Los políticos indultados salieron de la cárcel dando un míting, se reafirmaron en sus convicciones, dejaron claro que no se arrepienten de nada y, más o menos, dieron a entender que lo volverán a hacer. Nada nuevo bajo el sol. Es lo que esperaban oír sus seguidores. Si se hubieran largado inmediatamente a casa sin decir nada —o habiendo manifestado alguna expresión conciliadora, o cierto reconocimiento de haber cometido algún error en algún momento— les habrían acusado de traidores a la causa, o bien, los más benevolentes, les compadecerían por estar sufriendo un chantaje gubernamental y por estar en libertad vigilada.
«Los políticos indultados salieron de la cárcel dando un míting, se reafirmaron en sus convicciones, dejaron claro que no se arrepienten de nada y, más o menos, dieron a entender que lo volverán a hacer».
Los políticos indultados hicieron lo que saben hacer y ni el gobierno ni nadie podía ignorar que aprovecharían la ocasión para fortalecer la autoestima, la propia y la del «pueblo catalán», que no es otro que el que se alinea con ellos. Jordi Cuixart, el líder de Òmnium Cultural, lo ha dejado claro: No existe el indulto que haga callar al pueblo de Cataluña. Es decir, que el gobierno tenga claro que ellos no van a agradecer el indulto variando un ápice sus planteamientos, y que el pueblo no tema que hayan cejado en su empeño.
«Si se hubieran largado inmediatamente a casa sin decir nada —o habiendo manifestado alguna expresión conciliadora, o cierto reconocimiento de haber cometido algún error en algún momento— les habrían acusado de traidores a la causa».
«Si estamos fuera es porque el Estado no ha podido tenernos más dentro de la prisión por la presión europea.» De lo que se deduce que el apaciguamiento y la concordia no van a ser el camino a seguir; es más rentable poner al gobierno en dificultades y complicar la vida a la sociedad, y así dar motivos para que esa supuesta presión europea sea más fuerte.
Probablemente tal actitud beligerante ya formaba parte de la ecuación que contemplaba el gobierno. Pero, o mucho han sobreactuado los indultados, o tarde o temprano se producirán desafíos más importantes que se concretarán en acciones contundentes. Los problemas de Estado se resuelven por consenso y con altas miras; un gobierno de Pedro Sánchez nunca irá más allá del corto plazo. Lo útil en el pasado fue el castigo y lo útil hoy es el perdón, ha afirmado el viernes 25 en Bruselas, más cortoplacista que nunca. Sólo la utilidad pública justifica los indultos; es fácil apelar a ella ahora, más fácil será señalar, ante el primer conato de reincidencia, el perjuicio causado por los indultos.
«Sólo la utilidad pública justifica los indultos; es fácil apelar a ella ahora, más fácil será señalar, ante el primer conato de reincidencia, el perjuicio causado por los indultos».
Pactar con la realidad
Pedro Sánchez es del tipo de políticos que, cuando las jugadas le salen bien, acaba siendo el único beneficiado mientras en torno suyo cunde el desasosiego y los problemas persisten, no corregidos pero sí aumentados. Dice Salvador Sostres, en el Diari de Girona, el día de San Juan —Les quatre meuques soles—:
«El principal enemigo de Pedro Sánchez es él mismo: su cinismo, su oportunismo, su pegajosa insinceridad, su vacío, que tanto se le nota, como en su retórico discurso del Liceo, en el que jugó a grandezas que estaban muy por encima de sus posibilidades: pirotecnia afectada e hiriente, en ciertos momentos repulsiva, que fastidia al votante moderado y pragmático que entiende que hay que pactar con la realidad, pero que, si le dan a elegir, prefiere que no lo insulten.»
«El principal enemigo de Pedro Sánchez es él mismo: su cinismo, su oportunismo, su pegajosa insinceridad, su vacío, que tanto se le nota, como en su retórico discurso del Liceo, en el que jugó a grandezas que estaban muy por encima de sus posibilidades».
