«La CUP se aleja del gobierno: el martes [9 de noviembre], el consejo ejecutivo [es decir, el gobierno de la Generalitat] aprobará el presupuesto, pero los anticapitalistas insisten en que no avalarán unas cuentas continuistas en el Parlamento», así empieza una entrevista a Eulàlia Reguant en Vilaweb.
Los nueve diputados de la CUP han de soltar unas cuantas parrafadas en tono revolucionario para demostrar su existencia, anunciar la inminente caída del régimen, amenazar con dejar solo al gobierno, y vender caro su apoyo, que, como siempre, se producirá en el último momento. Si algo son los de la CUP es previsibles.
Como de costumbre, Reguant empieza por poner etiquetas. Al contenido del proyecto de presupuestos del gobierno de ERC y JxCat lo llama «políticas de continuidad», lo que propone es un «giro a la izquierda». En un país donde la escuela y los medios de comunicación insisten en que todo lo que pueda calificarse de izquierdas es bueno, bonito y barato, esto de girar a la izquierda siempre suena a música celestial. Y quien no quiera girar a la izquierda es un enemigo del pueblo.
Pero, ¿se puede girar más a la izquierda todavía? ¿No es ya el gobierno actual, secesionismo aparte, un digno representante de la extrema izquierda más zumbada de Europa? Con su consejería de Iguadad y Feminismos (así, en plural), su consejería de Derechos Sociales, su consejería de Acción Climática, y un presidente que entró diciendo que «Catalunya necesita una sacudida» y proponiendo «cuatro grandes transformaciones inaplazables y que serán las cuatro banderas de la nueva Generalitat republicana: la progresista, la feminista, la verde y la democrática», este gobierno está en las antípodas, no de la derecha, sino de la sensatez y el pragmatismo.
La izquierda más irresponsable
Como dice Juan Milián en el Abc —El cóctel molotov—, «el proceso separatista ha sido el caballo de Troya de la izquierda más irresponsable». El proceso que empezó queriendo ser bussiness friendly, como decía Àrtur Mas, ha culminado expulsando empresas, castigando la iniciativa privada y saqueando la economía de los catalanes que trabajan. Y esto es lo que queda: «Cataluña es hoy una administración enorme y una sociedad pequeña. A más competencias, menos empresas. A más funcionarios, menos trabajadores.»
La buena gente partidaria de la secesión se imagina un Estado independiente como una Generalitat a lo grande, distribuyendo rentas básicas a todo quisqui. En realidad, no tienen ni idea de lo que es un Estado, pero lo más grave es que los mandamases tampoco. El futuro del planeta preocupa mucho —la última moda son los jóvenes que sufren de angustia climática, fenómeno que TV3 se toma muy en serio—, pero qué vamos a producir, cuánto vamos a ganar, qué podremos exportar, qué tendremos que importar en los próximos años no parece inquietar a nadie.
Dice Milián: «En una Cataluña donde las empresas se van y las inversiones no llegan, la mala política agrava los problemas de competitividad.» Los presupuestos generales podrían servir para invertir la tendencia de los últimos años, pero no lo harán. La mala política persiste porque los malos políticos aún no han sido castigados electoralmente.
La improbable centralidad de ERC
A pesar de todos los pesares, Josep M. López de Lerma afirma en el Diari de Girona que ERC camina hacia la centralidad, «un gran paso dentro del independentismo y, vaticino, dentro del catalanismo». Ve venir «un retorno del electorado catalán a una posición de equidistancia respecto a los extremos» y reprocha a «los de Puigdemont [que] sólo quieren la confrontación permanente con el Estado».
López de Lerma no suele pecar de optimista, pero la tendencia que percibe puede estar más fundamentada en un deseo que en hechos contrastables: «Emerge la calma, la prudencia y el buen hacer y se abandona todo viaje hacia la nada. Añadiré que, a mi entender, es una noticia extraordinaria para una Cataluña que camina hacia atrás desde hace más de una década, atropellada por una fantasía que ha provocado lo peor que le podía pasar a un pueblo como el nuestro: dividirlo en dos y confrontar a las partes, sea en la plaza pública, sea en las urnas, sea en el Parlamento.»
