ENTREVISTA | Guillermo del Valle: «La diversidad está muy bien pero lo que está en juego es la igualdad»

El director del 'think tank' izquierdista 'El Jacobino' cuestiona tanto las políticas nacionalistas como las neoliberales

El líder de Izquierda Española, Guillermo del Valle. CEDIDA.

Abogado y analista político, Guillermo del Valle (Madrid, 1989) es director de El Jacobino, un think tank cuya defensa de una izquierda «ilustrada y centralista» lucha contra la inercia intelectual que vincula —al menos en España—descentralización y progreso. Y es que, para Del Valle, urge una izquierda que defienda la «igualdad frente a las complicidades con el nacionalismo fragmentario, el particularismo identitario y el neoliberalismo», a su juicio «las grandes amenazas que enfrenta un proyecto de transformación social».

El Jacobino se define como «centralista», posición que en España se asocia a la derecha e incluso a la ultraderecha. ¿Cómo se explica?

Es una asimilación profundamente errónea. A la derecha económica, abiertamente liberal, le interesa la descentralización competitiva. Ayuso representa un gran ejercicio de pedagogía. ¿Le interesa a la derecha tener transferidas las competencias de vivienda? Sin duda, así puede bloquear cualquier proyecto de ley de cariz más intervencionista. ¿Y si las competencias laborales estuvieran transferidas? Sería un incentivo perfecto para que las diferentes regiones pudiera competir y ofrecer condiciones regulatorias distintas: cuanto más laxas fueran para las empresas, más posibilidades de deslocalización.

La fiscalidad es otro ejemplo paradigmático: cuando todas las regiones tienen competencia sobre Patrimonio o Sucesiones compiten a la baja y consiguen derogar de facto ese impuesto. La derecha que sabe leer la realidad del capitalismo financiero y transnacional es profundamente autonomista y defiende un modelo confederal.

Por cierto, otra derecha habla de España en términos esencialistas y profundamente reaccionarios. España como unidad de destino es una majadería. Hay también una derecha reaccionaria que no es otra cosa que una reconfiguración de los vestigios del carlismo, que lejos de ser centralista vindicaba el privilegio foral, heredado en nuestros días en la forma de derechos históricos de los territorios forales.

¿Y por qué es necesaria una izquierda jacobina?

Precisamente para garantizar la igualdad de todos los ciudadanos. Para recuperar competencias esenciales para el Estado central que ponga fin a las asimetrías, a los privilegios económicos y fiscales de unos sobre otros, a una verdadera filosofía del sálvese quien pueda. Sin un Estado fuerte que ponga fin a las dinámicas centrífugas, no hay posibilidad de enfrentar los grandes retos globales: un modelo productivo endeble que exige una urgente reindustrialización, una fuerte redistribución de la riqueza y modificar el modelo neoliberal por uno que garantice las condiciones materiales de la vida como condición de posibilidad de la libertad de los ciudadanos.

En un contexto de capitalismo global, financiero y especulativo, un Estado centrífugo compuesto de taifas competitivas solo conduce a la dilución de la soberanía y a mayores dificultades si cabe para las clases trabajadoras.

«El derecho de autodeterminación para pueblos pendientes de descolonización como el Sáhara Occidental, por supuesto que sí. Pero no autodeterminación para ocultar la pulsión insolidaria de los nacionalistas que, dentro de una región rica de España, no quieren redistribuir con los demás»

En una reciente artículo en El Mundo sostiene que «la autodeterminación es una idea peligrosa». ¿Cuál es la razón?

Es una idea que es depositaria de grandes dosis metafísicas. Y encaja con una idea liberal de libertad, la libertad negativa, la libertad como ausencia de interferencias. Soy lo que quiero ser, más allá de mis condiciones materiales y con independencia de los demás. Pero no es así: no soy lo que quiero ser. Esto no puede convertirse en un curso de coaching motivacional.

El derecho de autodeterminación para pueblos pendientes de descolonización como el Sáhara Occidental, por supuesto que sí. Pero no autodeterminación para ocultar la pulsión insolidaria de los nacionalistas que, dentro de una región rica de España, no quieren redistribuir con los demás. Tampoco para que cualquier categoría biológica o material salte por los aires por la mera voluntad del individuo. Eso nos lleva a un individualismo extremo, y en última instancia a los peores estragos del idealismo.

