El hartazgo ante el conflicto irresoluble provocado por el llamado proceso a la independencia se empieza a percibir incluso en plumas antaño entusiastas. Jordi Barbeta, en el Nacional, el pasado día 19, llega incluso a pedir que No hablen más de independencia, porque «una cosa es querer la independencia y luchar por ella ―todos tienen derecho― y otra muy diferente prometerla y excitar a la gente cuando no tienes ninguna intención ni instrumento para conseguirla. A eso, no hay derecho».
«Una cosa es querer la independencia y luchar por ella ―todos tienen derecho― y otra muy diferente prometerla y excitar a la gente cuando no tienes ninguna intención ni instrumento para conseguirla. A eso, no hay derecho».
Jordi Barbeta
Que los líderes independentistas prometieron algo que no estaban en condiciones de obtener es un hecho que ya nadie desmiente. Los seguidores que aún mantienen la ilusión por volverlo a hacer se consuelan pensando que a esos líderes les faltó valor para llegar hasta el final; pero no reconocen ningún error en el planteamiento del conflicto y creen que con las mismas ideas, las mismas organizaciones y los mismos métodos se podrá llegar algún día a un desenlace distinto.
A eso ayudan argumentos de consolación como el que expone Barbeta, según el cual la responsabilidad primera no fue de los secesionistas sino de los unionistas: «Sostengo la teoría de que el proceso soberanista se explica como una provocación del estado español cuando por la corrupción y la crisis financiera el régimen hacía aguas por todas partes y necesitaba el conflicto con Catalunya para envolverse con la bandera de la unidad. No ha sido la primera vez en la historia.»
«Sostengo la teoría de que el proceso soberanista se explica como una provocación del estado español cuando por la corrupción y la crisis financiera el régimen hacía aguas por todas partes y necesitaba el conflicto con Catalunya para envolverse con la bandera de la unidad».
Jordi Barbeta
Esto tendría algún sentido si, gracias al incremento de la tensión en Cataluña se hubiera conseguido solucionar algún que otro problema en España, pero da la impresión ha sido más bien al revés, que todo lo que estaba en crisis sigue estándolo, y que lo sucedido en Cataluña no ha beneficiado en nada al conjunto. Y el argumento defensivo de los líderes catalanes —no nos dejaron otra opción, no teníamos más remedio, era la única salida— no por repetido sirve para justificar un fracaso más que previsible.
Ingenuidad culpable
Sigue Barbeta: «En mi opinión, los soberanistas catalanes cayeron en la trampa de lleno, mordieron el anzuelo, y, como reconoció Clara Ponsatí, se inventaron un “farol”. No para ganar la independencia, sino para forzar una negociación (del autogobierno) con el Estado. Lo han reconocido todos los implicados. El Estado se dio cuenta rápidamente de que Catalunya jugaba sin cartas y con todo su poder aprovechó para rebobinar muchos de los avances de la Transición del 78 en nombre de la unidad.»
Cuando uno va de farol es porque cree estar en condiciones de ganar. Si no lo consigue, le puede servir de consuelo pensar que le han puesto una trampa, pero el hecho de haber perdido es sólo atribuible a su error de cálculo.
Luego Barbeta denuncia que «la frivolidad de políticos catalanes ha sido muy criticada por independentistas y no independentistas», a pesar de que «no merece el mismo nivel de crítica la ingenuidad política de unos cuantos dirigentes que lo han terminado pagando con cárcel y exilio que la encarnizada represión y la regresión democrática del Estado».
«La frivolidad de políticos catalanes ha sido muy criticada por independentistas y no independentistas, a pesar de que no merece el mismo nivel de crítica la ingenuidad política de unos cuantos dirigentes que lo han terminado pagando con cárcel y exilio que la encarnizada represión y la regresión democrática del Estado».
Jordi Barbeta
Siempre se ha dicho que de buenas intenciones el infierno está lleno. Calificar de ingenuos a estos dirigentes puede ser un paso en la buena dirección, pero hay que tener muy presente que si bien la ingenuidad en la vida personal se suele pagar sólo con disgustos y desengaños, la ingenuidad en el ejercicio del poder puede hundir a la sociedad entera.
