El diario La Razón ofreció el domingo un resumen de un documento de la CIA en el cual se afirma que Felipe González ha acordado la formación de un grupo de mercenarios, controlado por el Ejército, para combatir fuera de la ley a los terroristas.
El periodista Àlex Tort afirma en este «tweet que «los papeles en los que se basa el artículo en ningún momento dicen que Felipe González contrató a un grupo de mercenarios para hacer frente a ETA. Lo máximo que dice es que la prensa cree que detrás de los GAL podría estar el Gobierno». Añade que «son documentos de la CIA desclasificados y consultables desde hace años».
Esta aparente revelación apareció tres días después de que Felipe González comparara el actual gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos con el camarote de los hermanos Marx. Como dice el Buscón, «aquí huele a “fuego amigo”. A un intento de silenciar al expresidente socialista y de restar legitimidad a sus críticas».
Olvidando sus convicciones de siempre, a saber: que la CIA es el demonio, y La Razón, un destacado exponente de la caverna mediática, destacados analistas independentistas se han lanzado en tromba a aprovechar lo que se pueda, y mucho más, de los viejos informes.
La República titula que la CIA deja con el culo al aire a Pedro Sánchez y Felipe González por los GAL y dice que dichos documentos «prueban que el presidente español era la “X”. Como es habitual en cualquier noticia publicada por este medio, aparece la frase: «Ahora se ve el coste que paga Cataluña por formar parte de España en contra de su voluntad».
Según Vicenç Villatoro, en el Ara —Ètica i GAL—, «la opinión pública española pasó página muy deprisa y sin muchas estridencias sobre el caso GAL». En realidad, se habló de ello durante años, y con mucha crispación. Tal vez no lo suficiente ni hasta el fondo, pero se haabló bastante. Sigue Villatoro: «Esto es muy gordo. Estamos hablando de muertos. Y aún más gordo en un país que ha hecho de la expresión “el estricto cumplimiento de la Ley” una especie de dogma para cualquier uso. Muertos y fuera de la ley».
Joan Queralt, en El Nacional —Los GAL siempre vuelven—, afirma que «la guerra sucia siempre ha tenido, incluso en las filas progresistas, aquí y en todas partes, partidarios, incluso animadores y bastantes editorialistas de doble faz (…) Pero si quienes hacen la guerra sucia y los que la aplauden tan convencidos están de su razón, me asalta una duda: ¿por qué no pregonan a los cuatro vientos su patriotismo desinteresado? ¿Por qué no presumen de lo que creen el fortalecimiento del estado gracias a la liquidación física de los que, dicen, son sus enemigos?»
Vicent Partal, en Vilaweb, es el más lanzado, con su Un assassí a la Moncloa. Cree que el informe de la CIA «deja claro que el paso que da el gobierno del PSOE cuando, con el ejército, crea un grupo de mercenarios para matar fuera de la ley hará mucho daño al Partido Socialista y a la credibilidad democrática de España. La frase es del 1984 y creo que hoy nadie puede dudar de que esto ha sido, efectivamente, así.» De paso, aprovecha el asunto para cargar contra ERC: «Me pregunto, cuando alguien negocia hoy con el Partido Socialista, cómo puede hacer abstracción de sus crímenes.»
Y encuentra en ese análisis de hace tantos años el anuncio de nuestros males presentes: «Visto desde su dilatada experiencia [la de la CIA], era evidente que los GAL, al fin y al cabo, daban un vuelco histórico e inauguraban el aporellos que tanto deslegitima España décadas después en buena parte de lo que, por ahora, todavía es su territorio.»
La difícil continuidad del gobierno independentista
Marçal Sintes analiza en el Ara el momento preelectoral y se pregunta si se han acabado los gobiernos independentistas. Sabido es que ERC quiere que las elecciones autonómicas se convoquen cuanto antes, aunque, dice Sintes, «las prisas republicanas evidencian un punto de esquizofrenia, dado que si en ERC se sintieran seguros, lo lógico sería esperar para que la ventaja electoral a su favor crezca y se consolide», mientras que «Puigdemont necesita tiempo para reorganizar su espacio —especialmente para cerrar un acuerdo con el PDECat, una parte del cual no comulga con él— y para poder diseñar una campaña electoral».