Salvador Sostres
Josep Martí Blanch, en la Vanguardia, el día 23 —Primero los rojos, ahora los separatistas—, carga contra los opositores de derechas, a quienes acusa de no «pasar la prueba de la plena convicción democrática» por oponerse a las medidas de gracia. Centrándose en Pablo Casado, afirma:
«No acaba de darse cuenta de que ni el ambiente ciudadano fronteras adentro (como quedó demostrado en Colón), ni el aire que llega de las instituciones europeas desde hace más de tres años —coherente en la insistencia en la vía del diálogo con los independentistas— están para premiarle el tipo de cornada que pretende. Intentar recurrir el indulto arguyendo que los CDR intentaban atentar contra él dice incluso más, estamos ante una res afeitada.
Dejando aparte este presunto proyecto de atentado, lo que preocupa globalmente a gran parte de la población catalana es que persistan, bajo el nombre de CDR o cualquier otro, la tensión, el griterío y los intentos de amargar la existencia a los que no comparten la utopía republicana. Lleva razón Martí Blanch en que hay que «esperar unos días y que amaine la espuma emocional». Pero el peligro que la espuma emocional del sector independentista vuelva a alcanzar la velocidad de crucero aún existe y está por ver en qué sentido influirán los indultos.
La traición de los líderes
Para muchos independentistas de la clase tropa, la aceptación de los indultos significa algo así como una rendición. Hay que recordar que en 2019 Oriol Junqueras decía que «el indulto se lo pueden meter por donde les quepa». Lo dijo en una entrevista en que también se hablaba de que había puesto punto final a un libro de literatura sobre el amor.
Para muchos independentistas de la clase tropa, la aceptación de los indultos significa algo así como una rendición. Hay que recordar que en 2019 Oriol Junqueras decía que «el indulto se lo pueden meter por donde les quepa».
La rendición es el título de un artículo de Bernat Dedéu en el Nacional, que resume el estado de ánimo del independentismo irredento. Denuncia que «esta reductio ad carcerem con que el procesismo pretende blindar la rendición de sus líderes es compartida por todo dios: incluso los españoles más ardidos saben (y admiten en sordina) que en Catalunya no hubo ningún proceso sedicioso y que el escarmiento a los políticos catalanes ha sido un pampam en el culito para que no lo vuelvan a hacer nunca más; y los presos la reivindican igualmente, porque sin la reprimenda, todas sus mentiras quedarían al descubierto».
«Incluso los españoles más ardidos saben (y admiten en sordina) que en Catalunya no hubo ningún proceso sedicioso y que el escarmiento a los políticos catalanes ha sido un pampam en el culito para que no lo vuelvan a hacer nunca más».
Dedéu sigue creyendo, o finge seguir creyendo, en el gran momento fundacional del frustrado referéndum del primero de octubre de 2017: «Por mucho que los presos quieran hacer pornografía emocional con su paso por la prisión, el hecho de que el 1-O manifestara que la independencia de Catalunya no sólo es posible sino que fue parada por las élites independentistas, y no por la policía española, no será tan fácil de prostituir.
La contraposición entre el buen pueblo y las elites traicioneras es un tema clásico en el catalanismo izquierdista. Véase la obra de Lluís M. Xirinacs La traïció dels líders (1993, 1994, 1997), donde concluye:
«Creo que he demostrado ampliamente en estas páginas cuántas cosas son posibles sin venderse a los poderosos. Basta permanecer amorosamente y orgánicamente ligado al pueblo. Acostumbrarse a obtener la fuerza política mediante la volundat del pueblo, de las mujeres y hombres de carne y hueso, de su trabajo y de sus ilusiones, de sus barrios y comarcas, de sus cooperativas, entidades y todo tipo de organizaciones de base, y no por medio del dinero, de los impuestos, de las armas, de la técnica, de la propaganda y las intrigas.»
«Las elites siempre incumplen sus promesas, tienen su agenda propia, que no dicen, traicionan, y negocian lo que parecía innegociable. El pueblo siempre cumple, siempre está cuando se le convoca, y defiende sus ideales hasta el final».
Las elites siempre incumplen sus promesas, tienen su agenda propia, que no dicen, traicionan, y negocian lo que parecía innegociable. El pueblo siempre cumple, siempre está cuando se le convoca, y defiende sus ideales hasta el final. Paradójicamente, para formar parte del pueblo, hay que ser, decir y pensar los que los políticos sostienen en cada momento; si no, uno deja de ser tenido en cuenta.