Ser antifascista es, o debería ser, una característica común en todo demócrata. Tanto contra el fascismo original de extrema derecha, como contra el denominado fascismo de izquierdas, concepto acuñado entre otros por Jürgen Habermas en referencia a los regímenes comunistas. El problema nace cuando los fascistas de izquierdas se apropian indebidamente del antifascismo y lo convierten en un insulto contra todo demócrata, de derechas, o de izquierdas, que no piensa como ellos. Estos totalitarios acaban transformando antifascista y fascista en sinónimos, no en su sentido original, pero si en su acepción actual. Nada más parecido a un fascista que un antifascista de los que utilizan el término para impedir cualquier debate democrático y racional sobre los problemas de nuestra sociedad ¿Que otra cosa es un fascista sino alguien que no cree en la democracia y el estado de derecho, que se convierte en un neoinquisidor, que se cree con la verdad absoluta, que exalta y utiliza la violencia y el acoso para intimidar a los que no piensan como él, que trata de evitar cualquier debate de ideas por que cualquiera que no piensa como él es un enemigo que debe ser reeducado. Y como en la época de la caza de brujas ante la ‘maldad’ no hay contemplaciones. Y no hacen falta pruebas, ni juicios, basta con la acusación de parte ¿Y en que creen los nuevos totalitarios, autodenominados antifascistas? Hijos de Foucault y Derrida, entre otros, piensan que Occidente debe ser deconstruido y los valores de la Ilustración deben ser abolidos. Para ellos los regímenes basados en la libertad individual, en la economía social de mercado, en la división de poderes, en el pluralismo, en la razón, en la búsqueda de la verdad, encarnan lo peor de la tierra, capitalismo, machismo, racismo, imperialismo y cuantos ismos se les ocurran. Los valores de la Ilustración que han hecho avanzar a la humanidad a cotas de libertad y prosperidad incomparablemente superiores a cualesquiera otros realmente existentes, deben ser destruidos para construir no sabemos qué. Tras las apelaciones a la defensa de los oprimidos por el sistema, tras las apelaciones al pueblo, siempre aparecen quiénes se autoasignan el papel de sus representantes, intérpretes y guías. Sorprende que sólo vean los males de este mundo en Occidente donde, sin negar su existencia, están más atemperados y combatidos que en cualquier otro sistema político existente
En la actualidad no existen regímenes fascistas o comunistas en su versión original del siglo XX, salvo quizás Corea del Norte. Hay que recordar que ambos sistemas políticos han sido los más criminales de la historia moderna. Hitler y Stalin encabezan el ranquin genocida desgraciadamente muy numeroso. Hoy proliferan los regímenes autoritarios calificados de derechas o de izquierdas, aunque de su análisis práctico se desprenden pocas diferencias. Todos ellos coinciden en la restricción de las libertades individuales, su aprecio por el intervencionismo estatal en todos los órdenes desde la economía a las costumbres familiares o personales. Todos defienden el capitalismo de estado y permiten, en mayor o menor medida, la pervivencia del mercado bajo estricto control e intervención política, aunque sólo sea para que su clase dirigente se enriquezca gracias a una corrupción desbocada.
Nada más parecido a un fascista que un antifascista de los que utilizan el término para impedir cualquier debate democrático y racional sobre los problemas de nuestra sociedad
La retórica del ‘ antifascismo’ sólo esconde la voluntad destructiva de Occidente, convirtiéndose de hecho en la quinta columna de sus enemigos externos. Se trata de un peligro real para Occidente y ,sin duda, un acelerador de su decadencia, porque no se trata de una crítica reformadora si no demoledora, que quiere socavar sus valores y su estilo de vida. Y sin valores una civilización se derrumba.
Ambos neo fascismos , el de la derecha y la izquierda más radicales, se retroalimentan y con su auge la democracia retrocede en el mundo. Y en ningún caso es para bien. Pero no hay que perder la esperanza. Hay signos de que se ha roto la espiral de silencio que la autocensura ha provocado en escritores, artistas, filósofos, periodistas e intelectuales de todo tipo, producto del miedo al estigma social derivado de la capacidad de presión de la llamada ‘corrección política’ que actúa como sustrato intelectual legitimador de los ‘antifascistas’y totalitarios de toda índole. También es destacable la reacción de personas pertenecientes a colectivos que los ‘antifascistas’ dicen defender. Las feministas de países musulmanes que no se resignan al blanqueo del machismo de sus países de origen o la ciudadana negra que, sin ningún complejo, reivindica su libertad personal, su condena de la violencia venga de donde venga, su voluntad de no victimizarse, su acusación de racista a la manifestante blanca que le habla de ‘problema sistémico’ con la charlatanería típica de la ‘corrección política’. Toda una lección de dignidad personal.
En Cataluña tenemos nuestra particular dosis de antifascistas, estos días se quejan de que una sentencia del Tribunal Supremo les prohíba colgar sus banderas partidistas de los edificios públicos al más puro estilo del nazismo
Lo triste es que una palabra noble, antifascista, acabe siendo desvirtuada y se confunda con aquello que dice querer combatir, por la apropiación indebida de los nuevos inquisidores. En Cataluña tenemos nuestra particular dosis de antifascistas y sabemos mucho de como han creado una neo lengua para tratar de ocultar su ideología totalitaria. Estos días se quejan de que una sentencia del Tribunal Supremo les prohíba colgar sus banderas partidistas de los edificios públicos al más puro estilo del nazismo.