La cuestión es: «¿Pueden JxCat y ERC volver a pedir a los catalanes que les voten para seguir teniendo un gobierno independentista en la Generalitat? ¿Dos socios que no han dejado de pelearse, dos socios que tienen dos estrategias diametralmente opuestas sobre el rumbo a tomar?» No parece muy lógico. Pero la lógica no es lo que más valora el electorado; ni la coherencia ni el mantenimiento de la palabra. Sin ir muy lejos, recordemos que Pedro Sánchez pactó gobierno con los líderes de un partido pocas semanas después de decir que le quitaría el sueño verles a los mandos de un ministerio.
ERC parece inclinarse por la «alianza con los comunes» y conseguir «el apoyo del PSC y de JxCat desde el exterior del gobierno», con lo que conseguiría «dejar las otras fuerzas independentistas en los bancos de la oposición». Por ahora es sólo el cuento de la lechera. Lo más dudoso es que pueda conseguir el apoyo estable de JxCat, más inclinados a aumentar el desorden a toda costa. Como dice Sintes, a los de JxCat, al contrario que a ERC,«no sólo no parece importarles el ascenso al poder de las derechas españolas, sino que algunos aparentemente lo desean», sin tener en cuenta que «Cataluña se encuentra hoy en peores condiciones para enfrentarse al Estado que hace tres años».
No queremos votar, queremos consumar
El incansable Víctor Alexandre nos comunica que no somos libres porque no queremos. Es una idea bastante extendida entre independentistas, que en lugar de leer libros de historia, parecen haberse refugiado en los libros de autoayuda, esos que dicen que querer es poder.
«El 1 de octubre de 2017 hicimos algo que no habíamos hecho nunca para recuperar nuestra libertad, y lo hicimos cívicamente, con los pies en el suelo, no encaramados a los árboles; pusimos las urnas en la calle y dejamos que la gente se expresara por medio del voto. Todo el planeta se admiró y nos felicitó. Y eso fue así porque no nos detuvieron las brutales palizas de unos primates bajados de los árboles, enviados por un Estado que, en términos democráticos, nunca, nunca jamás no ha dejado de vivir en los árboles.»
Pero después de la admirada hazaña, no pasó nada. Aquí Alexandre introduce una imagen reciente, para que no pensemos que se trata de un artículo escrito hace un año o dos: «La bota del opresor continúa oprimiendo el cuello de los sometidos con la misma fuerza con que lo hacía el brazo del primate bajado de los árboles que mató a George Floyd».
No pasó nada porque renunciamos a la victoria que ya habíamos conseguido: «Tanto Europa como las Naciones Unidas sólo se mueven por hechos consumados, y los catalanes no hemos consumado nada. ¡Nada!» Estaría bien que explicitase qué hechos teníamos que haber consumado. Aunque sabido es, porque se trata de una fantasía recurrente, que la idea era liarla de tal manera que la UE, la ONU y el sursum corda se vieran obligados a intervenir, tal vez enviando a los cascos azules como fuerza de interposición. Sabido es, pero estaría bien que se explicitase sin dejar lugar a dudas, más que nada para saber a qué atenernos cuando lo vuelvan a hacer.
Alexandre prosigue su artículo con un desprecio de la democracia, bastante coherente con su apuesta por los hechos consumados: «La fabricación de elecciones, como la de bizcochos industriales, es el pan y circo destinado a tener entretenida a la gente y evitar que deje de tocar lo que no suena con “la cosa de la independencia”.» Parece pues que el “queremos votar” se ha convertido en un “no queremos votar”.
Y pone el caso Laura Borràs como ejemplo de la falta de unidad que aqueja al movimiento independentista: «Es un caso escandaloso de acoso político diseñado en las cloacas del Estado para descabalgar a alguien como firme candidato a la presidencia de Cataluña, mediante la fabricación de informes falsos y sin una sola prueba que los avale. Incluso se atreven insinuar una relación sentimental entre Borràs y otra persona, totalmente falsa.»
Pero los partidos independentistas se niegan a «cerrar filas en torno a Laura Borràs» y en «esta desunión, esta política de vuelo gallináceo (…) se ven las posibilidades que tiene Cataluña de ser libre».