Siempre tiene que haber uno (o una)

En la foto, el actor de cine y teatro Henry Fonda. / LOFF.IT

Los aficionados al cine recordarán seguramente la escena de esa gran película, Doce hombres sin piedad, en la que se pronuncia la frase que titula este artículo. Se ha reunido el jurado que ha de juzgar a un chico acusado de matar a su padre, y para quien el fiscal pide la pena de muerte.

En la primera votación el resultado es de once a uno, con lo que la necesaria unanimidad no se alcanza. “There’s always one…”, se lamenta entre resignado y despectivo uno de los once. Otro pregunta: “¿Y ahora qué hacemos?” Y el discrepante, el jurado número 8, responde: “Imagino que tendremos que hablar”. Aunque sólo sea porque la decisión de enviar a la silla eléctrica a ese chico bien merece ir precedida por un intercambio de palabras, qué menos.

«Aunque sólo sea porque la decisión de enviar a la silla eléctrica a ese chico bien merece ir precedida por un intercambio de palabras, qué menos«

Aquel miembro del jurado, enfurruñado y altanero, tan pagado de sí mismo, estaba en lo cierto: no es sólo que aquella vez hubiera uno; es que, por suerte para todos, siempre lo hay (salvo entre los rectores de las universidades públicas catalanas, quienes, al toque de pito de Òmnium Cultural, sostienen todos a una idéntico y ridículo cartel, dando una vez más muestra de su mansedumbre y de su escaso respeto por lo que representan).

Y basta con que haya uno, ese que está dispuesto a defender en solitario lo que cree justo, para que se abra paso el debate y con él la razón. Para los que carecen de su entereza y se dejan arrastrar por la mayoría o por el poder establecido, para los que se obcecan en una idea que puede ser dominante pero que también puede ser errada, esos unos son su salvación: les dan la posibilidad de reflexionar, argumentar y así acercarse a la verdad, esa que de primeras no han sabido o no han querido ver. Esa que siempre viene después, y no antes de la deliberación.

«Y basta con que haya uno, ese que está dispuesto a defender en solitario lo que cree justo, para que se abra paso el debate y con él la razón«

La razón y la democracia subsisten gracias a esos unos, los que se enfrentan al despotismo de la mayoría cuando nadie más lo hace, y así permiten que se oiga en el ágora una voz diferente, la que nos hace pensar y decidir mejor. Es la Antígona que desafía al coro de los ciudadanos de Tebas o es el Unamuno que se encara con todos en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. A veces, ni siquiera hay que hablar: basta con ocupar el asiento prohibido de un autobús.

En la región menos democrática de Europa Occidental, llamada Cataluña (y siquiera sea porque la ley democrática impera menos que en cualquier otra parte), de esos que hablo hay pocos, pero los hay. El régimen lingüístico de las escuelas ofrece un buen ejemplo: ese régimen obliga a todos los niños a estudiar en catalán, a pesar de que la lengua materna de la mayoría sea el español, cuya presencia escolar es muy escasa y desde luego subordinada. La inmersión lingüística ha gozado, al menos en apariencia, del apoyo de los más.

A»yer mismo el Tribunal Superior de Justicia de esa región declaró nulos los proyectos educativos de dos centros escolares, por no conceder al español el carácter vehicular que la Constitución (¡y el sentido común!) le reconocen«

Son pocas las voces que se han levantado contra ella, y este ha sido uno de los principales argumentos de sus partidarios: que nadie se quejaba. ¿Nadie? No. Ayer mismo el Tribunal Superior de Justicia de esa región declaró nulos los proyectos educativos de dos centros escolares, por no conceder al español el carácter vehicular que la Constitución (¡y el sentido común!) le reconocen. Detrás de esta decisión judicial, y de otras precedentes, está como siempre ese uno que nos libra a todos del gregarismo o de la cerrazón.

Ese uno, que esta vez es una, se llama Ana Losada, y es el alma de la Asamblea por una Escuela Bilingüe, que lleva años luchando por que los niños catalanes se eduquen también en español, que es, hay que repetirlo, la lengua materna de la mayoría de ellos, además de ser la lengua común de todos.

«Ese uno, que esta vez es una, se llama Ana Losada, y es el alma de la Asamblea por una Escuela Bilingüe, que lleva años luchando por que los niños catalanes se eduquen también en español«

Al lado de Ana, por supuesto, están otros pocos más, no muchos, todos ellos integrantes de lo que bien puede llamarse la resistencia catalana, que a buen seguro me permitirán que en esta ocasión los agrupe bajo el nombre de esta mujer valiente y tenaz.

Ojalá algún día tantos ciudadanos bienintencionados, pero todavía hoy confundidos por el prejuicio, abran la mente y se den cuenta de qué lado están la libertad, la igualdad y la fraternidad en Cataluña. Entretanto, confiemos en que nunca nos falte nuestro jurado número 8 y en que siga habiendo jueces en Barcelona. Gracias, Ana.

Ricardo García Manrique. Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona.

Ricardo García Manrique
Ricardo García Manrique
Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona y miembro de Universitaris per la Convivència

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