Una de las características de las democracias maduras, es la neutralidad de las instituciones, separar lo institucional de la política de partido. Curiosamente ello se produjo, con fuerza, en España en los albores de la transición. Quizás porque veníamos de un régimen autoritario donde lo institucional se confundía con el partido, y era fundamental separar partido y gobierno. Y es que, es en las dictaduras donde el partido gobernante se confunde con el gobierno, no hay diferencia entre lo institucional y el partido. Por el contrario, en una democracia una vez finalizada la batalla electoral los cargos institucionales electos separaran claramente su actividad institucional de la lucha partidista.
Así los presidentes del Gobierno, los del Senado o el Congreso, o de cualquier otra institución, cuando actuaban en su calidad institucional mantenían una cierta neutralidad política precisamente para preservar a las instituciones. Cuando uno es presidente del gobierno o de una comunidad autónoma, alcalde o cualquier otro cargo, lo es de todos los ciudadanos y no solo de los que le han votado. Ello no quiere decir que no tenga actividad en el partido, muy al contrario, sino que ésta se desarrolla fuera de las instituciones.
La marea populista, ya sea de izquierdas, derechas o identitaria, ha impregnado incluso a los partidos tradicionales, llevándoles a romper con la neutralidad de las instituciones
Esta neutralidad de las instituciones en los últimos años ha saltado por lo aires. Dos factores han sido los causantes, por un lado, la utilización sistemática de las instituciones por parte de los partidos independentistas en Cataluña y de otro, la aparición de los populismos. Aunque en el fondo lo ocurrido en Cataluña no es más que populismo identitario. Por lo que podríamos concluir que la marea populista, ya sea de izquierdas, derechas o identitaria, ha impregnado incluso a los partidos tradicionales, llevándoles a romper con la neutralidad de las instituciones.
Desde el bochornoso video-meeting de despedida del vicepresidente Pablo Iglesias desde su despacho ministerial, anunciando que pasaba a ser candidato en las elecciones madrileñas, a las constantes arengas políticas contra la oposición efectuadas desde las ruedas de prensa del Consejo de ministros en el complejo de La Moncloa, lugar este último para informar de las decisiones del Consejo y no para bajar al fango de la batalla política. Y todo ello sin olvidar el reciente discurso de la presidenta del Congreso Meritxell Batet en el acto institucional de celebración del aniversario de la constitución, en el que abroncó a ciertos partidos por recurrir ante la justicia las decisiones del gobierno, olvidando el carácter institucional del acto y de su presencia en el mismo. Son solo unos ejemplos, del uso partidista de las instituciones rompiendo su neutralidad, seguramente encontraríamos muchos más, sin contar la grave utilización de las instituciones acaecida en Cataluña, de la que ya se han escrito innumerables artículos, e incluso sentencias.
La imperiosa necesidad de recuperar la neutralidad de las instituciones viene dada por el fin al que sirven, especialmente la administración pública
La necesidad imperiosa de recuperar la neutralidad de las instituciones viene dada por el fin al que sirven, especialmente la administración pública, ya sea estatal, autonómica o municipal. Pues bien, ello ya se desarrolla con meridiana claridad en nuestra constitución en su artículo 103, donde se establece que la Administración Pública sirve con objetividad a los intereses generales. Por tanto, sirven a todos los ciudadanos, independientemente de su adscripción política. Esto último, que parece una perogrullada, siguen sin entenderlo en Cataluña, y en Madrid cada vez menos.
Difícilmente la administración puede servir a los intereses generales de todos los ciudadanos con objetividad, si es utilizada por quien la dirige con fines partidistas, ya sea para favorecer sus intereses, los de sus militantes o, simplemente, para perpetuarse. Eso no significa que la dirección de la administración no deba tener la impronta política de su programa electoral, sino que, esa impronta, lo sea para todos con objetividad. Los populismos, y algunos de sus socios de gobierno, intentan controlar las instituciones y ponerlas a su servicio con el objeto de perpetuarse.
Las consecuencias y el peligro que ello conlleva lo vivimos con el asedio al Capitolio por parte de los seguidores de Trump
Las consecuencias y el peligro que ello conlleva lo vivimos con el asedio al Capitolio por parte de los seguidores de Trump. Fue precisamente Trump quien rompió con la neutralidad de la presidencia, utilizando la misma como ningún presidente lo había hecho y, como buen populista, ponerla a su servicio y no al servicio del interés general. Ello llevó precisamente al referido asedio al Capitolio, si la presidencia soy yo y no la institución, qué derecho tienen a sacarme de ella. Y así es como se acaba con la democracia. Entenderán con ello lo importante y urgente que es retomar la neutralidad de nuestras instituciones.