Escribir que las relaciones entre los sexos son cada vez más permeables a los discursos que enfrentan a hombres y mujeres es decir demasiado poco. En la cuestión de mujeres y hombres (y viceversa), las realidades y experiencias han sido abruptas, obscenas y torpes. Nos compadecemos de esta situación desde hace ya demasiado tiempo. Protestamos. Nos indignamos. Cogemos aire y tratamos de resistir. Ahora también recurrimos al hashtag y nos convencemos, recostaditos en el sofá, de que basta con poner un tuit para hacer la revolución.
«En la cuestión de mujeres y hombres (y viceversa), las realidades y experiencias han sido abruptas, obscenas y torpes».
El futuro parece oscurecerse y muchos anticipan que el resultado será catastrófico. Me asusta que el discurso de los incels, empuñado a menudo por los movimientos de ultraderecha, y los alegatos de un feminismo autoritario desemboquen en ideologías masivas, que impacten en la convivencia social y saboteen la igualdad entre mujeres y hombres. Vale la pena confrontar ambos polos porque, más allá de incrementar los niveles de fanatismo y dogmatismo, están dispuestos a olvidar los principios democráticos de nuestro mundo.
Quienes hoy dominan respectivamente esos grupos saben que habitamos una sociedad donde ya no importa distinguir lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto. La opinión importa más que el despertar de la razón. De modo que, lo que piensan, dicen o sienten no se fundamenta sobre los hechos. Cuando la verdad se ha vuelto insignificante, cualquier verificación es ya innecesaria. La charlatanería improvisa y acierta: hoy el éxito depende la mentira, de la falta de racionalidad, de la ausencia de la reflexión fáctica. Ante ello, la legítima lucha por la igualdad se confunde entre estas tensiones y su entramado de pseudo-ficciones.
«La charlatanería improvisa y acierta: hoy el éxito depende la mentira, de la falta de racionalidad, de la ausencia de la reflexión fáctica».
La consecuencia es que, quienes sí creemos en esa igualdad entre los sexos, descuidamos las iniciativas para emprender un posicionamiento reactivo a sus discursos (quizá por necesidad, quizá para no precipitarnos al abismo). Es como un estímulo pavloviano. Personalmente, la necesidad de verdad y el clima de polarización, me lleva a menudo a marcar distancias con ese feminismo autoritario y los discursos antifeministas. Por ejemplo, en mi caso, no comulgo con la idea de que por ser mujer tenga que estar oprimida, pero tampoco soy afín a quienes claman en las redes que hay que suprimir el Ministerio de Igualdad.
«No comulgo con la idea de que por ser mujer tenga que estar oprimida, pero tampoco soy afín a quienes claman en las redes que hay que suprimir el Ministerio de Igualdad».
Es posible que como mujer haya sufrido episodios de discriminación y que la cartera de igualdad merezca de vez en cuando, ante cuestiones concretas, una crítica honesta. Sin embargo, no suscribo el griterío que quiere calificarme constantemente como una víctima ni tampoco aquel otro que pretende sacar las acciones en favor de la igualdad de las políticas públicas.
Asimismo, en cierto sentido, me siento obligada a definirme y expresar aquello que no soy. Si bien no en mi cotidianidad, sí cuando escribo para un público. Suele ocurrir que quienes me tildan de provocadora anteponen el juicio a la comprensión. Deben estar muy poco acostumbrados a las mujeres libres, sin complejos y poco complacientes con las etiquetas. Me esfuerzo por no proporcionar a ningún imbécil una cosmovisión sobre la feminidad.
«Pertenezco a la generación que se empoderó pidiendo la píldora post coital mientras el chico esperaba fuera, mitad nervioso, mitad avergonzado».
Pertenezco a la generación que se empoderó pidiendo la píldora post coital mientras el chico esperaba fuera, mitad nervioso, mitad avergonzado. Siempre he creído que estas cosas me favorecen. Aprendí lo que era empoderarme enfrentándome a la responsabilidad personal y sin caer en el conformismo. La desigualdad estaba ahí, pero no se revelaba como una narración entre opresores y oprimidas sino que dependía de un nivel de análisis más profundo. En consecuencia, menos histriónico e infantil. Para mí eso es feminismo, un discurso social auténtico, que rompa barreras y amplíe las posibilidades de mujeres y hombres; y no una excusa para culpar a estos últimos de mis (malas) decisiones.