En un artículo titulado “Hay solución para Cataluña” (El País Semanal, 4 de septiembre 2021), el escritor Javier Cercas anunciaba la buena nueva de que “por supuesto que la hay, amigos secesionistas. Empieza por abandonar las fantasías y reconocer la realidad”. A continuación, el autor enumeraba algunos aspectos de esa realidad que deberían empezar a reconocer los amigos a quienes parecía dirigirse: que España es una democracia, que el derecho a decidir no existe, que el derecho de autodeterminación no puede aplicarse a Cataluña porque nunca ha sido una colonia y, sobre todo, que “más o menos un 50% de los catalanes vota a partidos secesionistas y más o menos otro 50% a partidos no secesionistas”. Se trata de cosas todas ellas bien sabidas de las que me un servidor se ocupó en su primer artículo publicado en prensa, “Estatut y realidad social” (El País, 16 de enero de 2006), hace más de quince años.
“Por supuesto que la hay, amigos secesionistas. Empieza por abandonar las fantasías y reconocer la realidad”
Javier Cercas
No dudo de la buena voluntad de Cercas al emprender esta campaña impregnada por un encomiable espíritu conciliador y buenas dosis de ingenuidad prenavideña, pero me pregunto si mientras escribía estas líneas el autor se preguntaba a su vez si ese reconocimiento de la realidad, indispensable a su juicio para encontrar una solución al ‘problema’, interesa a sus amigos secesionistas.
Me temo que incluso menos que su artículo: o sea, nada. En las vallas de una instalación deportiva municipal en el pueblo donde resido pueden verse dos pancartas de considerables dimensiones colgadas allí con beneplácito del concejo. La colocada hace ya algunos meses dice “Seamos independientes” y marcaba el camino, mientras que la segunda, instalada durante mi ausencia veraniega, confirma que ya “Somos el 52%. Independencia ahora”. A diferencia de Cercas y otros ciudadanos bienpensantes, a sus amigos secesionistas les importa un bledo la realidad del otro 48% de los catalanes, y mucho me temo que si por ellos fuera nos pondrían mordaza o incluso a más de uno de patitas en la calle.
«A diferencia de Cercas y otros ciudadanos bienpensantes, a sus amigos secesionistas les importa un bledo la realidad del otro 48% de los catalanes, y mucho me temo que si por ellos fuera nos pondrían mordaza o incluso a más de uno de patitas en la calle».
Pero sigamos avanzando. La solución por la que aboga Cercas para salir del laberinto “existía, se llamaba Estatut y mal que bien funcionó durante décadas… no discutiremos ahora cuándo y por qué saltó por los aires… [porque] lo fundamental es otra cosa… si queremos una Cataluña habitable… es preciso volver a pactar. Necesitamos, más pronto que tarde, un nuevo Estatut”.
Aunque el autor reconoce que no sabe “cómo debe ser ese Estatut futuro”, sí sabe que “no puede ser como los anteriores… [porque] hay que pactarlo todo de nuevo” y el pacto “debe concitar tanta adhesión como el de 1979”. Conozco a personas a las que aprecio que han encontrado muy acertada la propuesta. A mí, me produjo cierto estupor y preocupación que una persona madura y reflexiva escriba que “hay que pactarlo todo de nuevo” y pida a renglón seguido que ese nuevo pacto obtenga un respaldo refrendario similar o incluso mayor al 88,1% obtenido por el Estatuto de 1979.
Perdonen mi ingenuidad, pero no puedo dejar de hacerme algunas preguntas. En primer lugar, me gustaría saber cuáles son las cuestiones sobre las que “hay que pactarlo todo de nuevo” y, si en la lista se incluye el uso exclusivo del idioma catalán en el sistema educativo en Cataluña, la fecha del referéndum de autodeterminación y el reconocimiento de Cataluña como estado independiente, en caso de que el secesionismo obtuviera 52% de los votos. Menciono estas tres cuestiones porque sobre ellas los ‘amigos’ secesionistas han mantenido y mantienen posiciones absolutamente inamovibles que han imposibilitado hasta ahora e imposibilitan alcanzar cualquier acuerdo en el futuro.
Sobre el primer asunto, quiero recordar las airadas reacciones del gobierno de la Generalidad ante iniciativas tan inocentes como el intento de la ministra Cabrera de incluir una tercera hora de castellano en el sistema educativo en Cataluña, pese a que los decretos aprobados por el gobierno de Rodríguez Zapatero allá por diciembre de 2006 dejaban prácticamente intacto el modelo de inmersión lingüística.
