He cumplido 30 años

Hace unas semanas cumplí 30 años y quiero compartir con ustedes alguna confesión. Empiezo por confiarles la historia que me cuento cumpleaños tras cumpleaños, al menos desde que tengo uso de razón: celebrar la vida es una verbena salvaje. Quizá por ello sonrío al pensar que he llegado hasta aquí, como si este aniversario fuera algo así como superar una carrera de obstáculos o formar parte de un selecto club.

Celebrar la vida es una verbena salvaje. Quizá por ello sonrío al pensar que he llegado hasta aquí, como si este aniversario fuera algo así como superar una carrera de obstáculos o formar parte de un selecto club.

No creo que ‘los 30’ sean una edad fatídica, pero tampoco me entusiasma el mantra de que son los nuevos veinte. No me siento cómoda en ese autoengaño. Hay cambios que me preocupan como dormir peor, tener problemas de memoria y volverme más lenta. Sin duda, inquietudes propias de quien se exige demasiado y cae a veces en la trampa de la productividad tóxica.

No creo que ‘los 30’ sean una edad fatídica, pero tampoco me entusiasma el mantra de que son los nuevos veinte.

Aunque no estoy preparada para asumir de golpe lo que significa el deterioro cognitivo y el paso del tiempo, ya he asumido algunas particularidades sobre el proceso del envejecimiento como la flacidez o las arrugas. Quiero que sepan que no soy tan ingenua o dramática. También he aceptado, aunque a regañadientes, algunas dinámicas generacionales como una posible maternidad tardía o la decisión de congelar mis óvulos. Es posible que no exista el momento adecuado para reproducirse, pero sí me gustaría que el sistema me lo pusiera un poquito más fácil y no me obligara a elegir entre ser madre y mi carrera.

También he aceptado, aunque a regañadientes, algunas dinámicas generacionales como una posible maternidad tardía o la decisión de congelar mis óvulos.

Dicen que a esta edad ya debes tener alguna que otra cana y haber aprendido algunas lecciones básicas sobre la vida. En mi caso, ambas cosas son ciertas. Presumo de un par de canas en las cejas y algunos saberes vitales que me han ayudado no solo a comprender la complejidad de este mundo, también a reconciliarme en muchas ocasiones conmigo misma. Es ciertamente emocionante tener experiencia sobre algunos hechos de este mundo y convencerte de que has aprendido algo a propósito de palabras como ‘curiosidad’, ‘valentía’, ‘filosofía’, ‘liberación’, ‘sexo’, ‘amor’ o ‘feminismo’.

En estos años, he resuelto que el desorden y la incertidumbre serán mis indeseados compañeros de viaje. Estarán ahí incluso si decido complacer los ‘logros típicos’ que se esperan de un adulto como tener un contrato fijo, una vivienda propia o un par de hijos. La conciencia sobre este tipo de vulnerabilidad la proporciona la experiencia y alguna que otra certeza. Por ejemplo, el planeta se va a la mierda, rara vez podrás alcanzar todos tus objetivos, lo cual no significa que tengas que claudicar en tus metas o renunciar a tu crecimiento personal; y difícilmente puedes predecir qué amigos te acompañarán y cuáles no en tus aciertos y desaciertos.

En estos años, he resuelto que el desorden y la incertidumbre serán mis indeseados compañeros de viaje.

El hecho de vivir en diferentes ciudades en mi última década supuso que hiciera amigos nuevos, pero también que aprendiera a alejarme de aquellos que no me trataban bien o solo querían mi amistad por interés. También hizo que aprendiera que una amistad puede ser tan intensa y efímera como un amor de verano. Y sí, a veces esa ruptura no responde a ninguna lógica y duele, pero forzar una amistad jamás asegura la honestidad que necesita estrictamente ese vínculo.