Por cierto, es un bloqueo de la transformación social. Si soy pobre, bastaría con que me autodetermine para dejar de serlo. Y no, la transformación social no es una entelequia ni puede convertirse en un ejercicio individual carente de toda conexión material y social.

El PSOE, partidario del federalismo, ha hablado en los últimos años tanto de una «España plurinacional» como de una «España multinivel». ¿Qué le parecen dichas formulas?

Más de lo mismo. El federalismo tendría sentido para unificar lo previamente desunido, pero España estaba formalmente unida. El problema de España es que parece rota en términos de igualdad. No tenemos una educación republicana –una verdadera instrucción pública— en todo el país, el mercado laboral está cooptado por barreras de entrada que suponen una suerte de privatización del territorio común, las Rentas Mínimas de Inserción están totalmente desarmonizadas y el caos impositivo beneficia al neoliberalismo y perjudica gravemente a la redistribución. ¡No existe ni un historial clínico centralizado! En la pandemia hemos vivido imágenes bochornosas: como si ni siquiera en una tragedia así pudiéramos comprar material clínico de forma centralizada, redistribuirlo conforme a las necesidades.

España no necesita más tribalismo identitario ni pequeñas taifas que bloqueen la redistribución y la solidaridad con base en supuestos pretextos identitarios o singularidades históricas: la diversidad está muy bien pero lo que está en juego es la igualdad. Todos iguales en derechos y deberes, que es la condición de posibilidad de la igualdad económica y material.

«España no necesita más tribalismo identitario ni pequeñas taifas que bloqueen la redistribución y la solidaridad con base en supuestos pretextos identitarios o singularidades históricas»

A muchos ha sorprendido que la condición para aprobar los presupuestos exigida por Esquerra Republicana sea imponer el catalán en Netflix. ¿A usted también?

Para nada. Es su razón de ser. La agenda social a ERC le importa un carajo, como siempre le ha importado. Su verdadero proyecto es la extranjerización de millones de compatriotas. El paro estructural en Andalucía no les importa, la precariedad laboral en Castilla La Mancha tampoco, ni los desahucios en Extremadura. Lo importante es la alambrada etno-identitaria. Podían hablar del desfalco fiscal de Netflix en España, de la grotesca elusión que practican, pero no, mejor imponer el catalán en una plataforma. Eso sí, el derecho a la escolarización en lengua común o el de acceder al contenido audiovisual en dicha lengua en la televisión pública catalana es repetidamente conculcado. Es consustancial al nacionalismo, una ideología reaccionaria, de extrema derecha.

La escritora Ana Iris Simón, que ha mostrado sus simpatías por El Jacobino, suele ser objeto de críticas descarnadas en las redes por internautas de la izquierda woke. ¿Qué la convierte en una figura tan incómoda?

Imagino que plantear debates con libertad y sobre todo tener éxito: eso no se perdona. Parece que el debate público está viciado y que nos hemos abonado a las censuras preventivas, a los espacios seguros y a majaderías similares. En El Jacobino no somos conservadores y menos aún reaccionarios. No hay ningún pasado idílico al que volver, al que regresar, pero tampoco un progreso lineal y armónico hacia ninguna parte. Eso sí, no es nostalgia de nada querer derogar las reformas laborales y modificar un modelo neoliberal de competencia en salarios y en condiciones de miseria. No es nostalgia de nada querer garantizar condiciones materiales que no se cubren cuando los índices de vivienda pública en España son irrisorios o cuando los sectores estratégicos están en unas pocas manos privadas y no subordinadas al bien común. Esos son los ejes del Jacobino: llevamos décadas de desmantelamiento paulatino del Estado social. ¿Criticar la hegemonía neoliberal implantada desde los años 80 es un ejercicio de nostalgia? Simplemente es ser de izquierdas.

