El hipotético nuevo estado con que sueña el independentista raso vendría a ser como una Generalitat a lo grande, con más competencias, más recursos, y capaz de llevar a cabo políticas sociales más generosas. Las otras cuestiones relacionadas con la soberanía —política de defensa, control de fronteras, banco central, alianzas internacionales…— no le interesan: o las ignora, o las remite al día después de la independencia, que paradójicamente ve muy cercano.
Si la crisis económica que empezó en 2008 ha influido en el proceso independentista, lo ha sido para hacer más llevadera en buena parte de la población la pérdida de poder adquisitivo. Aumentan los impuestos y los precios de los servicios públicos, pero toda la responsabilidad es de la España que nos roba, ninguna de la gestión política autonómica y local. Con el advenimiento de la independencia, accederemos al bienestar individual y colectivo. Esas son las ideas clave que alimentan el impulso secesionista.
De aquí a pensar que el proceso es sólo una añagaza de la elite política catalana hay mucho trecho y sin duda hay otros factores; pero vale la pena pararse a pensar, objetivamente, en qué hemos ganado y qué hemos perdido durante estos años. Porque igual vamos en dirección contraria a la tan cacareada «felicidad de las personas» que tantas veces la Generalitat dice perseguir.
Igual vamos en dirección contraria a la tan cacareada «felicidad de las personas» que tantas veces la Generalitat dice perseguir
No importa que Cataluña sea la comunidad autónoma que impone a sus ciudadanos una mayor presión fiscal, los catalanes votan alegremente por partidos que les prometen seguir subiendo impuestos: PSC, ERC, Junts, En Comú Podem y la CUP llevan en el programa subidas y nuevos tributos.
No sólo hay una mayoría que parece aceptar con gusto esta insaciable presión fiscal sino que a ella hay que añadir las contribuciones voluntarias a variopintas causas, desde las llamadas solidarias, como elGran recapte de alimentos o las loterías, cuyos beneficios «van destinados al Departament de Treball, Afers Socials i Famílies de la Generalitat», hasta las directamente políticas, como las camisetas de la Assemblea, la Caixa de solidaritat y el Consell per la República.
Simplificando burdamente la cuestión, se puede decir que en América existe la obligación moral de compartir con la comunidad, mediante iniciativas caritativas, parte de los beneficios conseguidos, mientras que en Europa se considera que lo único que hay que hacer es pagar mucho al Estado para que se encargue de satisfacer las necesidades de los ciudadanos. En Cataluña se imponen las dos tendencias a la vez: elevados impuestos por todo a todo el mundo, más una intensa propaganda de concienciación para interiorizar la idea que hay que pagar más.
La caja se está vaciando
Lo anunciaba el editorial del Punt-Avui del lunes 5: Cal omplir la Caixa de Solidaritat. Las sanciones impuestas por el Tribunal de Cuentas a 34 altos cargos de los gobiernos de Artur Mas y Carles Puigdemont por gastos indebidos en la promoción exterior del proyecto independentista, aun previas a la condena, han hecho saltar las alarmas. Son unos «5,4 millones de euros».
Dice el mencionado editorial: «Corre el reloj no sólo contra los bienes sino también contra la dignidad de treinta y cuatro hombres y mujeres que se la jugaron defendiendo unos programas electorales votados mayoritariamente (…) Es necesaria una acción inmediata, coordinada, que concrete las fórmulas que está estudiando el gobierno para amortiguar las fianzas impuestas y que permita volver a llenar la Caixa de Solidaritat, que, según explican sus responsables, sólo tiene un pequeño cojín para afrontar la represión diaria.» Por supuesto, se sigue «constatando que la persecución a los disidentes es implacable».
El martes 6 el mismo diario analiza la cuestión: Avals o Caixa de Solidaritat. Parece que hay discrepancias en el gobierno catalán sobre cómo avalar a los sancionados. Marta Vilalta (ERC) «no aclaró si el apoyo del gobierno será meramente jurídico o asumirá de alguna manera los 5,4 millones en fianzas (…) y añadió cierta incertidumbre al considerar necesario que también se retome lo antes posible la Caixa de Solidaritat para que todo el que quiera pueda aportar».
Subraya Vilalta: «Nuestra fuerza como movimiento independentista es la solidaridad.» Y Josep Rull (JxCat) hizo el mismo llamamiento: «Nos necesitamos todos con todos. Otra vez.» Pero la ANC no está por la labor: «El gobierno ha de erigirse en defensa de sus atribuciones y su gente, y ha de defender y cubrir hasta el último céntimo a todos los acusados (…) Traspasar la responsabilidad de la defensa a la sociedad civil debilita el movimiento independentista, e incluso puede incentivar un aumento de la represión económica.» También podría ser que la militancia, abusivamente llamada «sociedad civil», esté ya un poco harta de contribuir, o aun queriendo, ya no pueda más.
Seguiremos pagando
Josep Martí Blanch, en la Vanguardia —La divina comedia de los presupuestos—, el primero de julio, comentaba lo que dijo el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en la reunión del Círculo de Economía el pasado 16 de junio, que «Catalunya no puede ser un paraíso fiscal».
«Bravo. Hasta aquí lo que Aragonès quiere que no seamos. Pero como Catalunya está, fiscalmente hablando, más cerca del infierno que del paraíso, debemos tranquilizar al presidente y rogarle que no se apure, pues no cabe posibilidad alguna de que los catalanes acabemos viviendo en un edén impositivo. Más bien todo apunta que seguiremos precipitándonos con convicción hacia el averno.»
Los bolsillos están cada vez menos a salvo, porque la inventiva de los recaudadores es extraordinaria. A nadie por ahora se le ocurre decir que hace tiempo que estamos pagamos demasiado; que estamos pagando cada vez más a cambio de cada vez menos
Ante los presupuestos del 2022 que ha de elaborar Jaume Giró, al frente de Economía —«tras haber renunciado a elaborar los del 2021»—, Martí Blanch apunta que «pronto la CUP, y otros, empezarán su campaña de acoso y derribo al conseller ante unos números que no serán el prólogo del nuevo mundo con el que fantasea la extrema izquierda y a veces también la no tan extrema». El sueño de la razón produce monstruos, dijo Goya; y aquí les entregamos el gobierno.
Y concluye que, «como Aragonès ya nos ha dejado claro que nada de paraíso, hay que dar por sentado que a los catalanes aún nos queda algún que otro círculo del averno que recorrer antes de salir a embelesarnos con el firmamento con los bolsillos a salvo».
Los bolsillos están cada vez menos a salvo, porque la inventiva de los recaudadores es extraordinaria. A nadie por ahora se le ocurre decir que hace tiempo que estamos pagamos demasiado; que estamos pagando cada vez más a cambio de cada vez menos. ¡Ayuso, ven a Cataluña!, rezaba en mayo una ingenua pancarta de manifestantes contrarios a la gestión administrativa de la pandemia. Ayuso, o alguien.