En cuanto a la represión, hay que recordar que el Estado no ha actuado arbitrariamente sino que ha aplicado el código vigente a los que decidieron saltárselo. No existe la ingenuidad en política, y en este caso es una mentira piadosa para no hablar de análisis incorrectos y enormes meteduras de pata.
«Hay que recordar que el Estado no ha actuado arbitrariamente sino que ha aplicado el código vigente a los que decidieron saltárselo».
El razonamiento de Barbeta le lleva a la paradójica conclusión que los partidos independentistas no son realmente independentistas, como creen también muchos manifestantes propensos a silbar a los políticos en fechas señaladas, como el 11 de septiembre.
Si, «ingenuidades aparte, la reivindicación independentista ha sido utilizada por ERC, Junts y la CUP no para ganar la independencia, sino para disputarse el poder autonómico», y si «el objetivo siempre ha sido llegar a un nuevo acuerdo con el Estado sobre el grado de autonomía, lo lógico y lo más honesto sería que se centren en gobernar, que dialoguen, que pacten con quien sea…»
«Ingenuidades aparte, la reivindicación independentista ha sido utilizada por ERC, Junts y la CUP no para ganar la independencia, sino para disputarse el poder autonómico».
Jordi Barbeta
Es decir, que vuelvan a la política del peix al cove, tan denostada por ellos mismos. Como en el juego de la oca, hemos caído en la peor casilla y volvemos al punto de partida.
Finalmente, Barbeta casi suplica: «Que no hablen de independencia, primero porque no se la creen; segundo, porque es contraproducente: mientras la parte catalana abandere la independencia, el gobierno español se verá obligado a demostrar que no claudica ni en Rodalies ni en nada de nada. Y tercero, porque para conseguir la independencia no basta con proclamarla ni con tener razón. Implica hacer una revolución y la revolución requiere un trabajo y unos sacrificios mucho más incómodos que gestionar la autonomía.»
Primero, si la independencia se la creen o no se la creen es hasta cierto punto irrelevante, la cuestión es que han actuado como si la creyesen inminente. Segundo, cualquier negociación ha de partir de la buena fe y la confianza en que los acuerdos serán respetados; amenazar día sí día también con «volverlo a hacer» es la peor táctica negociadora. Tercero, ciertamente esto no va de democracia, como decían, sino de revolución, es decir: de imponerse una minoría sobre una mayoría mediante tácticas de fuerza.
Pero, si dejan de hablar de independencia, ¿de qué van a hablar?
Los del freno y los del acelerador
El lunes 20, en la Vanguardia, Francesc-Marc Álvaro —— advierte: «Atención: no hay mesa de diálogo real sin compromisos firmes. El independentismo viene del “tenim pressa” y asume ahora que no hay plazos para llegar a Ítaca, pero únicamente lo hace ERC. Mientras, Junts y la CUP sienten nostalgia de la aceleración.»
«Atención: no hay mesa de diálogo real sin compromisos firmes. El independentismo viene del “tenim pressa” y asume ahora que no hay plazos para llegar a Ítaca, pero únicamente lo hace ERC. Mientras, Junts y la CUP sienten nostalgia de la aceleración».
Francesc Marc-Álvaro
Y en el Ara, Joan B. Culla —Diálogo y alternativa— recuerda que «las discrepancias tácticas, quizás incluso estratégicas, entre los dos principales partidos independentistas, los que participan en el gobierno de Pere Aragonès y al mismo tiempo pugnan por el liderazgo del Procés, son tan notorias como antiguas. Es perfectamente legítimo».
Legítimo, según se mire, porque para gobernar en coalición han que coincidir en un mínimo común denominador durante cuatro años —no de vez en cuando—, y si la mesa de diálogo es entre gobiernos, no puede ser que el gobierno catalán comparta estrategias contradictorias, es decir que tenga y no tenga prisa al mismo tiempo.
