Presupuestos aprobados, gobierno en suspenso

La portavoz de la CUP, Eulalia Reguant. EFE.

Desde que se constituyó el gobierno de coalición entre ERC y JxCat, con el apoyo externo de la CUP —lo de apoyo es un decir, y lo de coalición también: más bien fue un reparto de cargos—, sabíamos que no llegarían muy lejos. Tardaron más de tres meses después de las elecciones en ponerse de acuerdo, y eso que ya gobernaban juntos en la legislatura anterior; encima con el peaje exigido por la CUP de someterse a una cuestión de confianza al cabo de dos años, en mayo del 2023. Como dijo en su momento Antoni Bassas, nada sospechoso de hostilidad al independentismo, «la única buena noticia es que se evita el ridículo de [repetir] las elecciones, ahora hay que evitar (…) que sea un gobierno ridículo». No lo han evitado: está en su naturaleza.

Resume así la situación Salvador Sostres en el ABC el mismo día 22: «La supuesta mayoría independentista del Parlament quedó este lunes desmentida en su imposible articulación política. Esquerra pactó con los comunes los presupuestos. Pere Aragonès quemó formalmente el plazo para entenderse con la CUP y su giro hacia la delegación catalana de Podemos no es menor ni neutro, sino toda una declaración de intenciones. Huye de los bloques el presidente y opta por el posibilismo, la discreción y la política tranquila. Junts queda descolocado. La CUP, fuera del tablero.»

El embate se aleja

Joan Vall Clara, el miércoles 24, en el Punt-AvuiDia de cagamanilles—, se lo toma con ironía: «A las ocho de la mañana del lunes no había nada, y a las dos de la tarde del martes estaba todo cerrado. ¡Tres! ¡Qué grande, ERC! Dejémonos de peleas de campanario y pongamos rumbo al Mayo del 2023, ¡que nos esperan las municipales! (…) Vía libre a los presupuestos en el Ayuntamiento de Barcelona, en la Generalitat de Cataluña y en el gobierno del Estado.»

JxCat aprieta pero no ahoga. Un discurso de Joan Canadell ha servido para denunciar que «el acuerdo con los comunes aleja cada vez más el embate» —es decir, el próximo golpe al Estado— y anuncia «un nuevo tripartito basado en la vía amplia que defiende el presidente», pero según Nació Digital no ha gustado ni a los mismos miembros del gobierno que pertenecen a JxCat, a quienes tal vez se les hace difícil estar en la misa y repicando:

«Al finalizar el discurso de Canadell, ninguno de sus consejeros ha aplaudido su intervención y sólo el titular de Economía, Jaume Giró, ha dado un par de palmadas y lo ha dejado. Sin embargo, ninguno de ellos ha querido explicar en los pasillos del Parlament el motivo por qué lo han hecho. Por el contrario, los diputados de Junts presentes en el pleno han aplaudido sin problemas.»

Desde luego, un discurso reiterando que «el dinero de los catalanes ha servido para mantener una monarquía corrupta y unos tribunales que han perseguido el independentismo» y que «los partidos del 52% deberíamos ir a la una para culminar el proceso» es más bien de cara a la galería. Pero ha servido para que el desencuentro sea memorable.

El martes la portavoz del gobierno, Patrícia Plaja, tuvo que asegurar que «a pesar de todo hay unidad de acción». Cuenta el Ara que «Plaja ha defendido que la mayoría independentista no está rota y que sigue operativa en el Parlament, a pesar de que ha admitido que después del episodio de los presupuestos hace falta revisar los compromisos existentes (…) La mayoría independentista no se rompe mientras haya objetivos compartidos». Haría falta saber cuáles son y durante cuánto tiempo van a compartirlos. No es extraño que la oposición socialista ya hable de un adelanto electoral, que en todo caso no podría ser antes del próximo 22 de diciembre, cuando se cumple un año de la última disolución de la cámara.

Prevalecen los intereses partidistas

Como dice Salvador Cardús en el Ara, Lo llaman presupuestos, y no lo son, ya que su aprobación «está siempre condicionada por intereses partidistas que se imponen a los de la gestión económica. Es algo que se repite en todos los ámbitos. Hace poco seguí el debate presupuestario de una corporación municipal. Las razones de partido y las futuras expectativas electorales explicaban las intervenciones, las enmiendas de la oposición y finalmente los votos a los presupuestos. Todo previsible y nunca en función de la bondad de los números. Esto mismo ocurrirá en el Ayuntamiento de Barcelona —los comunes exigen que ERC apruebe sus presupuestos a cambio de votar los de la Generalitat—, en las Diputaciones o en las Cortes españolas, donde ERC podría haber condicionado el voto positivo a los presupuestos del gobierno español al voto de los comunes en Cataluña. Todo disfrazado, claro, de grandes llamamientos a la responsabilidad y argumentaciones ideológicas —que si las derechas, que si las izquierdas, que si el modelo de economía y de sociedad…—, para disimular la verdadera naturaleza de aquello que realmente se negocia».

