Algo se mueve en el mundo separatista catalán y no parece que lo haga en el sentido deseado por los independentistas. La transversalidad de la que siempre han presumido los líderes del procés ha terminado convirtiéndose en la explicación a buena parte de las disputas que mantienen los separatistas desde el fracaso del referéndum ilegal del 1-O y la efímera declaración de independencia del 10 de octubre de 2017.
¿Qué tienen en común la posconvergencia liderada por Carles Puigdemont y la ERC de Oriol Junqueras y Pere Aragonés? Salvo el anhelo de una Cataluña independiente, nada más. Y hoy, cuando los republicanos parecen haber puesto los pies en la realidad y aplazan la intentona a 2030, el castillo de naipes del expresidente, fugado de la Justicia española en Waterloo desde hace casi cuatro años, comienza a desmoronarse.
El fracaso del Consell per la República
La estrella de Puigdemont brillaba con luz propia en 2017. Y lo ha hecho hasta este año, cuando su pretensión de erigirse en único líder del procés ha provocado que muchos se descolgaran de la aventura. Baste como ejemplo el PDeCAT, al que intentó hacer desaparecer con su pretensión de integrarlo en Junts. Con la clara intención de no perder comba, Puigdemont creó el Consell per la República y todos lo entendieron como una suerte de Govern paralelo «en el exilio». Tenía su lógica. Ante la imposibilidad de poder regresar al Parlament, designó a Quim Torra como vicario y, desde Waterloo, marcaba el ritmo del Govern liderado por Junts en coalición con ERC. El pacto comenzó a hacer aguas cuando ERC facilitó la investidura del socialista Pedro Sánchez a cambio de una mesa de diálogo. Y saltó por los aires cuando los republicanos, desde la Presidencia del Parlament, no impidieron la inhabilitación de Torra.
A pesar de ello, tanto Junts como ERC, al igual que la ANC y otras entidades, se mantuvieron y se mantienen en el seno del Consell. Supuestamente, para marcar el camino de los que gobiernan Cataluña hacia la independencia. Pero los resultados electorales del 14 de febrero fueron un revolcón para Puigdemont y la derecha y la ultraderecha separatistas. Por primera vez, ERC les ganaba en las urnas, aunque fuera por la mínima. Y fue entonces cuando Puigdemont cometió uno de sus mayores errores: pretender tutelar al Govern de Pere Aragonés desde Waterloo, dejando claro con su actitud que lo que menos le importa es la tan traída y llevada «voluntat del poble«. Que el Consell es un fracaso lo demuestra también el hecho de que, desde su creación, no haya logrado superar la barrera de los 100.000 socios. Económicamente rentable, sí, puesto que cada uno de ellos debe pagar un mínimo de 10 euros anuales, pero socialmente insignificante si se tiene en cuenta que el separatismo cuenta con cerca de 2 millones de votantes.
Peix al cove y abandonos
El nuevo Govern, aunque con Junts en su composición, acaba de cumplir 100 días y todo han sido jarros de agua fría para los más hiperventilados del procés. En un par de semanas se reunirá la mesa de diálogo con el Estado y el presidente Aragonés aplaza casi una década la posible celebración de un referéndum sobre la independencia. El titular de Economía, Jaume Giró, posconvergente, recupera la estrategia del peix al cove. Y poco parece haberle molestado al vicepresidente, Jordi Puigneró, que el Estado vaya a invertir una millonada en la modernización del Aeropuerto del Prat, en un proyecto que necesitará de más de 10 años para poder lucirlo. Ni rastro del tan traído y llevado «embate democrático» o de la «confrontación inteligente» contra el Estado.
Desde el Consell per la República, poco o nada pueden hacer, salvo ruido. Y en ello está Puigdemont desde que Aragonés juró el cargo. Pero esta semana se ha descolgado del proyecto la exconsellera y fugada Clara Ponsatí. Lo ha hecho asegurando que está supeditado «a las dinámicas de la política y el gobierno autonómicos». Cosa lógica si se piensa que no es más que una entidad creada por Puigdemont para intentar ejercer de presidente desde el exterior.
No ha sido la única en dar a conocer su salida del Consell. Otros como el troll Ramón Cotarelo, madrileño reconvertido en separatista radical y cuya labor consiste en lanzar furibundos ataques contra ERC en redes sociales, también han anunciado su adiós al proyecto. Cotarelo ha acusado a la asociación de Puigdemont de «inoperancia» y de «falta de explicaciones de todo tipo». Y ha añadido: «Eso de ‘todo por el pueblo pero sin el pueblo‘ no se puede admitir».
¿Qué pasa con Cuixart?
Son solo dos personas, pero, a la vista de lo que se mueve en redes sociales, no son los únicos que se sienten decepcionados con Puigdemont. El expresidente ha publicado este miércoles un curioso mensaje en su cuenta de Instagram dirigido al presidente de Òmnium Cultural, el recientemente indultado Jordi Cuixart, autor de la controvertida proclama Ho tornarem a fer: «Tú, que siempre has marcado el ritmo, la intensidad y la dirección de este procés, no dejes de hacerlo ahora».
Todo indica que la estrella de Puigdmeont se apaga. Cada vez son menos los que, desde el faristol del Parlament, hablan del president en el exili. Ni tan siquiera Torra, más interesado en rendir homenaje al racista Heribert Barrera, se remite a su mentor. Corren nuevos tiempos para el independentismo. Las reivindicaciones de la amnistía y el referéndum siguen ahí. Pero la realidad se impone: la urgencia de la crisis del COVID-19 impide aventuras locas y la necesidad de implantar la Agenda 2030 y las consignas de la nueva normalidad son más atractivas que la cárcel. Tal vez tengan razón los que piensan que Pere Aragonés, el viejoven gris que no ha necesitado mancharse las manos para convertirse en líder, ha llegado para quedarse, en un remake del mejor Jordi Pujol.