«La agenda social a ERC le importa un carajo, como siempre le ha importado. Su verdadero proyecto es la extranjerización de millones de compatriotas»

Ya que menciona las «censuras preventivas», recientemente hemos sabido que en 2019 una comisión escolar canadiense destruyó casi 5.000 libros infantiles, entre ellos cómics de Astérix y Tintín, por «ofender a los indígenas». ¿En qué medida debemos preocuparnos por la cultura de la cancelación?

Espacios seguros, silenciar debates, censuras preventivas. Una dinámica de entronización del irracionalismo. No me gusta banalizar esas dinámicas, las conocemos bien en España, en la larga y oscura noche franquista. El identitarismo woke no solo sepulta muchas luchas sociales sino que instaura unos códigos de irracionalismo y sentimentalismo que enturbian el debate público. Es, además, profundamente funcional a la hegemonía del capital financiero: mientras las concentraciones de capital crecen, estas manifestaciones del esperpento sirven para criminalizar y neutralizar cualquier lucha social, cualquier disidencia, cualquier alternativa.

La semana pasada, Otegui lamentó el dolor de las víctimas de ETA pero sin pedir perdón ni condenar el terrorismo. ¿Son suficientes sus palabras para convertir a Bildu en un socio de Gobierno legítimo?

En Traidores Jon Viar muestra que se puede romper con ETA: con la mafia criminal y con el proyecto nacionalista. No hacen falta perdones falsos ni bochornosas declaraciones un día para al día siguiente confesar ante los correligionarios que todo es un treta para la extorsión al Estado, como siempre. De ETA, del terrorismo nacionalista vasco se puede salir. Pero es imprescindible la crítica política al proyecto etnicista, racista y excluyente que vertebraba el crimen y el tiro en la nuca, su razón de ser. ETA está derrotada, pero el nacionalismo etno-identitario sigue vivo. Otegi no es más que un vocero de una ideología reaccionaria, tóxica, antidemocrática y antisocialista. Enemiga del ideal de ciudadanía y de los derechos del conjunto de la clase trabajadora.

«El identitarismo woke no solo sepulta muchas luchas sociales sino que instaura unos códigos de irracionalismo y sentimentalismo que enturbian el debate público»

Hasta no hace mucho, figuras de la nueva izquierda como Pablo Iglesias o Íñigo Errejón mostraron sus simpatías hacia la Venezuela de Chávez y Maduro. ¿Es la mirada de El Jacobino más crítica con lo que ocurre en ese país?

Venezuela es tristemente un caballo de batalla interna en la política española. Ni a unos ni a otros les interesa absolutamente nada el futuro de la población venezolana, ni su presente. A los que tienen un cierto estrabismo geopolítico, les recordaría la violencia en Colombia, silenciada por los medios de comunicación; los papeles de Pandora, mientras que en toda Latinoamérica se es incapaz de instaurar nada parecido a un Estado social con un sistema fiscal y tributario medianamente progresivo; la desigualdad extrema y la inseguridad.

En cuanto a Venezuela, no es ejemplo de nada. Más allá de bloqueos o presiones, que los hay, el populismo no es solución de nada. Es la otra cara de la moneda neoliberal: lo que justifica la cronificación de las políticas neoliberales más agresivas contra las soberanías populares. No es socialismo o comunismo, por más que algunos se empeñen en meterlo todo en el mismo saco.

Para el citado Errejón, la «patria era un hospital». ¿Qué es para usted?

El territorio político, que es de todos: la riqueza, la población, el demos. Sus instituciones y leyes. La decisión conjunta sobre lo que a todos nos compete. La nación política: esto es, la soberanía sobre el conjunto de los ciudadanos, y no sobre un rey, una familia o una clase privilegiada. No puede ser una patria vacía como propone la derecha, con bandera pero con anomia social, con un Estado abstencionista que solo sirva de testigo pasivo del desguace de servicios sociales. Y tampoco son los servicios sociales en el vacío. Frente al neoliberalismo y al populismo, mejor haríamos en volver sobre unos ejes republicanos: idea de ciudadanía, nación política, Estado fuertemente social y soberanía. Es la condición de posibilidad de cualquier transformación política, social y económica.

Óscar Benítez
Óscar Benítez
Periodista de El Liberal. Antes, fui redactor de Crónica Global y La Razón; y guionista de El Intermedio.

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