El gobierno de la Generalidad se negó en redondo a cumplirlos. O el incumplimiento flagrante del gobierno de la Generalidad de las sentencias de los Tribunales que exigen que se imparta en lengua española al menos 25% del currículum escolar. Me temo que el acuerdo en esta materia raya en lo imposible puesto que el objetivo de los ‘amigos’ secesionistas es eliminar el castellano del sistema escolar hasta incluso en las horas de recreo, una rendija mal tapada por la que se cuela la insidiosa lengua española.
«El gobierno de la Generalidad se negó en redondo a cumplirlos. O el incumplimiento flagrante del gobierno de la Generalidad de las sentencias de los Tribunales que exigen que se imparta en lengua española al menos 25% del currículum escolar».
Sobre los otros dos temas mencionados, hay poco que añadir también. Aragonés lo ha repetido por activa y por pasiva estos días: amnistía, referéndum y autodeterminación esas son las cuestiones que quieren debatir en la mesa de ‘diálogo’ en la que el presidente Sánchez se ha prestado a participar. De gobierno a gobierno, así es como la presentan los secesionistas a sus correligionarios, como una nueva victoria del secesionismo ante un Estado que claudica, un paso que los acerca un poco más a la ansiada independencia. La realidad es que no hay espacio para el diálogo, algo que ambas partes lo saben bien, y la mesa recién inaugurada no pasa de ser un engaño mutuo, consentido por ambas partes, con el que los secesionistas buscan ganar más adeptos y Sánchez seguir en La Moncloa.
«No hay espacio para el diálogo, algo que ambas partes lo saben bien, y la mesa recién inaugurada no pasa de ser un engaño mutuo, consentido por ambas partes».
Los secesionistas con cierta cabeza son conscientes de que necesitan tiempo para reponerse del estrepitoso fracaso del 27-O y para seguir fortaleciendo el movimiento nacional-secesionistas desde la Generalidad de Cataluña, a fin de poder exhibir al menos el respaldo del 60% del electorado antes de lanzar una nueva andanada.
La aplicación del 155 es algo que no olvidarán fácilmente, porque la destitución del gobierno de la Generalidad tras la intentona golpista fue la única ocasión en que los secesionistas se dieron cuenta de que su proyecto podía zozobrar. Lástima que Rajoy se amedrantara, lo invocara demasiado tarde y cediera a las presiones para convocar elecciones a dos meses vista que devolvieron a los secesionistas el gobierno de la Generalidad. Les bastaron a los secesionistas unos pocos meses para recomponer el equilibrio de fuerzas, pero necesitan más tiempo y apoyos para volverlo a intentar de nuevo.
«Los secesionistas con cierta cabeza son conscientes de que necesitan tiempo para reponerse del estrepitoso fracaso del 27-O y para seguir fortaleciendo el movimiento».
Sánchez, por su parte, sabe muy bien que “la legalidad democrática y el orden constitucional» limitan el campo de la negociación, pero está dispuesto a hacer concesiones a los secesionistas con el único objetivo de prolongar a trancas y barrancas esta convulsa legislatura.
Las facciones menos fanáticas del secesionismo se frotan las manos porque cada nueva concesión del gobierno de España debilita y desvanece aún más al Estado, y aumenta el presupuesto de la Generalidad de Cataluña, la verdadera máquina de crear independentistas. Mucho más realista y acertada me pareció la valoración de las situación que hacía Javier Marías una semana después en el mismo medio (El País Semanal, 11 de septiembre) cuando nos decía que “hasta un niño de diez años sabe que los chantajistas jamás se conforman con la cantidad estipulada en principio, sino que piden más y más, hasta el infinito”, y remachaba el asunto con una máxima de su padre Julián Marías: “No se debe intentar contentar a quien nunca se va a dar por contento”, a menos que se le conceda todo lo que piden.
«Hasta un niño de diez años sabe que los chantajistas jamás se conforman con la cantidad estipulada en principio, sino que piden más y más, hasta el infinito».
Javier Marías
No se extrañen que hartos de tantas concesiones del gobierno del Estado a los chantajistas, sean cada vez más los constitucionalistas catalanes que siguen los pasos de Boadella hacia el exilio.
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