Hace unas semanas, saltaba a la opinión pública que el gobierno municipal de Barcelona iba a impulsar un nuevo proyecto para combatir el machismo y la LGTBIQfobia. La iniciativa se organizaba a través de cuatro líneas de actuación: educación, cultura, ámbito comunitario y ámbito laboral. Entre las acciones de dicho proyecto, se incluye el polémico Centro de Nuevas Masculinidades.
Como avanzó la alcaldesa Ada Colau y la concejal Laura Pérez en una rueda de prensa, el Centro de Nuevas Masculinidades impartirá una serie de cursos, talleres y terapias para aquellos varones que estén convencidos de que su conducta es patriarcal o constituya una expresión de lo que se ha denominado masculinidad tóxica. De esta forma, se pretende ampliar los imaginarios de la masculinidad, inculcando la idea de que ser varón no significa ser agresivo.
La noticia ha sido bien recibida por parte de los sectores feministas y el activismo LGTBI. Algunas voces defienden que el objetivo del centro se aleja de la tendencia punitivista que ha tomado recientemente el feminismo. Así lo subrayaba, por ejemplo, el escritor Roy Galán en sus redes sociales. Por otro lado, hay quien justifica la creación del centro atendiendo a los datos de violencia de género en la pareja y la violencia sexual. Sin ir más lejos, la Junta local de Seguridad de Barcelona ha señalado que durante los seis primeros meses del año los delitos relacionados con la violencia que sufren las mujeres aumentaron un 22,2% con respecto al mismo periodo de 2020.
Creo que el proyecto es como mínimo sospechoso. Considero que la igualdad de género es un valor que debe reforzarse en la sociedad y no dudo de la buena voluntad del equipo de gobierno, pero es muy posible que el proyecto fracase
Sin embargo, el proyecto de reeducación de los hombres también ha contado con detractores, quienes no han dudado de catalogarlo como inquisitorial o un asunto meramente ideológico. En mi opinión, creo que el proyecto es como mínimo sospechoso. Considero que la igualdad de género es un valor que debe reforzarse en la sociedad y no dudo de la buena voluntad del equipo de gobierno, pero es muy posible que el proyecto fracase por varios motivos.
Uno de los grandes hándicaps del proyecto es su efectividad e impacto. La ambición de crear un nuevo tipo de hombre, más igualitario y menos macho ibérico, puede que sobrepase las competencias de un gobierno municipal. Ahora bien, centrar el tema ahí sería muy tosco por mi parte y aunque el tema se pueda prestar a ello, mi intención no es caer en la burla.
La ambición de crear un nuevo tipo de hombre, más igualitario y menos macho ibérico, puede que sobrepase las competencias de un gobierno municipal
La violencia masculina, como recoge una infinidad de estudios (Kennedy Berger y Bukovec, 2006; Stockl et al., 2013) tiene un duro coste social. Estoy convencida que el mundo sería un lugar mejor si se mitigaran sus consecuencias, tanto personales (en lo que refiere a las víctimas y sus familias) como comunitarias. Los comportamientos antisociales comprometen la convivencia social y la estabilidad de un estado de derecho. Por ello, siempre he defendido que hay que dar una respuesta política y criminológica a la violencia, poniendo atención en la educación y a las acciones preventivas basadas en la investigación y evidencia científica. Sin embargo, que un consistorio asocie masculinidad con violencia puede que no sea el camino correcto para crear una sociedad más justa y tampoco para reducir de forma drástica las agresiones contra las mujeres.
De un tiempo a esta parte, la expresión masculinidad tóxica se ha comenzado a utilizar de forma indiscriminada. Es como si todos los hombres que no expresasen cualidades o atributos que tradicionalmente se han considerado femeninos ahora tuvieran que calificarse como tóxicos y por ende, violentos, insensibles o peligrosos. O, dicho de otro modo, como si todos aquellos tipos que manifestaran rasgos masculinos predominantes como la dureza, la resistencia, la valentía o la supresión de emociones como el miedo y el dolor tuvieran que ser vistos como agresores en potencia. Esta retórica postmoderna se utiliza también para defender una gran diversidad de fenómenos. Así, se sugiere que la masculinidad tóxica es la causa de la violencia contra las mujeres, el imperialismo, el fascismo o la LGTBIQfobia.
La masculinidad es un asunto complejo y asociarla constantemente con la violencia o con un valor malévolo es bastante reduccionista. Baste recordar que la mayoría de los varones muestran una masculinidad sana y no delictiva. Quizá el consistorio deba alejarse de las teorías posmodernas sobre la dominación masculina y valorar otros factores que puedan motivar y mantener la violencia contra las mujeres.
La masculinidad es un asunto complejo y asociarla constantemente con la violencia o con un valor malévolo es bastante reduccionista. Baste recordar que la mayoría de los varones muestran una masculinidad sana y no delictiva
Otro aspecto que me preocupa del proyecto es la idea de patologizar la masculinidad y que la terapia se presente como una solución mágica, para todos e ideal para enviar a aquellos hombres que son hipermasculinos y no por ello, agresores. Exigir mejores servicios públicos en lo que respecta a la salud mental es una reivindicación importante, pero no lo es menos comprender cuál es el alcance de las terapias.
Mencionemos a continuación algo obvio: la participación en esas terapias es voluntaria. Esto significa que existen diversas motivaciones para acudir a dichas sesiones. Habrá quien lo haga por interés personal, por miedo al estigma, para sabotear o incluso para ligar más. Además, es bastante engañoso afirmar que el hecho de que los varones vayan a terapia les convertirá automáticamente en seres menos violentos, abusivos y machistas. Actualmente no disponemos de la suficiente investigación para considerar rotundamente dicha conclusión y tampoco para saber qué tipo de terapia es la más efectiva en dicha cuestión.
Es importante comprender que la terapia no tiene como objetivo curar la crueldad o los abusos machistas. Puede ser un recurso valioso ante los comportamientos abusivos, pero lo que favorece en el mejor de los casos es que un individuo sea consciente de esos comportamientos, del daño que producen en los demás y desarrollar, a través del aprendizaje, un comportamiento prosocial. Estos cambios, por supuesto, no se consiguen en un corto periodo de tiempo y no están exentos de recaídas.
Mi objeción anterior no pretende desmerecer los resultados de los programas de reinserción de delincuentes en violencia de género y violencia sexual. Se ha demostrado que estos programas son efectivos y reducen la reincidencia. No obstante, se trata de programas especializados y que no deberían extrapolarse a una población no delincuente.
Se ha demostrado que estos programas son efectivos y reducen la reincidencia. No obstante, se trata de programas especializados y que no deberían extrapolarse a una población no delincuente
El consistorio debería ser más cuidadoso a la hora de hablar de terapia y masculinidad tóxica. Sus expectativas son poco realistas, no solo por ignorar el tiempo que puede suponer que una persona logre un cambio total en sus pensamientos y actitudes, sino también porque promueve la falsa idea de que para acabar con el machismo y la masculinidad tóxica solo hace falta un experto de la psique. La solución que proyecta puede ser ciertamente individualista, desviando así la responsabilidad de aquellos otros agentes sociales y políticos que contribuyen a la desigualdad de género.
Algunos planteamientos pueden estar justificados para sensibilizar sobre el machismo y remar hacia una sociedad más igualitaria entre mujeres y hombres. El problema está en impulsar propuestas que anteponen el moralismo y lo políticamente correcto a la acción preventiva y específica. Las buenas intenciones no siempre se traducen en buenas políticas.