Pequeños gestos en nombre de una gran causa, cada vez más pequeños. Carles Puigdemont renunció a su carrera política por una proclamación de independencia que fue pura vanidad. Quim Torra provocó su propia inhabilitación envolviéndose en una pancarta inútil. El presidente en funciones Pere Aragonès no compareció en la Seat para no tener que saludar al Rey, como si quien saliera perjudicada fuera la monarquía y no la institución que preside.
La patronal lo considera injustificable: El presidente de Foment del Treball, Josep Sánchez Llibre, se pregunta, ante el que «es probablemente el proyecto industrial más importante y trascendente para Cataluña, y más ante una situación de crisis como la actual», que «consolida de cara a los próximos 25 años a todo el sector de la automoción de Cataluña, (…) ¿qué razones pueden justificar la ausencia del Presidente en funciones de la Generalitat?». «Las razones escuchadas hasta ahora son incomprensibles ante lo que está en juego, porque nos jugamos mucho como sociedad y como país.»
«El presidente en funciones Pere Aragonès no compareció en la Seat para no tener que saludar al Rey, como si quien saliera perjudicada fuera la monarquía y no la institución que preside«
Salvador Sostres, en el Diari de Girona —Pere—, comenta el gesto de Pere Aragonès: «No estar allí no es una protesta, ni ningún acto de afirmación nacional. No estar allí es bajar de la Historia (…) No eres el peor presidente que podríamos tener, pero eso no dice mucho de ti y más bien retrata esta pobre tierra. Esta tierra de desdicha, eres toda infortunio cuando te gobierna ERC.»
Y segudamente evoca a Jordi Pujol para que quede bien claro el contraste con lo que ahora tenemos: «El presidente Pujol lo fue “sólo” de la Generalitat, y la Generalitat es “sólo” el gobierno de una comunidad autónoma. Pero en cada una de sus comparecencias, de sus encuentros con el Rey o con el presidente de Seat, y de tantas otras empresas, se comportaba como un jefe de Estado.
Entendía los códigos, los desplegaba, modulaba el tono, controlaba la escenificación, llenaba el espacio y cualquier reunión parecía bilateral, y equilibrada, aunque él fuera la banda débil de la jerarquía y de la balanza.
«El presidente Pujol no sólo no plantó nunca al rey Juan Carlos, sino que velaba por todas sus estancias en Barcelona, y en Cataluña, fueran públicas o privadas«
El presidente Pujol no sólo no plantó nunca al rey Juan Carlos, sino que velaba por todas sus estancias en Barcelona, y en Cataluña, fueran públicas o privadas, y aprovechaba cualquier ocasión para encontrarse con él y hablaban de las cosas de las que hablan los hombres de Estado. Lo mismo hizo con los presidentes de las más significativas multinacionales. La política se hace estando. Estando siempre.»
El presidente ausente
Joan Vall Clara, en el Punt-Avui —Que se’l rellancin!—, justifica la ausencia por el fácil procedimiento de quitar importancia al acto y a los asistentes, esos «directivos alemanes, a quienes se supone que por el poder que tienen, el vasallaje que les debemos y los riesgos económicos que corremos si se molestan, no les tenemos que hacer un feo».
Y, haciendo amigos para la independencia, llega a decir que dichos directivos, culpables de ignorar «el contencioso que vivimos», han venido a provocar. «¿O es que no provocan? Es que se reunieron dentro de la estrategia que tan bien describía La Razón: «Zarzuela relanzará al Rey con actos de impacto.»
Está claro que la Casa Real ha valorado si su presencia en ese acto beneficia o perjudica la imagen del Rey y no deben haber tardado mucho en concluir que le beneficia. En cambio, en el entorno de Pere Aragonès han entendido que su presencia le perjudicaría. El enésimo error de cálculo. Si consigue permanecer cuatro años en la presidencia de la Generalitat, su gobierno se caracterizará por el absentismo.
Heredero de Macià y Companys
Francesc-Marc Álvaro, en La Vanguardia —Entre Prat y Companys— afirma que «no hay un independentismo, existen independentismos diversos que, hasta ahora, han sido incapaces de concertar una estrategia común y aplicable».
Pues en la XI Legislatura del Parlamento de Cataluña sí hubo una estrategia común, accidentada y con correcciones sobre la marcha, pero común. Y la aplicaron —referéndum, proclamación de independencia— hasta lo de «Mañana, todos a los despachos», que dijo Puigdemont un momento antes de emprender viaje a Bélgica. A partir de ahí, están todos buscando no ya una estrategia común sino como mínimo su estrategia particular.
«No hay un independentismo, existen independentismos diversos que, hasta ahora, han sido incapaces de concertar una estrategia común y aplicable».
Álvaro reprocha a Pere Aragonès que se declare heredero de Macià, «president de escaso talante ejecutivo», y de Companys, cuyas actuaciones «no son precisamente espejos donde deba mirarse un gobernante contemporáneo, si no es para conjurar errores monumentales».
Y le busca un modelo más edificante: «Yo lo veo, a menudo, como un émulo ordenado de Enric Prat de la Riba. El presidente de la primera Mancomunitat y dirigente de la Lliga es una figura demasiado conservadora para los republicanos, pero su legado de buen administrador y creador de estructuras de gobierno tiene más relación con nuestro presente que el cromo de “la caseta i l’hortet” con el que Macià pedía el voto a unas clases populares atraídas por el marxismo y el anarquismo.»
Prat de la Riba presidió una mancomunidad de las cuatro diputaciones catalanas y no se movió nunca de la legalidad, ni se lo propuso. Los resultados de su mandato son obras tangibles, no declaraciones vanas. Es exactamente el tipo de político que está en las antípodas de la generación procesista. La incomparecencia de Aragonès en el acto de la Seat no hace más que corroborarlo, y es un pésimo presagio de lo que puede venir.