Paradójicamente, algunas de las personas que más antipáticas me parecían cuando tenía veintidós años se convirtieron, con el paso del tiempo, en amigos cercanos, en mis debilidades. Eso no significa que esas personas fueran anteriormente malas o aburridas, simplemente que yo maduré en muchos aspectos, me volví más razonable y desarrollé una mayor conciencia sobre lo que quería en cada momento, incluyendo mis necesidades afectivas. Puede que esto no suene amable conmigo misma, pero madurar es asumir responsabilidad y abandonar la dura carga del egocentrismo. Además, la idealización de nuestro yo no se traduce en tener amistades más satisfactorias. Es importante estar preparada para errar, saber disculparse y volver a divertirse.

Paradójicamente, algunas de las personas que más antipáticas me parecían cuando tenía veintidós años se convirtieron, con el paso del tiempo, en amigos cercanos, en mis debilidades. Eso no significa que esas personas fueran anteriormente malas o aburridas, simplemente que yo maduré en muchos aspectos

Hay experiencias que me habría gustado no tener o ante las cuales habría preferido disponer previamente algún tipo de advertencia o educación. Nadie me explicó qué pasa si sobrevives a una violación y si después puedes seguir siendo la misma, si merece la pena esforzarse para vivir como si no hubiera ocurrido nada y ocultarlo durante años a la gente que más te quiere. Ahora sé que no quiero vivir disimulando lo que pasó o que la gente sienta lástima por mí, pero tampoco deseo vivir como una eterna víctima o pretendiendo que esa experiencia marque mi futuro, mis vínculos o la relación con mi cuerpo, mi placer o mis fantasías eróticas.

Ahora sé que no quiero vivir disimulando lo que pasó o que la gente sienta lástima por mí, pero tampoco deseo vivir como una eterna víctima o pretendiendo que esa experiencia marque mi futuro, mis vínculos o la relación con mi cuerpo, mi placer o mis fantasías eróticas.

Tampoco me advirtieron sobre la cantidad de tiranos que defienden causas justas. Considero que el feminismo es la revolución que todavía necesitamos, pero que es una pena que mucha gente confunda ‘feminismo’ con ‘interés económico’, ‘interés partidista’ o ‘cualquier cosa que sea positiva según su particular criterio moral’. Conocer el feminismo me dio mucha fuerza, mucha serenidad y por supuesto, me ayudó a tener mayor confianza en mí misma. En definitiva, me empoderó ante los hombres violentos y machistas, pero también ante las malas personas.

Pienso asimismo en el entusiasmo con el que trabajo y como al carecer de mentores o buenos referentes, dejé que algunas personas se aprovecharan de mi talento, mis proyectos y mi salud. Ahora es muy diferente: he perdido el miedo a decir que no cuando una propuesta o una oferta subestima mis competencias o tiempo de trabajo. Incluso ya me da igual que alguien crea que por ello soy borde o desagradecida. Valorar lo que una hace realmente bien es una forma de autocuidado. Pese a esta conquista personal, siempre me digo que no hay que bajar la guardia: el mundo está lleno de idiotas que quieren pagarte menos porque te gusta tu trabajo.

He perdido el miedo a decir que no cuando una propuesta o una oferta subestima mis competencias o tiempo de trabajo

De la misma forma, ya no temo poner límites a los comportamientos despectivos y abusivos en el entorno de trabajo, especialmente si estos vienen de alguien que quiere humillarte porque eres más competente que él. La envidia siempre es una mala idea e intoxica el trabajo en equipo. Obviamente, la gente no está obligada a celebrar mis triunfos, a ser parte de mi club de fans o a tener empatía, pero eso no significa que tenga que callarme y no contarle al mundo si fulano o fulana está actuando como un auténtico capullo.

Ya no temo poner límites a los comportamientos despectivos y abusivos en el entorno de trabajo, especialmente si estos vienen de alguien que quiere humillarte porque eres más competente que él

Y por supuesto, del amor y de la muerte absolutamente nadie me habló con crudeza. Sigo experimentando, aunque tengo algunas sospechas: cuando pasas por esta vida y amas, morirse puede que sea lo más tonto y triste de todo.

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