Es discutible si ERC hubiera podido vender más caro su apoyo, pero en todo caso la situación es lamentable independientemente de quién sabe negociar mejor y obtiene más beneficios políticos. Que la conveniencia inmediata, el intercambio de favores y la fidelización de los respectivos electorados pasen por encima de las necesidades objetivas de la economía, es algo que más pronto o más tarde se acaba pagando.

En cuanto a la CUP, Cardús entiende su desinterés por unos presupuestos que huelga decir que «no sirven para hacer la revolución anticapitalista», pero considera que «lo inexplicable, en todo caso, es que el Gobierno haya podido imaginar que podría contar con el apoyo de la CUP —también puede ser que sólo lo haya hecho ver—, o que los propios cuperos hayan simulado que negociaban los presupuestos, poniendo condiciones de imposible cumplimiento y fuera de lugar en relación con su relevancia política y los intereses de la mayoría que votó al actual Gobierno».

No pueden durar ni medio año

En Nació Digital, Pep Martí i VallverdúEl mandat de la realitat— constata que «no hay una mayoría independentista que, al mismo tiempo, pueda entenderse para gobernar. No existe un proyecto de país compartido que pueda incluir desde la CUP hasta los sectores más liberales de Junts». Salta a la vista, pero es importante que también se den cuenta de ello los que habían creído que en aras de la unidad independentista iban a desaparecer tan abismales diferencias de criterio.

Vicent Partal, en Vilaweb, recurre al concepto de geometria variable para tratar de entender «todo el larguísimo show vivido ayer durante el debate del presupuesto y después». Si alguien tan cercano al poder secesionista no lo entiende, ¿quién podría?

«Primero resulta que la CUP, pese al pacto que cerró con Esquerra hace medio año, tumba en la primera ocasión la estabilidad de la mayoría del 52%. Yo ya he dicho unas cuantas veces que creo que es el gobierno quien tiene la primera obligación de hacer el pacto posible y que, por tanto, la culpa está más en Palau que en ningún otro lugar. Pero tampoco se entiende bien por qué firmaron ese acuerdo si resulta que no pueden durar ni medio año.»

La culpa no reside en no haber sabido hacer posible el pacto, sino en haber creído que firmar acuerdos con la CUP sirve de algo más que para perder el tiempo. Hay bastantes precedentes de que este partido sólo sirve para hacer descarrilar cualquier proyecto con el que se asocien. «Hoy no se rompe ningún acuerdo político, hoy un acuerdo político muta», dijo una vez Eulàlia Reguant sin el más mínimo sonrojo.

Sigue Partal: «Luego nos encontramos al gobierno completamente roto. Junts decide desentenderse de la negociación del presidente con los comunes y el presidente, sin embargo, hace un pacto que resulta que consiste en trocar la abstención a la tramitación del presupuesto por la aprobación del presupuesto de la alcaldesa Ada Colau al otro lado de la plaza de Sant Jaume. ¿Y qué tiene que ver lo uno con lo otro? Nada de nada, salvo la supervivencia de unos y otros. Los comunes, la cosa es delirante, dejan tramitar un presupuesto de derechas que incluye Juegos Olímpicos, ampliación del aeropuerto y Hard Rock Café, todos sus monstruos particulares.» El reproche a la extrema izquierda española por su presunta falta de coherencia es un tópico habitual, pero señalar la paja en el ojo ajeno no sirve para disimular la viga del propio.

 «Esquerra trata de echar la culpa de todo a todo el mundo, Junts amenaza y aprieta a unos socios que francamente ya no lo parecen y durante el día, como no podía ser de otro modo, la coherencia y el rigor brillan por su ausencia. Finalmente, la traca estalla con un discurso de Joan Canadell que hace que el presidente y varios consejeros abandonen el hemiciclo.» Los aliados no sólo han de tener «objetivos compartidos» sino que en todo momento ha de parecer que los tienen. «Lo que empieza mal no puede acabar bien», dice la oposición socialista. No tiene por qué ser así, pero en este caso está garantizado.

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