«Las discrepancias tácticas, quizás incluso estratégicas, entre los dos principales partidos independentistas, los que participan en el gobierno de Pere Aragonès y al mismo tiempo pugnan por el liderazgo del Procés, son tan notorias como antiguas. Es perfectamente legítimo».
Joan B. Culla
Entiende Culla que «la apuesta de Esquerra, equivocada o no, es bastante clara (pragmatismo, gradualismo en el logro de los objetivos finales, voluntad de ensanchar la base del movimiento y de acumular fuerzas, de cargarse de razón también de cara a Europa…)», mientras que «la hoja de ruta de JxCat y sus entornos para llegar a la meta aparece poco o nada definida, más allá de la radicalidad verbal, de la referencia a la “unilateralidad”, del “apreteu” del presidente Torra y de la descalificación de los rivales-socios como flojos, dóciles, vendidos o, en el peor de los casos, traidores.»
La radicalidad verbal ha sido una constante de todo el proceso y ya es hora de ponerla en evidencia. La cuestión es que cuando uno amenaza cada día con la llegada del apocalipsis, al cabo de un tiempo pierde toda credibilidad.
Aún así, Culla pregunta «si la mesa de diálogo no llega a nada (…) ¿cuál es la alternativa? ¿Quemar contenedores? ¿Cortar carreteras y ocupar permanentemente el aeropuerto? ¿Cuáles son el alcance y los límites precisos del eufónico concepto “desobediencia civil no violenta”?» En el evangelio procesista, hay la norma de que tu pacífica mano derecha no sepa lo que hace tu violenta mano izquierda; otro aspecto que hay que poner en evidencia.
«Si la mesa de diálogo no llega a nada (…) ¿cuál es la alternativa? ¿Quemar contenedores? ¿Cortar carreteras y ocupar permanentemente el aeropuerto? ¿Cuáles son el alcance y los límites precisos del eufónico concepto “desobediencia civil no violenta?»
Joan B. Culla
Luego recuerda una declaraciones de Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, quien advirtió que, «en caso de lograr la independencia mediante una “DUI efectiva”, esto comportaría “meses de caos”. Se sobreentiende que caos político, económico, social, en los suministros y las infraestructuras, etcétera. Y bien, ¿qué porcentaje no ya de la población de Catalunya, sino de los independentistas convencidos, está dispuesto a asumir los costes y las consecuencias de este “caos”? ¿Es razonable imaginar un escenario de este tipo en base a un referéndum heroico en muchos aspectos, pero en el cual participó un 43% del censo electoral?».
Semanas o meses de caos
Sí, a mediados de agosto Paluzie anunció semanas o meses de caos para cuando llegase el momento de una nueva declaración de independencia.
En esta noticia del Ara, se advierte que «esta hoja de ruta difiere de la dinámica de los últimos meses de la política catalana, en que, con Esquerra al frente de la Generalitat, se ha optado más por el deshielo y el diálogo que por la confrontación». Difiere escandalosamente. La cuestión es, como siempre, quién manda.
«Con Esquerra al frente de la Generalitat, se ha optado más por el deshielo y el diálogo que por la confrontación».
Ara
Seguía el Ara: «De hecho, la hoja de ruta con que se llegó en otoño de 2017 obviaba las dificultades —al menos públicamente— en el hipotético momento de transición hacia la independencia.» Claro que las obviaba, porque anunciar semanas o meses de caos no es algo que concite el entusiasmo popular. Una de las premisas del proceso fue que conseguir la independencia sería fácil y rápido —incluso se llegó a hablar de la «revolución de las sonrisas»—, ahora ya reconoce todo el mundo que será lento y difícil.
Es otro paso en la buena dirección. Pero con tantos cambios de guión es comprensible que la tropa ande algo despistada. Fueron relativamente fáciles de conseguir todas aquellas grandes manifestaciones indudablemente independentistas, a las que la gente acudió con la certeza de que serían festivas, pacíficas y bien organizadas. Entonces el desafío político era virtual, pero no golpista. No es tan fácil enviar a miles de personas a las barricadas.
La próxima vez, si hay una próxima vez, no habrá sonrisas; habrá lágrimas y meses, o años, de caos.