Es comprensible que celebre que ERC no se haya presentado a las elecciones al Consell per la República, entidad espectral al servicio de Carles Puigdemont —lo que certifica la desaparición de la unidad independentista y el final del proceso tal como lo hemos conocido—, pero es dudoso que sea «la única fuerza política que puede hacerse con la centralidad política en Cataluña, mediante una buena acción de gobierno y una participación serena y activa en la gobernabilidad del Estado».
Es dudoso que ERC ocupe la centralidad, porque éste ya no es el partido de Heribert Barrera y Joan Hortalà, ni siquiera el de Carod-Rovira y Joan Puigcercós, sino un partido de poder que tiende al extremismo como las cabras tiran al monte. Puede aparecer como más pragmático que JxCat —lo que dice bastante de la confusión en que viven los antiguos convergentes— pero se acercará al centro sólo para ocupar parte del espacio electoral de CiU, ni mucho menos para quedarse ideológicamente allí.
La alianza estratégica entre ERC y CUP
Voliendo a la entrevista a Eulàlia Reguant, desgrana algunas de sus peticiones, como «una reforma del IRPF para las rentas de más de 60.000 euros y una modificación del impuesto de patrimonio» —entiéndase aumento, en ambos casos—, pero no hay exigencias irrenunciables, ni siquiera sabe si presentarán una enmienda a la totalidad: «Podría ser que decidiésemos presentar una enmienda a la totalidad y podría ser que decidiésemos que no y seguir negociando.» Ha de ser una delicia reunirse a negociar con esta gente. Por el momento, parece que todo depende de que en los presupuestos se exprese «la voluntad de que el país avance en una dirección», un intangible que ellos se reservan el derecho de indicar.
Lo que está claro es que se oponen a cualquier «voluntad de estabilización, de rehuir el conflicto», porque «nosotros creemos (y dentro del independentismo también era un acuerdo bastante amplio) que el conflicto es lo que nos ha permitido siempre avanzar y garantizar derechos laborales o derechos básicos para la inmensa mayoría de la población».
En el diario Ara informan que ERC insta la CUP a una “alianza estratégica” para evitar la sociovergencia. Cuánta grandilocuencia. En marzo pasado ERC y CUP alcanzaron un preacuerdo de quince páginas para investir a Pere Aragonès, y ahora, el sábado 6, hace falta un acto en la Llotja de Mar ante trescientas personas, presidido por Oriol Junqueras y, telemáticamente, Marta Rovira, para reanimar su «alianza estratégica».
Desde luego el acto es importante en clave interna, «para enviar un mensaje de cohesión a la militancia», pero también para alejarse del socio de gobierno, JxCat, y acercarse, al menos sentimentalmente, al aliado externo, CUP. Para esto sirve construir un enemigo, la sociovergencia: un modelo caduco, «añorado por los de siempre» y que «ha allanado el terreno a la corrupción».
Un modelo alternativo
Como si JxCat fuera aún la CiU de otros tiempos, a pesar del pacto con los socialistas en la Diputación de Barcelona. Dice Junqueras: «Hemos de aliarnos con quienes compartimos la defensa de un modelo alternativo». Otra legislatura será, porque en esta está claro que se han aliado con quienes, al menos en opinión tan autorizada como la suya, no comparten un modelo alternativo. Por extraño que pueda parecer, el votante independentista, de cualquiera de las opciones, soporta bien estas contradicciones. Falta ver hasta cuándo.
La CUP jugará el comodín de la militancia para mantener el suspense. Decidirán su postura ante los presupuestos en unas asambleas presenciales y telemáticas, del 12 al 14 de noviembre. Por suerte para el gobierno, no todo depende de la CUP. Si votan a favor, tendrá mayoría suficiente para aprobarlos; si no, puede buscar otros apoyos. Reguant se pregunta «a quién le interesa, de Junts o de ERC, que la CUP salga de la ecuación para que entren el PSC o los comunes». La pregunta debería ser: ¿A quién no le interesa? Por malo que fuere el desenlace, no será peor que hacer concesiones a la CUP, aunque Junqueras afirme compartir con ellos un «modelo alternativo».