces que fue Pablo Iglesias quien le encargó la canción contra el Rey por la que fue condenado, esta cumbre de la lírica titulada No al Borbó. Más adelante, ya en Bruselas, afirmaba: «Comparto trinchera con el resto de exiliados, no he dejado de participar en proyectos relacionados con la independencia, y encabezarlos como informático. Construir la República Catalana es tangible, no estéril como querer salvar milagrosamente al Estado español, totalmente contaminado de franquismo, donde no se salva ninguna institución.»
No es aventurado afirmar que para la mayoría de los independentistas catalanes Valtònyc es una nulidad como artista y un pícaro oportunista que les ha llegado por carambola, pero les resulta útil para poder decir que España encarcela a los raperos y que el «régimen del 78» conculca la libertad de expresión.
Un Kalashnikov tatuado
En Vilaweb, Vicent Partal está exultante y escribe un editorial para manifestarle su admiración porque «ha hecho lo que creía que tenía que hacer (…) con una dignidad tan grande como el aparatoso Kalashnikov (recuerden: el fusil liberador de los pueblos) que lleva tatuado en su brazo».
Valtònyc «es una persona libre, como lo tendríamos que ser todos». Suyo es «el propósito adecuado de contribuir a la liberación de la sociedad, y de la forma adecuada, porque el resultado lo certifica». Por eso se enfadó con «la persona adecuada en el momento adecuado», es decir con el Rey. «Su exilio es también político, un exilio que pretende denunciar España y promover la creación de un estado de opinión internacional en contra de lo que es y en contra de lo que hace.» Es decir que su función es equiparable a la de los políticos independentistas en cuanto contribuye a «retratar el pudridero que es el estado español».
Y así un rapero de poca monta se convierte en un modelo a imitar. Valtònyc «es un ejemplo del mejor tipo de gente que nuestro país —cualquier país, pero también el nuestro— es capaz de producir. De Tijd, uno de los grandes diarios belgas, le calificó ayer de campeón de la libertad de expresión, una expresión adecuada que indudablemente se merece. Pero que nadie olvide que para llegar a este punto es necesario que un joven mallorquín, de La Pobla, extremadamente joven cuando el estado y la represión más feroz le caen encima, tenga la fortaleza y la capacidad de ser lo suficientemente libre para elegir y decidir él solo qué va a hacer con su vida. Y tenga la valentía de emprender un camino tan largo como el que ha hecho sin perder nunca de vista la ruta ni por las críticas interesadas ni por las promesas oportunistas».
Sí, De Tijd titula El rapero mallorquín Valtònyc, campeón de la libertad de expresión, pero al diario no se le escapa que «no adquirió fama nacional hasta que su música llamó la atención de la justicia española en 2012» y destaca una frase suya, «Si he incitado al terrorismo, Vladimir Nabokov ha incitado a la pedofilia con “Lolita”», que demuestra su incapacidad de comprender la literatura. La de comprender la política ya quedó demostrada hace tiempo.